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La fotografía ha salvado a mucha gente

Es oportuno recordar al inquieto, capaz y voluntarioso profesor, formador de fotógrafos convertidos en verdaderos artistas, el maestro de fotógrafos Félix Arencibia González, al cumplirse 10 años de su deceso, este 15 de julio.

Con más de cuarenta años dedicados al ejercicio de la fotografía y a prodigar sus experiencias y conocimientos a cuantos se los solicitaban, dejó de existir a los 66 años de edad. Mantuvo el criterio de que la edad no constituía un límite para ejercer la profesión, porque para él, la fotografía no era un trabajo sino una forma de vida y expresó en la mencionada entrevista: “Uno se siente feliz, haciendo fotografía, si realmente le gusta”.

De origen campesino, nativo del municipio de Bauta, en la actual provincia de Artemisa, lugar al que siempre que pudo retornó, fue precisamente allí donde desde muy joven tuvo sus primeros contactos con la fotografía.

Al llegar a la capital encontraría el espacio con el que nunca pensó que se iba a encontrar. Su voluntad y espíritu de superación le permitirían abrirse paso laborando en importantes órganos de prensa, participando de manera activa en labores de la Dirección Nacional de la Upec; conociendo e intercambiando con profesionales establecidos de la fotografía. Fue un creador por naturaleza. Gracias a su carácter y relaciones surgió y se mantuvo durante años la revista especializada Fototécnica, que con otra, Upec, publicaba la Unión de Periodistas de Cuba, años antes de que llegara el llamado “periodo especial”.

Se convirtió en un colaborador muy cercano de la editorial Pablo de la Torriente, al punto de diseñar y poner a funcionar un laboratorio fotográfico en sus locales, donde además; inició un proyecto de talleres sobre el conocimiento y adiestramiento del arte de la fotografía. Por su prestigio y calidad profesional logró conformar un calificado equipo de profesores, quienes se encargaron de trasmitir sus conocimientos a los cientos de alumnos que cada tres meses asistían a los encuentros. Una experiencia extraordinaria, de la que no se tenían antecedentes, pero que además contribuyó a convertir a la editorial en un centro de extensión cultural, en esta zona de La Habana, con la inauguración de un área para exposiciones en el vestíbulo que se denominó Abelardo Placeres Cambra, en homenaje al reconocido fotógrafo militar recién fallecido en aquellos años. Allí exhibieron sus obras destacados artistas del lente y los alumnos cuando concluían los talleres. Se produjeron encuentros frecuentes de intercambios y aprendizaje que dieron origen a la peña Arencibia y sus amigos, con cita el último sábado de cada mes. Estamos hablando de los años de 1966 al 99 del pasado siglo

“Cuando uno se adentra en el mundo de la fotografía, te liberas de preocupaciones y problemas que te agobian. Es una forma de expresión que contribuye a liberarse de tensiones e impulsos que a veces tenemos dentro. Por eso considero que la fotografía ha salvado a mucha gente, desde el punto de vista social, artístico, intelectual, económico, incluso espiritual”, comentó en un encuentro festejando su cumpleaños 60.

Pero no solo lo hizo con la cámara en las manos, ni en el laboratorio, también se le pudo ver en las movilizaciones hacia los campos agrícolas, frecuentes en aquellos años; en acciones de extensión cultural en lugares distantes de las grandes ciudades, es decir; en comunidades rurales prácticamente olvidadas, en centrales azucareros, escuelas, hospitales. Con su ánimo contagioso logró conformar un colectivo de fotógrafos que lo acompañaron a lugares como el central Pablo de la Torriente Brau, en el que convivieron con los moradores del lugar y recogieron una impresionante colección de fotos del desarrollo de la producción de azúcar, desde que los hombres y mujeres se levantaban para ir cada uno a su puesto de trabajo y garantizar la labor productiva del central.

Estas fotos fueron exhibidas en el círculo social del central. Allí permanecen aún los originales que donaron. Algo similar hicieron con el trabajo de excelencia que se prodigaba -por aquellos días- a los pacientes del Hospital Siquiátrico de La Habana y con el Hotel Cahama, consagrado a ofrecer un lugar de esparcimiento y recreación a los miembros de las FAR, lamentablemente de estos tres ejemplos solo me constan la existencia de las fotos en la comunidad Pablo de la Torriente Brau, en manos de su historiador.

No lo desanimó para nada, la decisión que le impedía continuar las actividades de los talleres en la editorial. Acudió a un buen amigo que ya conocía del periódico Juventud Rebelde, el maestro y profesor de periodistas Guillermo Cabrera Álvarez, entonces director del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, quien de inmediato le ofreció el espacio y todas las posibilidades de ejecutar allí, lo que no pudo en la Pablo de la Torriente, en cuanto a condiciones técnicas y materiales.

De esta manera surge en dicho centro la Cátedra de Fotografía, encargada de impartir conocimientos a especialistas y profesionales vinculados a los medios de comunicación nacionales y extranjeros.

Como artista del lente caracterizaron su obra la pasión por captar lo testimonial, aquellas imágenes que brindan información de momentos irrepetibles e interesantes; también concedió un lugar especial en su preferencia al retrato. ¿Quién no recuerda aquella foto emblemática en la que aparecen Fidel, Vilma y Raúl, mientras aplauden y comparten miradas o el retrato de Celia Sánchez con su amplia y franca sonrisa? Estos ejemplos ilustran lo expresado.

Mucho tendremos que seguir contando y recordando de Arencibia, de Guillermo, de Vera, de Irma, de Julio, de Marrero, de tantos imprescindibles como calificara Bertolt Brecht, a esos seres humanos que dedicaron y dedican su tiempo útil en la vida a brindar lo mejor de sus esfuerzos y conocimientos para lograr el bienestar social de los demás, sin distingos.

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