Tras el reciente anuncio del presidente Donald Trump de poner fin a las relaciones entre Estados Unidos y la Organización Mundial de la Salud (OMS) se avizoran nefastas consecuencias no solo políticas o económicas, sino también sanitarias con un rango de afectación mundial y cuyos mayores daños se prevén para el 2021.
La revista Nature expuso en uno de sus últimos trabajos la preocupación de varios investigadores ante el pronunciamiento del mandatario, pues las alianzas científicas se verán perjudicadas, provocando desde un resurgimiento de la poliomelitis y la malaria hasta barreras en el flujo de información actualizada sobre la pandemia de la COVID-19.
Rebecca Katz, directora del Centro para la Ciencia y Seguridad de la Salud Global en la Universidad de Georgetown en Washington DC., señaló la necesidad de aumentar la cooperación internacional “para lidiar con la enfermedad” y agregó: “En esta pandemia, la gente ha dicho que estamos construyendo el avión mientras volamos”, en realidad, “esta propuesta es como quitar las ventanas mientras el avión está en el aire”.
Prueba de esa afirmación es la carta que Trump dirigió el 18 de mayo al director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, la cual va en contra de todos los intentos de unión promovidos por la mencionada organización.
“No puedo permitir que los dólares de los contribuyentes estadounidenses continúen financiando una organización que, en su estado actual, claramente no sirve a los intereses de los Estados Unidos”, escribió en la misiva.
La nación norteña es el principal donante de los 193 miembros que componen el organismo. El año pasado-precisó Nature-el gobierno otorgó aproximadamente 450 millones de dólares y en lo que transcurre de año, ha pagado alrededor de 34 millones de dólares como parte de sus cuotas de membresía.
Asimismo, proporciona el 27 por ciento del presupuesto total para la erradicación de la poliomelitis; 19 por ciento para combatir la tuberculosis, el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), la malaria y otras enfermedades prevenibles por vacunación como el sarampión; y el 23 por ciento para operaciones de salud de emergencia.
Por otra parte, aunque Trump asegura que su Administración continuará financiando la salud mundial a través de grupos de ayuda y agencias propias, en lugar de la OMS, Amanda Glassman, miembro senior del Centro para el Desarrollo Global con sede en Washington DC., enfatizó que EE.UU debe apoyar a la OMS y no pensar en esfuerzos paralelos que no serán efectivos “porque lleva años construir alianzas con los países (…) No se puede aparecer en Afganistán y comenzar a vacunar a las personas”.
Los investigadores-puntualiza Nature– se preocupan más por la pérdida de colaboración con la OMS que por el presupuesto, pues como sostiene la especialista de salud global en el Instituto de Graduados de Estudios Internacionales y de Desarrollo en Ginebra, Suerie Moon, EE.UU. depende de los organismos multilaterales para trabajar en países donde los lazos diplomáticos son casi inexistentes.
Para Kelley Lee, investigador de políticas de salud global en la Universidad Simon Fraser en Burnaby, Canadá, con la ausencia de contribución económica, el gobierno de EE.UU. perderá influencia o, incluso, su derecho al voto, renunciando a su voluntad de dar forma a las agendas de salud en todo el mundo.
Por tanto, si EE.UU. se retira y deja un vacío-dijo Lee sarcásticamente-ese será llenado por otros países como China, y concluyó: “será como una profecía autocumplida”.