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La “Sobremesa sabática” de Massaguer

En casi cuatro años, y después de recibir a tanta gente que ya perdí la cuenta, no recuerdo a alguien que en mi oficina dejara de interesarse por uno de los cuadros que cubren las paredes blancas; por cierto, mi preferido entre todos, aunque no sea una obra original. Es la Sobremesa sabática, de Conrado Massaguer, a quien, sin ser especialista, movido por una opinión absolutamente particular, considero el gran maestro de la caricatura personal en Cuba.

La dibujada por la mano inconfundible de este artista a fines de 1926, en ocasión del Sexto Salón de Humoristas, cuelga en el que fuera despacho del doctor Emilio Roig de Leuchsenring, en el entresuelo del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad. Con gran celo el primer Historiador que tuvo La Habana la conservó desde los tiempos de su bufete de abogado, llevándola consigo a dondequiera que se trasladó.

Muchos años atrás, antes de imaginar que un día trabajaría en la Oficina del Historiador, pedí autorización para desmontar la pieza del marco con cristal y que un fotógrafo experto pudiera capturarla en alta resolución. Presumo que en ochenta años la lámina jamás había sido removida de su coraza protectora. Cumplí el compromiso de tratarla con total delicadeza, y no sufrió daños.

Pasó el tiempo y al llegar a Boloña, por primera vez contaba con un espacio amplio y privado. Entonces encargué una reproducción exacta, petición que no fue respetada del todo en el taller, pues mi réplica sobrepasa las dimensiones de la auténtica, que es de un metro de largo por ochenta centímetros de ancho.

En la edición de la revista Social correspondiente a febrero de 1927, una doble página da cuenta de esta creación del polifacético Massaguer. Apiñados en torno a una mesa ‒a semejanza de los habituales almuerzos sabatinos del llamado Grupo Minorista, casi siempre efectuados en el hoy desaparecido hotel Lafayette‒, se contabiliza una treintena de nuestros intelectuales y artistas de vanguardia.

Sentados o de pie, junto al invitado de honor (don Fernando Ortiz), se sitúan el resto de los comensales: el propio caricaturista, Mariblanca Sabas Alomá, Oscar Soto, Antonio Valverde, Otto Bluhme, Emilio Roig de Leuchsenring, Guillermo Martínez Márquez, Max Henríquez Ureña, Félix Lizaso, José Antonio Fernández de Castro, Luis Alejandro Baralt, Juan Antiga, Agustín Acosta, Jorge Mañach, Juan Marinello, Luis López Méndez, Jaime Valls, Juan José Sicre, José Bens Arrarte, Diego Bonilla, José Manuel Acosta, Antonio Gattorno, Alfredo T. Quílez, Pedro San Juan, Arturo Alfonso Roselló, José Zacarías Tallet, Enrique Serpa, Alejo Carpentier y Enrique Riverón. Al fondo, desde la ventana, los atisba una figura de triste recordación: el apóstata Alberto Lamar Schweyer.

De aquellas animadas soirées donde se discutía en un plano más o menos esotérico el futuro de Cuba, apenas queda la memoria visual, que sin lugar a dudas encabeza la Sobremesa sabática, con el complemento sepia que suponen las fotografías de estos prohombres con destino desigual: hay figuras canónicas, otras casi desconocidas, y las hay también malditas o proscritas. Sin embargo, unos y otros fueron protagonistas de una hazaña en el plano intelectual y político durante la “década crítica”, como acuñó Marinello a propósito de los años 20 del pasado siglo.

Hará unos quince años, mi amigo Leonardo Acosta, escritor y musicólogo e hijo de José Manuel, el pintor e ilustrador, y sobrino de Agustín, el inmenso poeta (inmortalizados ambos en la Sobremesa), me regaló algunas fotos valiosas. Si se contemplan esas imágenes, se verá cómo la obra maestra de Massaguer se repite en varias instantáneas, cual telón de fondo.

Ya adelanté que ni soy crítico de arte ni pretendo erigirme voz autorizada en un campo que me es ajeno. Pero no puedo negar cuánto me agrada la composición, la atmósfera que logra transmitir… Por no elogiar la maestría a la hora de concretar perfiles definitivos de estos personajes, hoy fantasmas de un pasado que para mí sigue siendo fascinantemente actual.

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