FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje 41 / ¿Resiliencia del idioma con partos podálicos?

Disfrutar el sabor de las palabras exige conocerlas, no sentirse con derecho a imponerles caprichos. No se habla aquí de lo que en el ensayo “En/con/desde la palabra” (De Cuba en el mundo, Ediciones Capiro, 2001) el columnista llamó “el palabrazo”: recurso que sirve para velar la realidad con eufemismos voluntaristas y, meros ejemplos, no hablar de robo, sino de faltante o merma; no de delinquir, sino de luchar… O para sostener afirmaciones poco sustentables, aunque hayan sido prósperas, como “El socialismo es irreversible”. No se trata de eso, no; pero los deslindes pueden ser inciertos.

Hace un tiempo nada era representativo ni importante, sino emblemático, y nadie conversaba, colaboraba, jugaba, discutía o peleaba con otras personas: no más interactuaba, solo que el verbo, salvo por el abuso de que era víctima, se empleaba correctamente. Hoy no se informa, no se distribuye, no se trasmite: se comparte y, para colmo, se maneja mal el verbo. Hay que sujetarse bien al sillón desde el cual se atienden programas televisuales para no caerse al oír que no se comparte la información con el público, sino se le comparte.

Quienes así se expresan ¿nunca se han percatado de que los objetos, los datos, los sentimientos —lo que sea— se comparten con otras personas, y no se les comparten a ellas? Un mínimo de observación y una pizca del raro sentido común pueden ser útiles. No es la primera vez que “Fiel del lenguaje” —ni esta columna es el único espacio donde se ha llamado la atención sobre un dislate que mete miedo— recuerda que la expresión per cápita significa por cabeza (de persona). Pero el presente artículo se escribe cuando en la revista televisual “Buenos Días” acaba de oírse que en Las Tunas se han detectado ¡tres contagios de covid-19 por persona! Sí, tres per cápita.

Eso se dijo para tratar de decir —tratar, sí, sin conseguirlo— que se han detectado tres infectados por cada uno de los municipios donde los ha habido. No se culpe a Las Tunas de lo que, por lo visto, va a sus estadísticas como un dislate importado. Es comparable con el cometido cuando esa provincia fue seleccionada sede del acto nacional por el 26 de julio, y un periódico representativo del país mencionó en un titular de primera plana, y en enormes caracteres, una de las razones del merecido reconocimiento: “Logra Las Tunas cuatro niños muertos de cada mil nacidos vivos”.

Eso, por contraste, recuerda el modo como en nuestra prensa deportiva se habla de la efectividad de los lanzadores en el juego de pelota. Para calzar una queja sobre el tema aparecida recientemente en Facebook, puede verse lo expuesto en las entregas 37 y 40 de “Fiel del lenguaje”. Ambas incluyen lo que debería ser elemental, aunque haya profesionales que, remunerados por su labor, lo ignoren: cuando un lanzador baja su número de carreras limpias permitidas no reduce su efectividad, sino que la aumenta.

Mientras no se pruebe lo contrario, parece venir a ponerle la tapa al pomo el uso, en documentos oficiales, de pasos podálicos como nombre de la sencilla y muy importante desinfección de la suela de los zapatos —no de las plantas de los pies, salvo que se ande descalzo— para que no se propague el sarscov-2. Pero ¿de dónde ha salido tal maravilla de metáfora? ¿Será que en alguna reunión importante un bromista afanado en provocar risa para aliviar tensiones dijo que enfrentar la pandemia de covid-19 es peor que recibir fetos que vienen de pie?

A eso concierne —y no hay pruebas de que también a otra cosa— el adjetivo podálico. Citemos el Diccionario de la Real Academia Española: “Se dice de una maniobra obstétrica: Que consiste en ayudar al parto tirando de los pies del feto”. Responde a que esa es la posición —de pie, no de cabeza, que es la manera más conveniente— en que ese feto desciende del vientre materno. Pero seguramente peor que nacer pies abajo será nacer de nalga, para lo cual existe una frase más sonora y no menos eficaz.

Una cosa cabe suponer sobre los encuentros donde surgió el empleo de pasos podálicos para designar la acción de desinfectarse cada quien, sin ayuda de obstetras ni de otros profesionales, la suela de los zapatos. Allí habría personas con acreditada formación en las ciencias médicas, aunque no necesariamente en obstetricia. Si no se le va a poner aconsejable freno a ese uso de la expresión pasos podálicos, ¿tampoco se explicará en qué concilio científico se acordó darle un uso tan “creativo”?

En el menos indeseable de los casos, ¿no habría sido más sensato hablar de desinfección pedestre, a falta de algo así como desinfección zapática o suélica, expresiones que Cantinflas habría disfrutado usar? Lo que va siendo pedestre, y no porque se hable de pie, es el uso del idioma, a veces tanto más cuanto más sabor de sabiduría se le quiere dar. ¡Hay que ver la cara de satisfacción con que algunas personas modulan sus dislates!

No todo se reduce a individuos aislados. Los organismos, las instituciones y las autoridades del país —no solo la televisión, ostensiblemente huérfana de ese auxilio— necesitan y merecen tener personas calificadas —léase: bien calificadas— que atiendan la revisión de textos para que a la población no lleguen documentos legales escritos en términos incomprensibles. No digamos que no susciten risa, porque lo que está en juego es demasiado serio, pero pudiera decirse más.

