A título provisional, considero con zoólogos y anatómicos que el hombre tiene más de mono que de ángel y que carece de títulos para envanecerse y engreírse
Santiago Ramón y Cajal, (España, 1852-1934), Premio Nobel de Medicina, 1906.
La conexión de los humanos con los animales se inicia desde el mismo momento en que estos comienzan a interactuar con ellos, como depredadores, presa o mascota. Durante siglos no se dio ninguna explicación científica que justificara tal conexión, pero, eso sí, considerándose los humanos muy por encima de dichos animales, con los cuales podían hacer de ellos lo que quisiera sin ningún miramiento de tipo ética o moral.
La teoría de Darwin estableció, al menos en los aspectos anatómicos y fisiológicos, una conexión de los humanos con todos los animales, por medio de mecanismos evolutivos comunes, teoría confirmada posteriormente por otros muchos investigadores científicos y por el desarrollo de la genómica, que estudia la constitución genética completa de las especies. Esta ciencia ha demostrado que compartimos el 98 por ciento de nuestros genes codificadores de proteínas con el chimpancé y el 44 por ciento con la mosca de la fruta.
Pero aún en la década del 50 del siglo pasado, nuestra especie es erróneamente percibida como superior y radicalmente separada del resto de los seres vivos, sobre todo por el gran desarrollo de nuestro cerebro que según una teoría, nos apartaba definitivamente de los animales en cuanto a conducta.
Los estudios actuales más detallados de las conductas humanas y animales, han echado por tierra esta supuesta superioridad de los humanos, no en el sentido de que dichas conductas sean idénticas, pero si se detecta cierto grado de desarrollo de las antes mencionadas conductas especiales humanas, que no se pensaba que existieran en los animales. Ahora el problema es verificar si esa diferencia de grado es solo cuantitativa o cualitativa.
Vamos a ofrecer aquí cinco conductas de las muchas que han sido estudiadas, solo pensadas para los humanos, que ahora conocemos que también la poseen los animales, aunque sea de forma rudimentaria.
Altruismo. La colaboración entre animales (conductas altruistas), sean de igual o diferentes especies y más habitual de lo que parece, es una realidad bastante frecuente, como entre los humanos. El altruismo puede ser una manera tan buena de perpetuar la especie como reproducirse, sobre todo si el ayudado es un pariente (selección de genes por altruismo) o si más adelante, el que ayudó recibe la ayuda de ayudado (altruismo recíproco).
Entre delfines y otros cetáceos, es habitual rescatar a un miembro del grupo que se encuentre en dificultades o a un individuo de otra especie, como ha ocurrido con los humanos, empujándolo hacia la superficie del agua para que pueda respirar. Cuando un joven elefante queda atrapado en un charco de barro, otros le ayudan, golpeándole con la cabeza y con la trompa. En muchos rebaños de mamíferos, los huérfanos encuentran enseguida una madre que los adopte.
Cultura. Actualmente, la cultura animal, que una vez fue considerada como una conducta únicamente humana, se ha establecido firmemente como un rasgo común entre animales, y no simplemente como un conjunto de comportamientos relacionados que han sido transmitidos por los genes.
Según la actual definición de cultura, el aprendizaje y la transmisión son los dos componentes principales de la cultura, en especial cuando nos referimos a la creación de herramientas y a la habilidad de adquirir comportamientos que mejorarán la calidad de vida, como los dialectos de cantos en ballenas y aves. Bajo esta definición es posible concluir que los animales tienen las mismas posibilidades de adaptarse a los comportamientos culturales que los seres humanos.
La primera observación detallada sobre cultura animal, es la referida al hábito alimenticio en el macaco japonés, cuando una hembra joven llevaba unos boniatos sucios a un riachuelo, donde los limpiaba antes de comérselos. Este comportamiento se observó después en uno de sus compañeros, luego en su madre y en unos pocos compañeros más. Con el tiempo, el lavado de patatas se convirtió en una costumbre que se extendió entre la colonia de los macacos como un carácter cultural.
Algunos animales utilizan herramientas para realizar actividades que incluyen, procurarse alimento y agua, aseo personal, defensa, recreación o construcción. Se pensaba que esta era una habilidad exclusiva de los humanos, dado que el uso de herramientas requiere un nivel sofisticado de cognición, pero ahora existen una gran gama de animales que utiliza herramientas, incluyendo mamíferos, pájaros, peces, cefalópodos e insectos, habilidad que se trasmite por aprendizaje e imitación por lo que forma también parte de la cultura animal.
