Tanto el poeta cubano Nicolás Guillén, como el novelista norteamericano —aplatanado en Cuba— Ernest Hemingway tienen en el mes de julio fechas bienaventuradas y luctuosas, que los habitantes de la mayor isla caribeña renuevan en votos de respecto a las respectivas obras literarias.
Ambos iniciaron la profesión en el ejercicio del periodismo y coincidieron en el carácter y arrojo para estar presentes como voluntarios en las contiendas bélicas mundiales y en la guerra civil española, donde se conocieron.
Nicolás Cristóbal Guillén Batista nació en la ciudad de Camagüey el 10 de julio de 1902 y su fructífera vida culminó en La Habana el 16 de julio de 1989. Este intelectual tuvo el mérito de reivindicar la cultura negra en la lírica española del siglo XX, a la que sumó ritmos, paisajes, costumbres y habla popular, además de definir la discriminación de estos hombres y mujeres, por el color de la piel, en una cubanía que nació mestiza.
La opción por el izquierdismo cubano lo acompañó desde el año 1935, con un tortuoso camino en la Guerra Civil española, acciones de solidaridad con los combatientes de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial, giras por Latinoamérica y China. Fue detenido dos veces por la policía del dictador Batista y, finalmente, vivió en el exilio durante seis años, hasta el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, cuando se convierte en un bastión de la intelectualidad. Se le considera el Poeta Nacional Cubano.
La vida y la obra de Ernest Miller Hemingway sembraron raíces profundas en la tierra antillana. Nació en Illinois, Estados Unidos, el 21 de julio de 1899 y murió en Idaho, el 2 de julio de 1961, por un disparo de escopeta. Residió durante muchos años en Cuba, específicamente en la Finca Vigía. Su obra, con un estilo de frases directas, cortas y duras, es considerada clásica en la Literatura del siglo XX. Fue conductor de ambulancias voluntario en la Primera Guerra Mundial y corresponsal en España y otros países contendientes en la Segunda Guerra Mundial, experiencias que revivió posteriormente en sus relatos.
En 1953 escribió el cuento con el cual ganaría el Premio Pulitzer: «El viejo y el mar», inspirado por la isla y su gente. Muchos consideran al texto de ficción como su obra más famosa. Al año siguiente recibió el Premio Nobel de Literatura en reconocimiento al conjunto de su obra. Los vínculos personales y amor por esta tierra antillana, promovieron el 13 de agosto de 1956 el deseo del escritor norteamericano de que la medalla de oro macizo reposara en la iglesia de la Virgen de la Caridad, patrona de los cubanos, enclavada en la localidad “El Cobre”, Santiago de Cuba.
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Cuando revisaba informaciones sobre ambos intelectuales para elaborar el artículo, supe a través de la colega Miozotis Fabelo del fallecimiento en la tarde de este miércoles de Ernesto Montero Acuña, un viejo compañero periodista con el cual compartí y aprendí mucho durante su estancia en el periódico Adelante, hasta que lo despedimos en 1976 cuando se asignó la tarea de dirigir en Ciego de Ávila la corresponsalía de la Agencia de Información Nacional (hoy Agencia Cubana de Noticias); luego en el periódico Trabajadores; después en la Agencia Prensa Latina y posteriormente en el Equipo de Información y Análisis de la Secretaría del Consejo de Estado. Su prestigio en el gremio fue reconocido en ambas provincias con la elección como principal dirigente de la Unión de periodistas de Cuba.
A este apreciado colega camagüeyano quiero rendir homenaje con la reproducción del siguiente artículo publicado hace cinco años.
Guillén y Hemingway en Turiguanó
El paisaje de Turiguanó acoge hoy al visitante en atardeceres umbrosos o en mañanas soleadas con algo siempre inédito, sin que se rememore apenas su “cielo roto”, su “viento blando” o su llanto de antaño, a la vez que se ignora en muchos casos la aventura del cazador de submarinos, en trance de muerte, frente a las estribaciones de la isla.
Ahora la visión se renueva constantemente desde la entrada misma a este terruño por una carretera que se refresca con la fronda umbría y el agua que la entrecruza, animada por el canto, el croar, el silbido y múltiples onomatopeyas de una fauna casi siempre invisible.
Mas, quizá quienes recorran las vías del acceso a Jardines del Rey, a través de la carretera sobre el mar, ignoren que no son muchos los pequeños y aislados sitios del mundo a los cuales dos grandes escritores hayan perpetuado en sus obras, Nicolás Guillén, como poeta, y Ernest Hemingway, como novelista, pusieron el dolor del escenario por encima de su belleza singular.
