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Una entrevista nunca tiene punto final

Más de una vez he dicho que no haré más entrevistas. Ni una más, he perjurado. Me dejan exhausto, me roban la energía, me estrujan.  Algunas te dejan perplejo, en absoluto silencio; otras son desvastadoras: tendrías que correr, que gritar al terminarlas.

El destino me ha dado tres tazas. He tenido que hacer muchas. Me molesta la liviandad con que algunos la asumen, sin padecerla, sin prepararse, sin sentirla.

Cuando en 2011 preparé el libro El hueso en el papel recuperé entrevistas que parecían perdidas. Al final, al modo de una sentencia, intenté resumir lo que esos diálogos había dejado en mí.  Eso es justo lo que me tuerce, lo que me mueve: cómo llevar ―sin traiciones y en su justa medida― la emoción que uno ve asomar en las manos, el tono con que se subraya una frase, la vida que se va en cada palabra.

La escultora Caridad Ramos, al final de una entrevista,  juntó los labios y sopló lentamente. Yo le había preguntado sobre la vida. Eso es, me dijo, ese soplo…  Ese instante me detuvo, me sobrecogió. Durante mucho tiempo no pude escribir nada.

Recuerdo cómo me dirigí a Carlos Varela una mañana, en una conferencia de prensa. No me gustan: el ejercicio de dar y recibir siempre me ha parecido íntimo. Las conferencia suelen ser violadoras, exhibicionistas, teatrales. Una amiga me había hablado del I Ching, el libro oracular chino, y como flotaba aquella canción de las tres monedas al aire, le pregunté al cantor que milagro quería que bajara.

Juro que no sabía, no imaginé, nunca pensé en la respuesta. El milagro era… que sanara su madre, que regresara de la gravedad, que no muriera.  Se hizo un silencio pasmoso que solo rompió un colega que vino en mi auxilio.

Otra vez la atmósfera se rompió con Adolfo Llauradó. Tuvo su poco de improntu aquel diálogo, tuvo cierto desgaje.  Lo entrevisté en casa de su tía Iris, en Quintero, en medio de una celebración familiar. Cuando le pregunté cuál era su mejor película, sobrevino lo inesperado: “Sería la historia de mi vida”, me dijo. Y yo, siguiendo la cuerda, me atreví a preguntarle cuál sería su nombre: “Tal vez sería, Lucía se desencadena”, agregó.

Eso ya ha sido puesto en blanco y negro. Lo que nunca he confesado es que aquel actor, aquel actorazo me pidió que nos viésemos después para contarme sobre ese filme que tenía en su mente, acaso en su imaginación. Me lo pidió con ternura, con la ternura de un niño. Mis manos se movieron para acariciarlo, pero me detuve. ¿Uno debería acariciar a un entrevistado que se desdobla, que se derrama ante ti?

Todo conspiró para que la entrevista  no tuviese aquella coda. Siempre me asalta la extraña sensación de un vuelo trunco. Me he quedado colgado, con aquellas confesiones temblando en el aire.

En cierta ocasión, hice un reportaje a un afamado grupo danzario.  Tuve el privilegio de que bailaran para mí.  Hice algunas entrevistas individuales y pensé desplegar lo allí aprehendido en una plana del periódico. No pudo ser. Necesariamente algunos de aquellos diálogos quedaron fuera.

Una semana después asistí a un homenaje donde participaba una selección del mismo colectivo. De pronto, una bailarina corrió hacia mi asiento y me tendió la mano con suprema elegancia. Irrechazable.  Me empujó al escenario, siempre en pose. Yo trataba de disimular mi torpeza con una sonrisa, cuando sobrevinieron los aplausos. Sería mi forzado debut.

Me conminó a sostenerla. Ni modo, imposible. Me tomó con firmeza y me vi alzado de una punta a la otra de las tablas. ¡Esta película estaba al revés! No entendí nada hasta que llegó la reverencia. Entonces, llegó a mi oído su leve susurro: “Nunca más entrevistes a nadie por gusto…”

He aprendido que una entrevista no se acaba cuando cierras la agenda, cuando te apartas del micrófono, cuando apagas la grabadora. Revisitarás aquel instante para descubrir siempre un detalle nuevo. Una entrevista es como el botón de tu camisa. Una entrevista nunca tiene punto final.

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Reinaldo Cedeño
Periodista, poeta y promotor cultural. Ha ganado en dos ocasiones el Premio Nacional de Periodismo Cultural. Premio Latinoamericano de Crónicas (Portal Nodal Cultura, 2016). Creador del Concurso Caridad Pineda in Memoriam de Promoción de la Lectura. Entre sus libros: El hueso en el papel (Editorial Oriente, 2011), A capa y espada, la aventura de la pantalla (Fundación Caguayo-Editorial Oriente, 2011), Poemas del lente (Hermanos Loynaz, 2013) y La noche más larga. Memorias del huracán Sandy (compilación, Ediciones Santiago, 2014 y 2015). Actualmente es redactor-reportero de la emisora Radio Siboney, miembro del Consejo Nacional de la UNEAC y vicepresidente del Comité Provincial en Santiago de Cuba. (Santiago de Cuba, 1968)

2 thoughts on “Una entrevista nunca tiene punto final

  1. Fabuloso como todo lo que escribes, hermano, desde la primera hasta la última palabra despliegas una dramaturgia que mantiene al lector en vilo. Un texto de colección como tantos otros. Un abrazo tampoco tiene punto final. Te envío el mío!

  2. Cada palabra tuya es un color y tiene música. Tú entregas tu alma y el entrevistado te entrega su vida y su alma ,ahí están sus experiencias llenas de emociones, ríen,lloran , te hablan de sus sueños y ahí te das cuenta lo útil que eres para el Mundo. Tú eres como dijo Martí ” El genio poético es como las golondrinas: posa donde hay calor”. Eres dichoso , lo que tocas ATRAPA.¡LA VIDA ES UN SOPLO!!

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