Era el 12 de agosto de 1988. Los periodistas cubanos que cubríamos la toma de posesión presidencial de Rodrigo Borjas, en Ecuador, y, especialmente, la primera visita oficial del Comandante en Jefe, Fidel Castro, a ese país, fuimos convocados a la casona del artista de la plástica Oswaldo Guayasín, en la falda de un cerro de Quito. Objetivo: celebrarle su inminente 63 cumpleaños a Fidel.
Fue un sorpresivo regalo aquel privilegio de asistir al primer convite que agasajaba al líder cubano por su onomástico fuera de su país. Desde entonces, al acercarse el 13 de agosto siempre evocó en mi memoria escenas inolvidables, algunas de las cuales comparto ahora.
A la llegada del equipo de Prensa Latina a la vasta mansión del gran pintor –a quien entrevistaría días después junto con Luis Báez— advertí al equipo que atendía a los visitantes en la puerta que llevaba mi modesta Pentax porque se decía que no se permitiría lleváramos equipo alguno. Salvado el inexistente escollo, con una palmadita en el hombro, luego de la consabida revisión técnica y cámara fotográfica en ristre, comencé a tomar cuanta escena de interés cayera ante mis ojos mientras escuchaba diálogos informales entre los asistentes, personalidades de la vida política, cultural y social quiteña, y la delegación cubana, en particular con “El Jefe”.
El colofón llegaría en el momento de cortar un gran “cake” con muchas velitas iluminando el salón principal. La secuencia que pude captar, subido a una silla cercana a la del querido Chomi (José Miyar Barruecos), de Fidel compartiendo con Guayasamín, en gestos de hermosa amistad, han sido la cima de mis inquietudes profesionales reflejadas a través del lente.
Tomé otras muchas pero todos los negativos –aún no existía el mundo digital actual—fueron a parar al Centro de Documentación gráfica de PL. Sólo me quedé, como recuerdo, con copias de aquel instante inolvidable de mi existencia.