En su libro, Miami. City of future, el periodista e historiador T.D. Allman afirma: “Fue solo gracias a un accidente de la historia, la Revolución cubana, que Miami adquirió las habilidades humanas y las condiciones hemisféricas necesarias para explotar sus ventajas naturales como la capital del Hemisferio Occidental al sur del río Grande y el Golfo de México”.
Para una ciudad que no rebasaba la condición de enclave turístico veraniego o refugio de jubilados del norte del país, con una población que apenas alcanzaba un millón de habitantes en 1959, convertirse en el epicentro de la guerra de Estados Unidos contra Cuba, tuvo repercusiones extraordinarias. Se transformó tanto su base económica y social, como las condiciones en que tendría lugar el ejercicio de la propia política local.
A partir de ese momento, el tema Cuba estará en el centro de las campañas políticas de la ciudad, incluso cuando la mayoría de los inmigrantes cubanos aún no estaban en capacidad de votar en las elecciones, la razón no era solo ideológica, sino la relación existente entre este asunto y los beneficios económicos y políticos asociados a estas posiciones. En el exótico escenario miamense devino un ritual en el que los políticos de todo el país se acercan a la ciudad para hacer votos de fe anticomunista y prometer el derrocamiento del régimen de Fidel Castro.
Las estructuras destinadas a la guerra contra Cuba, muchas de ellas creadas por la CIA, también acabaron puestas en función de influir en la política doméstica y se articuló una fuerza política que permitió a los cubanoamericanos el control de importantes espacios locales, así como catapultar a la extrema derecha a planos nacionales, formando parte de los sectores más conservadores del país. Así nació lo que Francisco Aruca bautizó como la “industria del mal”.
Cuando ahora vemos a viejas organizaciones contrarrevolucionarias, medios de comunicación locales o incluso a figuras recién emigradas de la Isla desgañitándose para apoyar al candidato republicano a la presidencia, no estamos en presencia de algo nuevo, sino de una norma de lo que viene ocurriendo en el enclave cubanoamericano de Miami desde hace muchos años.
Tampoco es nuevo que la pasen mal los que no se pliegan a esta corriente, el linchamiento mediático ha sido una práctica común de los medios cubanos en la ciudad, para no hablar de los muertos y heridos que ha dejado la historia de esta cruzada “democrática”.
Lo que ha evolucionado es la sofisticación que han alcanzado algunas de estas acciones. A tono con lo que viene ocurriendo en Estados Unidos, aunque en Miami aún existen programas de radio o televisión que continúan pastando en territorio jurásico, las campañas políticas están regidas por mecanismos tecnológicos y matemáticos muy avanzados, que permiten establecer el perfil psicológico, los intereses y los gustos de aquellas personas a los que va dirigido el mensaje.
Tanto los demócratas como los republicanos aprovechan estos mecanismos. Se dice que Barack Obama fue el primer cyberpresidente de la historia, pero la derecha republicana los perfeccionó, muchas veces de manera perversa, hasta el punto de garantizar la victoria de Donald Trump en 2016. En buena medida, la próxima elección del presidente norteamericano dependerá de la influencia que se ejerza a través de estos medios.
La Florida es uno de los escenarios fundamentales de esta batalla y los votantes cubanoamericanos uno de los “clusters” en que está dividida la sociedad estadounidense. Especialmente son un blanco de los republicanos, que esperan aumentar el nivel de respaldo en este segmento poblacional, explotando otra vez el tema de la hostilidad hacia Cuba.
A partir del diseño y el activismo de la extrema derecha cubanoamericana, ha sido brutal la política de Donald Trump hacia Cuba, sobre todo cuando se ha llevado a cabo en medio de una pandemia que acosa al mundo entero. Aunque no deja de ser una aberración, no es tan extraño en la historia del país que una parte de los cubanos actúe con tanta saña contra el resto de los suyos, los voluntarios y guerrilleros criollos al servicio de España, eran más temidos por su crueldad que los soldados españoles.