Aunque se pongan de moda, y acaso aún más cuando eso ocurre, las palabras deben usarse con la mayor precisión. Hace unas décadas se puso en boga —felizmente duró poco, a pesar del ímpetu dogmático del inicio— decir que José Martí era demócrata-revolucionario. Fue algo que vino a recordar lo que un sabio llamó la manía de los clasificadores, y decirlo no niega en modo alguno que, bien pensadas y usadas, las clasificaciones son recursos científicos útiles.

Pero se intentaba aplicar a Martí un rótulo —no es necesario mencionar la procedencia, que no obligaba a adoptarlo— usado entonces con soltura para ubicar a ideólogos que “ya no eran de la burguesía”, pero aún “no habían llegado a ser del proletariado”. Tal parcelación, aunque bien intencionada, apoyaba conceptos eurocéntricos, cuando menos, y en lo tocante a Martí parecía servir para “perdonarle” que no hubiera llegado a lo que se entendía como la única meta que le asegura grandeza verdadera a un pensador.

El columnista —que no fue el único en hacerlo— reaccionó contra esa mistificación, y la refutó en el ensayo “José Martí de más a más. Acerca de su evolución ideológica” (Anuario del Centro de Estudios Martianos, 1983), desde la introducción: “Un hombre llegador”. Pero la mistificación dio “frutos”, en grados y con ejemplos que requerirían demasiada digresión en este artículo. Sin entrar en más consideraciones —conceptuales, científicas, éticas…—, apúntese que hubo quien le cambió el título y un par de líneas a un viejo libro sobre Martí para publicarlo como un novedoso tratamiento del tema.

Otro caso fue el anuncio de la presentación de un texto que vendría a probar que Martí era resiliente. El columnista acudió lleno de entusiasmo, de interés, y adquirió el volumen —breve, por suerte—, con la ilusión de hallar algo nuevo en él. Al leerlo, comprobó que era un resumen de lo que ya se sabía acerca del héroe, pero todo reducido a la conclusión de que era resiliente.

De origen latino, resiliencia designa la propiedad que algunos materiales tienen de retornar a su forma original cuando cesan las fuerzas que lo han obligado a perderla. De ahí el uso metafórico del término, que —según fuentes— en 1973 el científico canadiense Crawford Stanley Holling aplicó, en inglés (resilience), a sistemas ecológicos. El vocablo, que ha hecho fortuna también en sicología, atañe a un poder que no se tiene porque se quiera, sino porque se tiene, aunque valga el afán de cultivarlo.

En individuos y en colectivos —como países— son determinantes las facultades que aseguran la capacidad de resistir: tenacidad, inteligencia, organización y planificación, firmeza, previsión, racionalidad… Un huracán derribará las viviendas débiles o mal construidas; de no ponerse a buen resguardo los bienes materiales, las lluvias podrán dar cuenta de ellos, y si no se protege a las personas que vivan en zonas de peligro, será más probable que haya muertes… Si al buen resultado de las buenas medidas tomadas para evitar desastres se le quiere llamar resiliencia, hágase, pero sabiendo que se trata más bien de una metáfora, y que reducirlo todo a consignas lleva más bien al palabrazo.

Dos anécdotas de buena tinta. Comenzaba la aplicación de la necesaria política tributaria, y en una reunión de barrio alguien lleno de entusiasmo y buenas intenciones gritó para subirles la parada a las consignas precedentes: “¡Vivan los impuestos!”; pero más adecuado habría sido vitorear la productividad y la eficiencia buscadas con ellos. En otra reunión se oyó gritar: “¡Abajo los drogadictos!”, cuando la sensatez y el sentido humano convocaban a decir: “¡Abajo el narcotráfico y la drogadicción!”

Otros asuntos había previsto el columnista para la presente entrega; pero, abrumado, ve cómo se le acaba el espacio sin poder añadir más que la aspiración de tornarse resiliente. Y no por cierto como un feto que sale airoso a pesar de presentarse con los pies, sino con la cabeza, para —al menos si del idioma se trata— no vivir destinado a lo pedestre.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

5 thoughts on “Fiel del lenguaje 41 / ¿Resiliencia del idioma con partos podálicos?

  1. Me encantó este trabajo, lo comparto, totalmente de acuerdo. Le agradecería que tratara en su columna una frase que escucho mucho entre los dirigentes del país : “un nivel de” al referirse a cualquier recurso: madera, techo, harina, alimentos, insumos para la industria, etc. Yo me pregunto: ¿es acaso ésta una unodad de medida? ¿No sería mejor decir la cantidad y cuanto representa de lo que se necedita?
    Gracias por su trabajo.

  2. resiliencia,, al fin la veo puesta en su lugar. Aunque a veces siento que está arando en el mar, gracias a Toledo, fiel
    al lenguaje, que desenmascara la fácil aunque poco estimulante tarea de no pensar y de agarrarse del primer palabrazo y de la primera palabreja que pase . Qué bueno sería si en los murales (si todavia existen) de redacciones y escuelas de periodismo estuviera Fiel del lenguaje en lugar destacado. Gracias amigo por tu batalla contra molinos de viento, y también a Cubaperiodistas.

  3. Excelente !!!! .Gracias a que yo estaba disgustada con el mal uso del adjetivo podálico en el Granma del 31 de agosto ,encontré esta publicación que me ha encantado y aclarado dudas que me incomodan por la mala utilización del lenguaje. En lo adelante seguiré fiel a Fiel del lenguaje.

  4. Exelente artículo, muy instructivo y esclarecedor, es una lastima que nuestros periodistas y funcionarios públicos repitan las “palabras de moda” sin conocer su significado. Muchas gracias, lo comparto.

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