No sé quién dijo una vez: “la vida da más vueltas que un trompo de juguete”. Tenía razón. En su Angola natal, Wicho era un simple Mono de Terciopelo, uno más entre decenas de sus congéneres que habitan en las sabanas del sur angolano, limítrofes con Namibia.
¿Cómo llegó a La Habana…? Hay una sola versión creíble y escueta: durmiendo bajo los efectos de un soporífero dentro de una mochila en un vuelo procedente de Luanda, en tiempos de la guerra por la liberación de Angola. Sobran los detalles.
Al parecer, el drástico cambio geográfico no lo afectó mucho. Ni siquiera se sabe cómo llegó a la Televisión Cubana. Lo cierto es que muy pronto se vio inmerso en el estrellato y la fama. Conoció las deslumbrantes luces de los estudios; se desplazó con la agilidad propia de los simios entre tarimas y trastos escenográficos; se trepó sobre actores y cámaras; actuó como le dio la gana en aventuras de corsarios y piratas, sin ajustarse al guion; fue querido y malcriado por directores, actores, productores y grupos operativos.
En 1983, durante el rodaje de mi documental Una Epidemia Moderna, necesité la participación de un primate no homínido. El productor me presentó a Wicho, que entonces vivía en el traspatio de una vieja casa de la calle Infanta. De allí me lo trajo a la locación… encadenado, pues siempre estaba dispuesto a escapar, para campear por sus respetos.
Quise guardar un par de fotos de recuerdo… y ahí tienen el resultado. Como buen actor, le dio un toque de espectacularidad a la escena. Pudo haber sido un reflejo condicionado; tal vez dedujo que ante una cámara hay que actuar… y lo hizo. Lo de orinarme la cabeza lo vi como una forma muy simiesca de expresar sus dotes histriónicas.
Si en algún momento extrañó a sus parientes de la manada, nunca lo demostró. Pero como ha sucedido con no pocos famosos del cine y la televisión, las malas compañías lo llevaron a la vida parrandera y bohemia. Se convirtió en visitante asiduo de bares de mala muerte aledaños a La Rampa habanera. Lo que comenzó como una gracia y una monería se convirtió en una adicción que lo llevó a la tumba.
Han pasado casi cuarenta años y revisando viejas fotos de trabajo encontré estas dos. Los que lo conocimos y alguna vez trabajamos con él siempre recordamos a Wicho, el travieso personaje de las aventuras de la televisión. En su memoria, les cuento esta anécdota…, antes que se me olvide.