Recuerdo a Tomás Rodríguez Zayas, sencillamente conocido por Tomy, como si lo hubiese visto ayer mismo. Su andar erguido y su pelo canoso casi rozándole el hombro distinguían su amigable presencia, casi siempre con una carpeta —tal vez de caricaturas o bocetos de estas— debajo del brazo. Nos encontrábamos con frecuencia en el ascensor del edificio donde ambos vivíamos o en el lobby del Combinado de Periódicos Granma donde radica Juventud Rebelde.
Ha pasado una década desde su partida, y su obra perdura en el tiempo, no solo por la solidez de un discurso gráfico en el que magistralmente se conjugaban el dibujo y el color, sino además por su fidelidad a los principios de la Revolución y la denuncia a la política hostil del gobierno norteamericano hacia nuestro país.
Tomy y la dinámica rural de la niñez
No podía ser de otra manera la actitud profesional de quien conoció la pobreza y la desigualdad durante los años de la niñez, en los campos de Barajagua, Holguín, donde nació en el año 1949, para ser el mayor de los hijos de una familia conformada por siete hermanos. La dinámica de su vida rural, prácticamente se diluía en la cría de animales para el sustento —cerdos, pollos, chivos…— , más un modesto espacio de no más de media caballería dedicado al cultivo del maíz, la yuca, el boniato y algunas frutas que servían de alimentos para todos, amén del mísero salario que recibía el padre como cortador de caña durante los periodos de la zafra —faenas en las que Tomy, apenas un niño de 8 años, le ayudaba en los menesteres menos peligrosos—. Aquella paga ni siquiera permitía realizar las compras para las más elementales necesidades domésticas.
Sin embargo, el niño travieso vivía a plenitud entre el verdor de la campiña y el armonioso sonido que emanaba de las aves y los animales de cría. El campo le proporcionaría la nobleza de espíritu y la humildad que siempre le acompañaron hasta el fin de sus días.
Desde los tres años de edad experimentaba su afición por el dibujo, ejercicio que a partir de entonces nunca abandonaría, y en el que se valía de la generosidad de la naturaleza, de la cual extraía diferentes tipos de pigmentos, cual improvisado investigador movido por la ingente necesidad de pintar. Algunos obtenidos de la tierra, otros de la enorme diversidad de la flora local.
Eran tiempos muy duros para el campesinado cubano, cuyas luces de esperanza se gestaban por aquella región del oriente insular, donde ya avanzaban victoriosas las tropas del Ejército Rebelde, situación que motivó varios enfrentamientos de estos con la guardia rural de Fulgencio Batista, uno de los cuales alcanzó a Barajagua donde los sicarios, desesperados por la eminente derrota, ametrallaron a los guajiros y les quemaron sus bohíos. Entre ellos, la familia de Tomy, que se vio precisada a huir hacia el monte para encontrar amparo en un viejo y vacío barracón de haitianos.
Pronta identificación con la Revolución Cubana
Con la llegada del triunfo revolucionario del Primero de Enero de 1959, los Rodríguez-Zayas prontamente se identificaron con el proceso de transformaciones que en favor del pueblo cubano, comenzó en el país, movida que repercutió fuertemente en el Oriente insular tras la promulgación de la Ley de Reforma Agraria y la Campaña Nacional de Alfabetización, a la que con solo 12 años Tomy se incorporó en el año 1961 en las serranías de Moa.
Posteriormente ingresó en una escuela agrícola existente en Nipe, donde cursó la secundaria básica y se especializó en el procesamiento de subproductos de la leche de vaca y de la carne de cerdo, respectivamente. Allí colaboró con la organización de la biblioteca donde encontró infinidad de libros sobre dibujo y pintura, los cuales le instaron a practicar estas expresiones del arte durante horas; hasta que tres años después obtuvo una beca en la
Escuela de Agronomía Álvaro Reynoso, de Matanzas, donde continuó dándole riendas sueltas a su vocación artística. De tal forma se encargó del mural y durante los ejercicios militares realizaba los gráficos a los cuales le agregaba algunos detalles ambientales producto de su fértil imaginación. En esos trajines militares conoció a un joven matancero con similares inquietudes, Manuel, con quien estableció una buena amistad.
