En los años posteriores al golpe de Estado dado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, -como reflejo inconfundible de una era de injusticia y decadencia social-, un negro flaco, andrajoso y zigzagueante solía arrastrar su humanidad a duras penas por las calles del barrio habanero de Cayo Hueso.
Diez años antes, en tiempos del segundo gobierno de Ramón Grau San Martín, este personaje fue el entusiasta conguero conocido por “Alambre”, borracho, marihuanero y pastillero, -hoy se le llamaría adicto-, que tocaba los tambores en la comparsa del Partido Auténtico y calentaba los cueros en el patio de mi casa, para mayor espanto de mi madre, preocupada porque “…el niño se va a asustar”. Yo tenía 3 años y gozaba de lo lindo con toda aquella barahúnda de negros y tambores. Tal vez por eso saqué el africano por los oídos y los pies.
Ya en los años cincuenta y pico, en pleno batistato, Alambre consumía parte de su dosis diaria de “palmolive” en el bar de Paco, el gallego, frente al Parque de Trillo. El “palmolive” era una mezcla asquerosa de todas las sobras que los bebedores dejaban en sus vasos.
Ya de noche, bajo los efectos del alcohol y vaya usted a saber qué sicotrópicos, “Alambre” armaba un show muy personal al que tenía acostumbrado a todo el vecindario. Tambaleándose, en medio de la calle y en plena dictadura, empezaba a dar gritos de “¡Abajo Batihhhtaaa…!”, sin que nadie lo acallara; y para aderezar su riesgoso discurso agregaba a voz en cuello: “¡Ehte´seh´paíh deloh´hijoe´p…!”
Poco antes de la farsa electoral de 1958, en medio de la creciente represión de la dictadura ante las acciones de los rebeldes en la Sierra y de la lucha clandestina en las calles, “Alambre” voceaba y trataba de vender, -siempre en su deplorable estado-, nada menos que el engendro Tiempo en Cuba, que publicaba “El Cojo” Rolando Masferrer, connotado personaje del batistato.
Con voz cascada y etílica, “Alambre” anunciaba su cercanía bajando por la calle San Miguel. Pero una noche, algo en ella resultaba premonitorio. Era como si al pregonar Tiempo en Cuba, estuviera burlándose de su propia suerte, diciéndole adiós a su miserable vida y reafirmándoles a todos los que lo escuchaban, -y nunca le compraron un periódico-, que el tiempo en Cuba iba a cambiar muy pronto.
Como todas las noches, siguió por San Miguel abajo, pero a mitad de la cuadra se detuvo. El último zigzag lo hizo frente a la puerta de mi casa. Se dejó caer sentado en el escalón de la puerta y se tumbó contra la pared. El bulto de periódicos sin vender cayó a su lado. Para nada le iba a servir ya el Tiempo en Cuba. “Alambre” no despertó.
Terminaba así la precaria existencia de uno de tantos humanos sin derechos que abundaban por entonces en este país. Yo debutaba en la adolescencia y tenía una idea muy vaga de qué era el periodismo. Pero el apodo de “Alambre” me dio vueltas y vueltas en la cabeza, como uno de esos tristes recuerdos que lo marcan a uno para siempre; por eso me decidí a contárselo ahora…, antes que se me olvide.