En 1972 Richard Nixon emprendió la primera visita de un presidente de Estados Unidos a China. El arquitecto de aquel encuentro fue el secretario de Estado, Henry Kissinger y el propósito estuvo dirigido a reparar las relaciones entre los dos países y, eventualmente, sacarle ventajas a las diferencias que por entonces transcurrían entre Pekín y la URSS.
El proceso llevó a establecer relaciones diplomáticas de cierta fluidez y fue evolucionando en el tiempo a través de una creciente interdependencia comercial, inversionista y financiera, útil para los dos bandos, incluso salvadora para Washington y sus urgencias de dinero para cubrir los huecos de sus enormes déficits. Es una de las bases por las cuales el gigante asiático acumuló las mayores reservas de dólares y es aun el tenedor principal de bonos del tesoro norteamericano, incluso tras haberse despojado de buena parte de ellos.
Sin suponer que administraciones anteriores tuvieran un idilio maravilloso con Beijing, no estuvieron tan ocultos los vínculos pragmáticos imperantes por más de 40 años y hasta la etapa Trump, quien ha estado rompiendo aceleradamente tales nexos y trata a China de gran enemigo. Lo proclama a todos los vientos.
En realidad no soporta los avances y el influjo alcanzado por la República Popular, e inventa cualquier motivo para disolver vínculos y recapturar ventajas superiores en su favor. La acometida es fuerte y se proyecta en distintos contextos. Los avances tecnológicos chinos están por encima de los estadounidenses en varias materias, las telecomunicaciones en especial. Ello anda tras la campaña difamatoria contra Huawei, a la cual acusan de sembrar escuchas en todas sus ubicaciones. Ese miedo, junto con las amenazas de sanciones, no es honorable pero “convence”.
En política exterior y muy vinculado con lo económico, Estados Unidos se mete y arrastra a otros hacia asuntos internos como el de Hong Kong o trata de impedir avances como la Ruta de la Seda, megaproyecto que incrementaría sobremanera nuevas vías de comunicación, el establecimiento de empresas y diferentes posibilidades de desarrollo en una gran cantidad de países, a través de un impresionante plan.
Además ¿le siguen temiendo al socialismo? No parece el caso aunque se esgrima la ideología siempre que conviene. Veamos que al comercio hasta hace poco ventajoso en ambos sentidos se le ponen obstáculos impositivos que dañan también a los empresarios estadounidenses al encarecer sus manufacturas.
Otro tanto con el proyecto sobre el retorno a EE.UU. de empresas norteamericanas establecidas en territorio chino, alegando fuertes patrañas, cuando ha sido práctica de sus corporaciones hacerlo, desde mucho antes, en varias naciones de Asia, aprovechando ventajas en los costos debido a salarios, normas medioambientales o impositivas para lograr mayores ganancias.
Las diferencias siempre se pueden dirimir mediante negociaciones y buena voluntad. Pero los presidentes norteamericanos y muy en particular Donald Trump, prefieren imponerse. Es una especie de necesidad de proyectarse como el más poderoso, marcando territorio continuamente. A veces perjudicando a la nación que dicen representar y proteger.
Esos empeños para dinamitar los nexos sino-norteamericanos se unen con la arremetida proteccionista trumpiana, llevando a Europa a volverse -un poco por lo menos-, hacia China. No es tan diáfana la propensión, pero existe. Trump ha tensado la cuerda en demasía. En ese entorno aparecen las cautelas del gobierno alemán.
“Los lazos con China son importantes” (…) “son de importancia estratégica”, declaró Ángela Merkel, explicando: “es difícil ignorar la importancia de China como mercado de exportación de bienes alemanes, especialmente automóviles y maquinaria”.
No se debe descartar se trate, por añadidura, de un mensaje no tan subliminal a Estados Unidos del mayor y más rico país del viejo contiene, que preside la Unión Europea este semestre. La canciller germana ahorra pero no omite críticas al lunático habitante de la Casa Blanca.
Por eso o por tanto, cierto es que el gobierno alemán no le está haciendo eco esta vez a Washington y promulga la necesidad de “buscar el diálogo” con China, a partir del “respeto mutuo” y una “relación de confianza”. Eso suena más inteligente y civilizado. Es posible que Trump no lo entienda y solo lo asuma en carácter de ataque, aunque no lo sea propiamente.
De unir estas evaluaciones con el alegato público hecho por la propia Merkel en cuanto a la pérdida de liderazgo de EE.UU., evidenciado en los escenarios internacionales a través de políticas aventureras y malsonantes, incapaces de diferenciar entre amigos y rivales, se tiene un cambio de tendencias capaz de modificar las estrategias al uso.
¿Cabe esperar una radical transformación de las relaciones en el mundo? Puede que sí, o no tanto. Noviembre aparece como fecha cercana para saber si estas ideas son simples disquisiciones, un señuelo político, o el inicio de una metamorfosis parcial o plena, de cuanto requiere la humanidad en este crucial momento.
Se dice con frecuencia en estos tiempos que es preciso modificar o sustituir al capitalismo. El sistema está trabado por sus propios límites y contradicciones que el unilateralismo de Trump y sus aberradas acciones acrecientan y se han quedado desnuditas a través de la reveladora etapa provocada por la COVID-19.
Pues bien, parece hora de poner a prueba capacidades y obstinaciones. Frenos o balanceadas diversidades.
Hay que reconocer ante todo la gestión del gobierno cubano en enfrentamiento a la pandemia y agradecer que nuestra suerte no sea peor.
Por otro lado o al mismo tiempo la pandemia permanecerá por mucho tiempo, aunque Rusia ya declaro tener alternativa de vacuna. Una vacuna no sera posible la disposición para todos los contagiados del mundo y el resto de la población.
Luego ello traerá como se vaticina ampliamente. Drástica realidad económica.
La República China ya ha comenzado a depreciar exportaciones hasta vender equipos a 1 dolar.
Seria conveniente que el gobierno adoptase medidas de flexibilización, en cuanto a la inversion extranjera. Para evitar caos, y desesperacion, como los sufridos años noventas. En aquel entonces la situacion fue nacional. Ahora seria global. Lo que es peor.