La realidad de los sueños
A partir del año 1966 comienzan a hacerse realidad los sueños de Tomy, cuando con 17 años publica varias caricaturas en Zunzún y otros medios de prensa, mientras que en un concurso de humorismo grafico celebrado en Matanzas, Manuel y él se llevan el primer y segundo premios, respectivamente. Estimulados por el notable éxito ambos comienzan a asistir en calidad de oyentes a las clases de la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas.
Tras un infructuoso intento por ser piloto de aviación, el joven humorista gráfico es ubicado en Managua, en la periferia de la capital, con el fin de que pasara allí el Servicio Militar General. La suerte volvió a acompañarlo cuando a los pocos días exhibió allí algunos de sus dibujos en una modestísima exposición que instaló en el mural, suerte de credencial que le permitió, a partir de ese momento, pasar a desempeñarse en el taller de propaganda de esa unidad militar. Enviaba sus trabajos a La Chicharra, suplemento humorístico que antecedió al DDT, en tanto, en su escaso tiempo libre, visitaba museos y galerías.
De Managua se trasladó a Camagüey, donde fue designado oficial de operaciones en el Estado Mayor de la naciente Columna Juvenil del Centenario, a la vez que —referenciadas sus exitosas experiencias en la caricatura y el dibujo humorístico—, diseñaba el periódico de esta institución militar, El Bayardo, donde conoció a otros jóvenes igualmente reconocidos en esa labor, entre ellos Nuez, Virgilio y Wilson.
El retorno a Barajagua
Al concluir sus deberes militares regresó a su hogar en Barajagua. Había bebido, aunque con limitaciones, de la fuente del éxito. Por más que intentaba readaptarse a las condiciones de la vida campestre, sus pensamientos no podían evadir la creación artística, aquella vocación que prácticamente había nacido con él. Entonces decidió probar mejor suerte y se lanzó a la aventura de conquistar la capital al precio que fuese necesario. Y así lo hizo. Hasta durmió en el céntrico Parque de la Fraternidad. Indagaba durante todo el día en busca de ayuda para publicar sus caricaturas y un buen día fue a parar a la redacción del periódico Juventud Rebelde, donde volvió a encontrarse con su amigo Manuel —otro aventurero que optó por igual camino—, quien pernoctaba allí.
En su desesperado andar en busca de un empleo que le posibilitara realizarse plenamente como humorista gráfico y caricaturista, finalmente Tomy aceptó el reto de realizar, en solo tres días —de viernes a lunes— la portada del semanario Pionero. Para ello tuvo que documentarse bien sobre las técnicas de rotograbado, el tratamiento de los colores y su proceso de separación para la impresión, entre otros muchos detalles, como el de estudiar a fondo el estilo de la publicación y la preferencia de los pequeños lectores a los que estaba dirigida. Y alcanzó el triunfo deseado, tras el cual fue el encargado de realizar muchas de las portadas hasta que se trasladó para DDT, donde permaneció desde el año 1968 hasta su muerte. Llegó a ser el director de este popular suplemento humorístico.
“El humor está en la calle, en las personas…”
Fue un sensible escudriñador de las gentes, de la vida. Situaciones, humorísticas o no, que sucedían a su alrededor constituían fuente de inspiración de quien, además, poseía una intrínseca nobleza espiritual.
“El humor está en la calle, en las personas, en las situaciones que se dan a diario; tan sólo el humorista debe hallarlo, transformarlo y trasladarlo a un lenguaje accesible para cualquier receptor. Hay muchas formas de hacer reír, algunas muy serias y chavacanas que no aportan nada y que se basan en el pesimismo, en burlarse de los defectos humanos y hasta exagerarlos. El humor debe ser muy reflexivo; tiene que ayudar y ofrecer enseñanzas, y si esto se logra con el acompañamiento de la sonrisa mucho mejor, pues el mensaje llega más fácilmente y con mucha más calidad”, había expresado en una entrevista publicada en Juventud Rebelde el 25 abril de 1999.
