Con bastante frecuencia se lee en la prensa, el “descubrimiento” de supuestos genes ligados a diversos aspectos conductuales de nuestra mente, como la inteligencia, la agresividad, la religiosidad, la homosexualidad, la xenofobia y la promiscuidad sexual, entre otros muchos.
El intento de “biologizar” todos los aspectos de la vida humana es constante, a pesar de las duras críticas que se hacen, no tanto para refutar la existencia de tales genes, que de hecho pueden existir realmente, sino para aclarar la complejidad de la genética cuando de caracteres conductuales, como los antes mencionados, se trata.
Desde hace mucho tiempo está bien establecido por la genética, que los caracteres de todo tipo en los organismos (incluidos los humanos), están controlados en la mayoría de los casos por muchos genes, cada uno de ellos con un pequeño efecto sobre el carácter y grandemente influidos por el ambiente interno del individuo (los mismos genes pueden expresarse de una forma en el sexo masculino y de otra en el femenino, o cambiar su expresión con la edad), así como por el ambiente externo, tanto físico (alimento, temperatura, salinidad), como sociocultural (organización social y familiar, creencias, economía, etcétera), sobre todo en los humanos.
Esto conlleva a la formulación básica de las ciencias biológicas, en cuanto a qué determina la aparición y variación de un carácter, si los genes, o el ambiente. La respuesta es simplemente, que ambos siempre intervienen en la expresión de caracteres tales como la estatura, la fisiología reproductiva, el color de los ojos, la agresividad, la inteligencia, y todo tipo de caracteres.
No importa que en los humanos, caracteres como el color del pelo o la habilidad por la música, estén influidos grandemente por los genes, también lo están por el ambiente natural y sociocultural. De forma que, siempre restará una parte del otro componente como determinante en conjunto del carácter. Y lo más importante, dichos efectos pueden variar en la fuerza de sus influencias con el desarrollo del individuo.
Si hemos entendido bien lo planteado antes, entonces no es nada nuevo decir que se encontró un gen para determinado carácter humano en sentido general. Lo novedoso aquí consistiría en que se ha identificado un gen o genes particulares (de los muchos que actúan sobre el carácter) que afectan la expresión de un carácter específico, como, por ejemplo, la adicción al alcohol.
Este efecto podría ser directo, como cuando los genes actuan directamente sobre el metabolismo de la eliminación del alcohol; o podría ser indirecto, cuando dichos genes no afectan directamente el metabolismo del alcohol, pero podrían estar asociados a los genes que sí lo afectan, por ser modificadores de su expresión o por encontrarse en los mismos cromosomas.
Pero, el problema de los genes para tal o mas cual carácter se hace más agudo cuando se trata de caracteres conductuales. Para un carácter morfológico como la estatura, todo el mundo puede entender perfectamente, que los genes interactúan con el ambiente físico, en nuestro caso el alimento, y que las personas muy altas poseen genes que permiten, dada una buena alimentación, desarrollar, por ejemplo, huesos más largos, lo que provocará entre otras causas, esa alta estatura.
¿Pero qué determina un carácter conductual como la agresividad, la homosexualidad, o la religiosidad? Para comenzar, la primera causa de confusión con estos caracteres, es el etiquetamiento con un mismo nombre, para caracteres que realmente resultan distintos.
Decididamente, no pueden tener una misma base genético-ambiental, las agresividades en el deporte, la guerra, o frente a un animal peligroso. Lo mismo sucede para las etiquetas homosexual, travesti, transexual, bisexual y homosexual estricto. Y, ¿qué decir de la religiosidad? No alcanzarían ni 100 artículos como este, para describir la enorme gama de creencias y conductas que despliegan los humanos, ante ese fenómeno tan fascinante que llamamos religión.
Así como la clave de la acción de los genes y el ambiente en cuanto a la estatura está en el metabolismo de los alimentos, la clave de esa misma acción, para los caracteres conductuales, está en el cerebro y su desarrollo.
Al igual que un edificio en construcción, el cerebro humano, necesita un arquitecto (los genes), materia prima (las moléculas orgánicas que lo conforman), que llevadas al proceso de construcción (proceso de aprendizaje) por la idea particular del arquitecto (genes específicos para “hacer” el cerebro), dará como resultado una “inmueble” único. Si dicho cerebro es religioso o no, dependerá básicamente del tipo de arquitecto, de los materiales empleados y del proceso de construcción.
Un estudio para analizar las bases genéticas de la religiosidad, se llevó a cabo con entrevistas a gemelos, acerca de sus creencias, en el hecho conductual de asistir a las iglesias, además de las 2000 muestras de ADN (ácido desoxirribonucleico, el material hereditario).
Sobre esto último, los investigadores encontraron que las personas religiosas compartían con mayor probabilidad, el gen VMAT 2 o Gen de Dios, como decidieron llamarle. Estos científicos admitieron la importancia de los factores socioculturales en la religiosidad, pero plantearon que los efectos genéticos predominaban sobre los ambientales, durante el paso de la adolescencia a la adultez.
Pero, para dicho estudio debe considerarse que el cerebro de un individuo X, se habrá construido por los genes durante el proceso de aprendizaje de tal forma que, aun en un ambiente sociocultural de alta religiosidad, él no acepte tales creencias y conductas. Por el contrario, otros cerebros, estructurados de otra forma por genes alternativos a los anteriores y otro tipo de aprendizaje, serán más receptivos a tales creencias y prácticas.
Estos genes y esos ambientes durante el aprendizaje, siempre estarán presentes, en determinados períodos del desarrollo del individuo, o en ciertos ambientes internos y externos, y un componente tendrá más efecto que el otro. Y al final de todo este proceso de interacción dinámica, el cerebro humano quedará estructurado para ser encasillado como religioso o no religioso, aunque realmente este etiquetado simplista, no sea el más correcto y efectivo.