Para llevar una política de esta naturaleza se necesita alguna racionalización que la sustente. Hay que entronizar una matriz de opinión que justifique hacer cualquier cosa con tal de acabar con un régimen etiquetado entre los peores de la historia de la humanidad. Incluso el terrorismo más salvaje ha encontrado su excusa en esta lógica y generaciones de emigrados cubanos se han educado bajo estas premisas, dando lugar a una cultura del odio que se ha impregnado en la actitud de muchas personas, incluso en nuevos inmigrantes, particularmente vulnerables a los condicionamientos del gueto. Lo extraordinario no es que muchos cubanoamericanos apoyen a Donald Trump, sino que otros tantos voten en su contra, reflejando las transformaciones sociales y políticas que han tenido lugar en esta comunidad.
El sostenimiento de este clima, no admite ningún vestigio de normalidad en las relaciones con Cuba. Hasta hace unos meses, como secuela de la ampliación de contactos durante el gobierno de Obama, resultaba usual la presentación de artistas cubanos en Miami, así como de cubanoamericanos en Cuba. Parecían romperse las barreras que durante décadas había impedido este tipo de intercambios, pero una nueva ofensiva de intolerancia ha caído sobre los artistas cubanos, obligándolos a definirse contra el sistema cubano si quieren acceder al mercado miamense. Algunos han cedido a las presiones y estamos siendo testigos de las “conversiones” más insólitas y bochornosas.
Vale insistir que tampoco esto es nuevo en el actuar de la derecha cubanoamericana, lo novedoso es el impacto que ahora tienen estas actividades en Cuba. Mientras que antes su repercusión se constreñía básicamente a la población de origen cubano en la localidad, incluso con limitaciones hacia segmentos de esa población que prefieren manejarse en inglés y muestran inclinaciones políticas más liberales, el incremento de los contactos con Cuba y, sobre todo, la influencia de mensajes a través de las redes sociales, ha determinado un alcance mucho mayor dentro de la propia sociedad cubana, lo que plantea una nueva dimensión del problema, que no es ajena a los formuladores de la política norteamericana contra el país.
Mientras que radio y televisión Martí han gastado millones de dólares intentando infructuosamente acceder al público cubano, así como otros muchos millones destinados a la subversión se perdían en Miami en su camino hacia la Isla, ahora ni siquiera hace falta aparentar que se cuenta con una contraparte en Cuba para acceder a esos fondos. Basta conseguir “seguidores” en las redes por cualquier medio. Y de eso se trata las nuevas campañas, que igual cuentan con mecanismos científicos para ser diseñadas.
Los blancos son muy diversos y abarcan a toda la población cubana, pero los mensajes están más dirigidos a zonas de la sociedad particularmente afectadas por las tensiones económicas, con bajo nivel cultural promedio y donde se observa cierto deterioro de la conducta cívica. Eso explica la selección de tipos marginales como “influencers” políticos y que el sector preferido ha sido el universo de la cultura popular.
Las campañas tienen el gancho de la morbosidad que acompaña la revelación de supuestos secretos personales, especialmente cuando se trata de figuras políticas o artísticas, acusaciones falsas o legítimas de corrupción o cualquier noticia que refleje algún descontento social. Da igual que sea verdad o mentira y no hay límites para la infamia. El asunto no es lucir respetable, sino todo lo contrario, porque pareces más “popular”.
Ante tal avalancha de información indiscriminada, hasta los opositores de otro perfil ven mermada su visibilidad. La lógica de estas campañas no es crear alternativas políticas, incluso las auspiciadas por Estados Unidos, sino alentar el caos social en Cuba.
Más grave aún es que intoxican el debate nacional respecto a los reales problemas por los que atraviesa el país y cuyo mal tratamiento aporta credibilidad a las peores interpretaciones. A veces, la respuesta oficial u oficiosa es tan magra en argumentos como la ofensa y, en la medida en que se mezclan posiciones e intenciones, así como se establecen prejuicios frente a la crítica legítima, tiende a prevalecer la deslegitimación personal como recurso para la imposición de criterios.
Cuba ha tenido que enfrentar todo tipo de agresiones, pero el escenario actual es nuevo en muchos sentidos, también en las condiciones en que se lleva a cabo la confrontación ideológica. Ya no basta inventar antenas para que no ingresen señales indeseadas, por el contrario, lo más indicado es precisamente proveer a la población con la mayor y mejor cantidad de información posible, así como alimentar la confrontación inteligente de posiciones diversas, con vista a construir los nuevos consensos que impone la actual situación.
Frente a esta pandemia de grosería que nos llega de Miami, el único antídoto es la transparencia y la cultura.
(Tomado de Progreso Semanal)