Contra pocas figuras de la historia se empleó en vida una maquinaria de demonización como la utilizada contra Fidel, tal vez en ninguna se haya gastado más dinero no solo para liquidarlo físicamente, sino para exterminarlo moralmente: Desde polvos destinados a dejarlo sin su legendaria barba, hasta sustancias para hacerlo reír incontrolablemente en público, se fabricaron en los laboratorios de la CIA. Pero ninguna cifra supera el financiamiento para las campañas propagandísticas, cargadas de calumnias y mentiras contra la Revolución Cubana, que tuvieron y aún después de muerto, continúan teniendo, en su principal conductor el blanco predilecto.
¿Cómo se explicaría entonces la contradicción entre esa realidad y el hecho incontestable de que donde quiera que viajó, incluso allí donde eran cotidianas las infamias contra su persona, fuera aclamado fervorosamente por las multitudes y saludado respetuosamente por adversarios ideológicos y políticos?
Contra la explicación mediocre del «liderazgo carismático» con que algunos escribidores trasladan a él el fervor inconsciente que pueden despertar los demagogos, Fidel es un líder ético, con indiscutible carisma, pero su diferencia con otros carismas estriba en que acompañó sus palabras con «hechos y realizaciones concretas», no mintió jamás y se despertó cada día pensando qué hacer por los demás, dando el constante ejemplo personal de ir siempre delante y dar la cara, como ha exigido el pueblo cubano de quienes ha reconocido como sus líderes auténticos, desde Céspedes hasta hoy. La estatura moral de quien actúa dejando claro que, por alta que sea la causa que se defiende, el fin no justifica los medios, hace brillar y distingue a Fidel en la geopolítica internacional.
Fidel tampoco es aquel que mantiene a los suyos en la oscuridad para aprovechar la ignorancia y manipular con facilidad, sino el que afirma tempranamente «al pueblo no le decimos cree, le decimos lee», el que comparte en sus discursos datos y argumentos sofisticados, investigados minuciosamente y expresados con una lógica impecable y una pedagogía política consistente. La transformación educativa que lideró fue capaz de convertir un pueblo, donde eran comunes los analfabetos totales y analfabetos funcionales, en protagonista de hazañas científicas, culturales y militares, que solo pueden nacer de un desarrollo masivo de las inteligencias que el capitalismo invisibilizó con la exclusión clasista de una república idealizada por sus enemigos, pero constatada por él y sus compañeros en sus más dolorosas inequidades.
Pero el apego a la ética y la obra educacional no bastarían para explicar la victoria fidelista sobre sus demonizadores, que crece con el tiempo. Su hábil y creativo manejo de la comunicación, su sentido del contragolpe arrasador frente a la calumnia o la adversidad y su conciencia de la importancia de lo simbólico, son evidentes desde los inicios de su actividad política. Es el estudiante que desafió a la politiquería reinante, al trasladar a La Habana un símbolo como la campana de la Demajagua, el candidato a representante a la Cámara que camina casa a casa el barrio de Cayo Hueso y le envía una carta a cada elector, el que apresado después del asalto al cuartel Moncada es fotografiado en el Vivac de Santiago de Cuba justo delante de un retrato de Martí, el que desde la cárcel pide a sus compañeras publicar y distribuir clandestinamente su alegato de defensa que sigue siendo hoy un best seller mundial. Fidel es el jefe que en medio de las más agudas carencias en una guerrilla a la que le falta de todo menos convicción y arrojo, recibe en el primer refuerzo brazaletes y uniformes, el que percibe la importancia estratégica de Radio Rebelde y define su protección como uno de los tres objetivos principales frente a la ofensiva batistiana del verano de 1958.
Es Fidel el que apenas naciendo la Revolución, viendo las campañas contra ella, organiza la Operación Verdad; impulsa la fundación de Casa de las Américas para el diálogo con la intelectualidad latinoamericana; la Agencia Prensa Latina y Radio Habana Cuba, para difundir la verdad de Cuba; el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos para cultivar la solidaridad de doble vía y, en medio de grandes tensiones, dedica tiempo y da la máxima atención a intelectuales que visitan el país como Graham Greene, Jean Paul Sartre y Simone de Beavuoir. Su sentido de lo simbólico, no como algo vacío sino como testimonio viviente de qué es la Revolución, está en la transformación de los cuarteles en escuelas que llega hasta el siglo xxi con la creación de la Universidad de las Ciencias Informáticas, donde antes hubo una estación militar de monitoreo radiolectrónico.
Su diálogo con el periodista franco-español Ignacio Ramonet es una cátedra acerca de la falacia de la libertad de prensa que preconiza el capitalismo, el valor que concede a la crítica dentro del socialismo y la importancia de la cultura y la educación frente a los desafíos que plantea el control monopólico imperialista de la comunicación:
«Llegamos a la convicción de que es necesario desarrollar mucho más el espíritu crítico. Yo lo he estimulado al máximo, porque constituye un factor fundamental para perfeccionar nuestro sistema.