Una de las cualidades de la obra gráfica de Tomy es que en ese afán por superarse, por conocer y experimentar en torno a las diferentes expresiones y técnicas del arte, además de la caricatura y el humorismo, incursionó en el grabado, el aerógrafo y la pintura en acrílico, entre otras. Su imaginación y el deseo de no detenerse nunca en tales proyectos hizo que hasta utilizara azúcar en sus trabajos cuando las condiciones del Período Especial, en la década de los años 90 del pasado siglo, ocasionaron la falta de materiales.
Tal vez imbuido de sus vivencias en Barajagua, en su humor hay cubanidad. Aquellas raíces fomentaron en él la magia del jolgorio y la alegría innata de los campesinos cubanos, en los que prevalecen la alabanza, la broma, la sátira sana, nunca hiriente, portadoras de una enorme espiritualidad y sencillez, como reflejo de la vida misma.
Trascendencia de la obra de Tomy
Por eso siempre volvía a sus orígenes, a aquel entorno apacible y vivaz de las campiñas holguineras, donde luego de su muerte los habitantes de Barajagua erigieron un busto en su honor.
El niño soñador venido al mundo hace ahora 71 años, fue arrebatado por la parca en plena capacidad creativa, cuando apenas sobrepasaba las seis décadas de vida. Nos legó su obra, su persistencia, su valor para enfrentar la existencia y alcanzar la meta anhelada. Ya en los años 70, cuando el boom del humor gráfico alcanzó límites insospechados, Tomy se había situado entre los más connotados exponentes del género, junto con figuras de la talla de Manuel, Padrón, Carlucho, José Luis y el grupo de Melaíto.
Exposiciones personales de su obra se han presentado en numerosas galerías e instituciones cubanas, así como en San José (Costa Rica), Luanda (Angola), Pyongyang (República Popular Democrática de Corea), Managua (Nicaragua), La Habana, Manzanillo, Güines y Bejucal (Cuba).
Participo en exposiciones colectivas en Varsovia, Budapest, Berlín, Gabrovo (Bulgaria), Luanda, Nanterre (Francia), Chicago (Estados Unidos) y en las ciudades italianas Forte de Marmi, Florencia, Trento y Livorno.
Además de aparecer recurrentemente en Juventud Rebelde y otros medios nacionales, sus caricaturas también han sido publicadas en importantes órganos de prensa como Tiempo de Mozambique, Narodna Mladesh de Bulgaria, La Garrapata de México, Novembro de Angola, El Imparcial y Estría, ambos de Maracay, Venezuela, Junge Welt y Eulenspiegel de Berlín, Ludas Matyi e Interpress Graphic de Budapest, Hungría, III Manifesto de Roma, Italia y La Semana Cómica de Managua, Nicaragua.
Algunas de sus piezas forman parte de la colección permanente de los museos del humor de Gabrovo, Bulgaria y de San Antonio de los Baños. Sus caricaturas han obtenido treinta y seis premios en Cuba, de ellos veintiun primeros premios. Alcanzó otros de rango internacional en Polonia, Hungría, República Federal Alemana, Nicaragua, Unión Soviética y Cuba.
Obtuvo el Premio Sátira Política que se le otorgó al bimensual humorístico DDT que dirigía y que en 1985, en Forti dei Marmi, Italia, fue seleccionada la mejor publicación de Humor Político a nivel internacional.
Este genial artista falleció hace diez años, el 6 de septiembre del año 2010 luego de haber erigido una colosal obra que no solo ha sido disfrutada por los nacionales, sino también elogiada por críticos, especialistas y públicos de diferentes partes del mundo.