Se han descrito más de 20 usos de herramientas en los chimpancés, incluyendo algunas tan sofisticadas como esponjas hechas con hojas masticadas para recoger agua de las oquedades de los troncos, palillos mondadientes o ramas con hojas para espantar a las moscas. Los delfines toninas de Australia usan la esponja de parachoques para evitar ser dañados por piedras o corales al buscar alimento por el fondo marino y se ha visto enseñarse unos a otros este comportamiento
Empatía. La empatía puede definirse como la habilidad para compartir y comprender los sentimientos del otro. Tiene un aspecto corporal, que permite identificarnos con las emociones de los demás, y otro cognitivo, necesario para entender el punto de vista del otro. La empatía estaría ya presente en muchos animales y sería uno de los pilares constitutivos y precursores de la moralidad humana.
Los psicólogos experimentales ya habían observado que tanto las ratas como los monos dejaban de apretar una palanca para obtener comida, incluso estando hambrientos, si eso causaba dolor a un compañero. Un sacrificio semejante guardaba relación con el vínculo emocional previo, porque la conducta de no dañar al compañero era más pronunciada entre conocidos que entre desconocidos.
Los delfines y los elefantes muestran la misma capacidad de empatía, a pesar de que son especies muy alejadas del ser humano. La razón es la dimensión de su cerebro, ya que, si a la capacidad de los mamíferos de sentir empatía le añades la inteligencia, el resultado es la compresión, el consuelo y otras reacciones complejas.
Un ecologista y explorador sudafricano sobresalió por su habilidad para calmar a los elefantes irritados por tener que vivir en una reserva, pero lograba tranquilizarlos para que no escaparan y encontrasen la muerte si abandonaban el área protegida. Cuando su protector murió tenía año y medio sin ir a la reserva y sin ver a los elefantes. Todavía nadie se explica cómo dos grupos de elefantes salieron de la reserva y viajaron durante 12 horas, entrando en procesión en la casa de su protector muerto, quedándose dos días en el área.
Risa. Aristóteles definía al hombre como un animal racional y un animal político, y que como el único animal que ríe. Esta visión de nuestra especie ha pervivido hasta nuestros días, no obstante, recientes descubrimientos científicos la han puesto en duda. La risa animal existe y, es más, no solo la tienen los primates que comparten la risa con nosotros. Hay indicios de que algo semejante a nuestra risa está presente también en especies más alejadas de la nuestra como las ratas, que también emiten sonidos cuando están en un entorno de bienestar y diversión como, por ejemplo, cuando les haces cosquillas o carantoñas.
Los chimpancés y otros grandes simios, como los orangutanes y los gorilas, pueden reírse, aunque el sonido que emiten es diferente del que producen los seres humanos. La risa de un chimpancé suena como un jadeo, y al animarse, se vuelve un sonido más gutural. Una diferencia fundamental entre la risa del chimpancé y la humana es que, en el chimpancé, el acto de balbuceo se encuentra evolutivamente aún bajo el control del proceso de la respiración. El chimpancé inspira y espira durante la risa, de tal forma que sólo es capaz de producir una sílaba por ciclo de inhalación-exhalación. Los humanos únicamente espiran, y además son capaces de producir múltiples sílabas por ciclo respiratorio. Los monos, al no tener control del aliento, no son capaces de hablar, al tiempo que su risa es diferente.
Dolor por la pérdida de los seres queridos. Siempre se pensó que solo los seres humanos podían sentir pena por la muerte de sus seres queridos, pero ahora sabemos que no es cierto. Ciertos grupos de especies, como los monos y las aves, se abrazan y se consuelan con diferentes gestos después de una pérdida, por tanto, los animales también experimentan dolor y otras emociones, como los experimentamos los humanos.
Ciencias como la neurobiología, la biología y la etología, han demostrado que, aunque los cerebros se vean muy desarrollados o muy primitivos, como el de las ranas, la diferencia entre ellos no está en la capacidad sensitiva y que la capacidad de sentir dolor, y otras emociones, las compartimos con otros vertebrados.
El dolor es una experiencia sensitiva y emocional desagradable, que puede dañar a un organismo. Todas estas emociones se presentan en el sistema límbico; es decir, no se necesita de una corteza cerebral muy desarrollada para presentar estos estados mentales básicos, que nos permiten distinguir entre sensaciones agradables y desagradables, que nos hacen posible desarrollar funciones afectivas y lazos entre individuos.
Por ejemplo, cuando murió un miembro de un grupo de chimpancés, mostraron durante días una cualidad no muy común en su naturaleza, el silencio, una especie de tributo o de estado de ánimo compartido por la muerte de su compañero.
Otros investigadores encontraron que los elefantes vuelven sistemáticamente, al lugar donde yacen los restos de sus muertos, aunque hayan pasado ya meses o años. Los elefantes además han probado llorar, enterrar o cubrir a sus muertos, sufrir depresión, y hasta perder el apetito luego de una muerte cercana.