El sol, el sol va conmigo, el sol me persigue. Había decidido andar por toda la Avenida, hasta el zoológico, el de los venaditos. Una tirada larga, pero caminar me hace bien. Por allí vivía entonces, Rosita Fornés, en la capital cubana. Llevaba conmigo el nombre de un amigo que sería mi ábrete sésamo.
¿Quién me recibiría? ¿Qué habría después de tantos aplausos? ¿Quién era ella detrás de la leyenda?
El admirador quedó en el ascensor, lo dejé en el umbral. Traté. No sería una entrevista complaciente. Quería escarbar hasta donde fuera posible. Y en el aire empezó a tejerse ese toma y daca entre el imberbe curioso y la gran artista.
Cuando mencioné el término vedette, sobrevino la historia de los comienzos. Desfilaron nombres, teatros, anécdotas. Sus ojos adelantaron lo que su voz me dijo al final: “(…) lo que quisiera es que no me recordaran por una imagen estereotipada, por banalidades, o por la palabra vedette; sino como una artista que lo dio todo”.
Algunos extraviaron las lentejuelas del escenario con las luces del artista. Pobres y lamentables extravíos. Algunos no entendieron que su glamour auténtico, que su entrega infinita, eran su bandera. Y, afortunadamente, ella supo desplegarla en los tiempos difíciles, en los tiempos del tributo.
Ella nos salvó de muchas maneras.
Trabajó mucho, mucho. Su bondad le hizo asumir compromisos más como un tributo a la amistad, que como un deseo expreso. Porque la artista que era ―una de las más completas que ha pasado jamás por la escena cubana―, no cabía fuera del ser humano.
No vengo aquí a relacionar sus premios. Son sabidos. Es más, creo que ella fue quien nos premió con su fidelidad a toda prueba. Al arte y al público cubano. Nació en Nueva York, fue reconocida como mejor Vedette de América en México, fue reclamada en España, pero aquí estuvo. Y aquí vuelve.
Sé que me arriesgo. De todo cuanto hizo, escojo su interpretación del tema “El Comediante”. Concurso Adolfo Guzmán 1984, dichosas convocatorias aquellas. Ella tuvo un rapto de improvisación, vestida de smoking. Puso lo suyo en aquel estribillo que daba ánimos al artista en su recta final. Se aparta un poco, la luz la sigue, gira la mano en el aire. “Ánimo, no morirás nunca”, canta. “Ánimo, de nuevo saldrás”.
Rosalía Palet Bonavia, Rosita Fornés. Ella no es una época que se va, es la eternidad que se queda.
Reinaldo Cedeño, siempre sorprende, siempre conmueve, salud para este gran periodista cubano!
Con mayúscula una artista una Diva como la llame hasta en sus últimos momentos , vive nunca se ira esta su legado para la historia de Cuba y del
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