Son 207 kilómetros cuadrados de flora, fauna y paisajes, sin la condición insular de antes, los cuales se pueden recorrer hoy, a su vez enlazados con las restantes islas de uno de los grandes polos turísticos cubanos, en el cual abundan las bellas playas solo holladas antes por carboneros eventuales, avezados pescadores o héroes imaginados en las aventuras de Hemingway.
A su modo la percibió antes Nicolás Guillén: “Isla de Turiguanó (1),/ te quiero comprar entera/ y sepultarte en mi voz./ ¡Oh luz de estrella marina,/ isla de Turiguanó!”.
Ambos autores, con antecedentes amistosos en el Madrid republicano de fines de los años 30, no coincidieron personalmente sobre esta porción de tierra rodeada por las aguas de las lagunas de la Leche y La Redonda, el mar, los canalizos y los pantanos. Pero en la intención sí.
Otrora los escasos moradores de la entonces isla debían navegar un azaroso recorrido, para muchos imposible, con el propósito de arribar luego a la ciudad de Morón, algo que cambió desde inicios de los años 60 del pasado siglo.
Hoy Turiguanó dispone de las referidas vías de acceso, y más recientemente, de los aeropuertos Máximo Gómez, en la ciudad de Ciego de Ávila, y Cayo Coco, en sus proximidades, para la expansión turística y económica.
A los visitantes los atraen, además, sus paisajes naturales de llanura calcárea con bosques siempre verde al noroeste, las alturas de roca sedimentaria con suelos ferralíticos rojos y pardos cubiertos de pastos y vegetación de mogote, en el centro; y la llanura marino-palustre con hierbazales de ciénaga, manglares y plantaciones forestales hacia la costa.
También los motiva la historia de Turiguanó, que en lengua aborigen significa cielo y guano de palma, pues fue territorio de tránsito para los habitantes precolombinos provenientes de los Buchillones en Punta Alegre y de otros asentamientos próximos; y por ser posteriormente escenario de fuertes combates entre las tropas mambisas y las españolas, en especial el 10 de agosto de 1897, en Sabana Grande.
A muchos los estimula, asimismo, que Turiguanó haya ganado en los propósitos de sus habitantes.
No es ya como en su tiempo clamaba Guillén: “¡Ay, Turiguanó soñando,/ clavada frente a Morón:/ cielo roto, viento blando,/ ay, Turiguanó llorando,/ ay, Turiguanó!”. Son versos que aludían, con sencillez magistral, a comprarla entera para sepultarla en su voz. Para verla sin piratas, decía, “largo a largo bajo el sol”, suelta en su coral redondo, sin llorar.
De otro lado ¿çDe qué modo asumía el novelista estadounidense la isla de entonces? Así lo explica Enrique Cirules (2) en “El iceberg de Ernest Hemingway en la cayería de romano”: “Hemingway conocía a la perfección este canalizo (de Baliza Vieja). Tuvo que haberlo navegado con el Pilar en alguna ocasión. Lo recorrió muchas veces con el bote auxiliar, cada vez que se dirigía hacia el poblado costero de Punta Alegre o a la isla de Turiguanó, lugares que tanto conocía”.
Para luego resumir así la situación climática de Islas en el Golfo (3): “Se generaliza el combate a orillas del Canalizo de Baliza Vieja y como es demasiado el poder de fuego del yate de Thomas Hudson, todos los alemanes resultan muertos.” Pero Hudson, el Hemingway pintor, había sido gravemente herido desde un primer instante y, cuando ya todo está por concluir, experimenta la cercana presencia de la muerte.
Así lo narra Hemingway: “Thomas Hudson (…) miró el lago que se formaba en el paraje interior. Unas pequeñas olas blancas se rizaban en él. Olas pequeñas de una excelente brisa marinera y más allá de ellas podía ver las sierras azules de Turiguanó.”
No puede dudarse que este le pareció al autor, con enorme dominio de la costa norte cubana, el sitio adecuado para dejar a su alter ego literario en trance de muerte. ¿Sería una preferencia personal? No parece que eligiera el sitio solo por las motivaciones estrictamente literarias…
Lo impactaba Turiguanó, este lugar propicio para la vida, a cuyo Mar Caribe se puede ir hoy en un velero sobre las aguas, soñando y sin llorar.