«Sabemos que hay inconvenientes, pero queremos una crítica responsable.
«A pesar de las posibles consecuencias, todo es mejor que la ausencia de críticas.
(…)
«Si usted llama libertad de prensa al derecho de la contrarrevolución y de los enemigos de Cuba a hablar y a escribir libremente contra el socialismo y contra la Revolución, calumniar, mentir y crear reflejos condicionados, yo le diría que no estamos a favor de esa “libertad”.
«Mientras Cuba sea un país bloqueado por el imperio, víctima de leyes inicuas como la Helms-Burton o la Ley de Ajuste Cubano, un país amenazado por el propio Presidente de Estados Unidos, nosotros no podemos dar esa “libertad” a los aliados de nuestros enemigos cuyo objetivo es luchar contra la razón de ser del socialismo».
(…)
«En esos medios “libres”, ¿quién habla? ¿De qué se habla? ¿Quién escribe? Se habla lo que quieren los dueños de los periódicos o de las emisoras de televisión. Y escribe quien ellos deciden. Usted lo sabe bien. Se habla de “libertad de expresión”, pero en realidad lo que se defiende fundamentalmente es el derecho de propiedad privada de los medios de divulgación masiva».
(…)
«Nosotros soñamos con otra libertad de prensa, en un país educado e informado, en un país que posea una cultura general integral y pueda comunicarse con el mundo».
Es por eso que creó espacios como la Mesa Redonda y Universidad para todos. Cuando la entonces Oficina de Intereses de Estados Unidos comenzó a dar cursos de inglés en su sede, como parte de sus planes subversivos, él impulsó los cursos de inglés por televisión, y cuando le preguntaron qué harían los cubanos con internet, respondió con la velocidad de un rayo: «hablar con los norteamericanos en inglés».
Su confianza en el pueblo, al que organizó y educó, era infinita, precisamente a partir de esa educación y organización, pero nunca subestimó la necesidad de dar explicaciones profundas ante temas complejos, como hizo en su larga reflexión televisiva que preparó a los cubanos para recibir exitosamente al Papa Juan Pablo ii, cuando toda la prensa internacional anunciaba este sería el ángel exterminador del socialismo cubano.
Justamente en estos días, en los que corren como el viento las noticias falsas, es común la explotación de reflejos condicionados en las personas para llevarlos a reaccionar emotivamente ante una imagen o un titular sin detenerse antes en un mínimo análisis de fuentes o contextos, traen de vuelta a ese batallador por la verdad que es Fidel. Cuando la tecnología y el dinero convierten a mentirosos profesionales en líderes de opinión y a repetidores de las fórmulas que han conducido al mundo al desastre en que se encuentra en grandes gurúes que nos proponen novedosas fórmulas salvadoras, justo desde donde el capitalismo y la democracia representativa se hunden en el descrédito y ellos no tienen una palabra que aportar, el método fidelista de convertir al pueblo en protagonista de su propia defensa y dotarlo de los más altos conocimientos, transformando y potenciando para ello la institucionalidad revolucionaria, resulta un tesoro al que debemos acudir de manera creativa y consecuente.
La articulación con el objetivo de crear desde las bases de la sociedad cubana un receptor crítico y un ciudadano capaz de usar de modo creativo y emancipador las Tecnologías de la Información y la Comunicación, no puede conformarse con la alfabetización informacional. Se necesita con urgencia un proceso dinámico y dinamizador que, como ha llamado el Presidente Díaz-Canel, permita «aprovechar todas nuestras potencialidades», porque «no podemos seguir anclados a formas de comunicar anteriores a la era digital, y no podemos burocratizar los procesos ideológicos». Más que crear habilidades, se necesita formar una sólida cultura de la comunicación no solo en los directivos, sino a nivel de todo el pueblo, utilizando para ello la escuela, los medios de comunicación y las estructuras de base de las instituciones y las organizaciones políticas y de masas para convertir a cada ciudadano en un defensor activo de la verdad y un crítico responsable con aquello que esté mal, dotado de un conocimiento que le permita utilizar la vía más eficaz y rápida para convertir la crítica en participación y solución.
El país con más maestros por habitante, el que eliminó en menos de un año el analfabetismo y pintó la universidad de «negro, de mulato, de obrero, de campesino», el que con acciones de comunicación política liberó a Elián y logró el regreso de los Cinco, no puede proponerse menos, ni se lo permitiría la memoria de aquel que se puso al frente de su pueblo para vencer en todas esas batallas.
(Tomado de Granma)