Si los números se comieran, algunos anduviéramos con mala digestión, mientras otros reposáramos hartados, luego de una cifra rebosante, de la que pudiéramos chuparnos hasta cada décima después de la coma.
Porque muchos obvian que durante el larguísimo camino del esófago- estómago- intestino, algunas anomalías impiden digerir bien los bocados. Creen que comer es digerir. Lo dan por sentado.
Lo mismo, cuando piensan que sembrar es cosechar, que cumplir un plan es garantía del éxito, que del surco se llega a la placita y de ahí a la mesa, sin mediaciones ni desvíos: convierten los números en bocados, sin apenas digerirlos. Sencillamente se los tragan.
Y para evitar esas malinterpretaciones; para que las estadísticas agrícolas no nos “caigan mal”, habría que degustarlas con explicaciones y aclarar siempre que oferta no es igual a demanda.
Lo primero, en estos momentos, es acotar que Ciego de Ávila sembró la mayor extensión de tierras de los últimos años para una campaña de primavera, que comienza en marzo y termina en agosto. Venimos del 2018 con 12 571 hectáreas, crecimos en el 2019 a 13 153 y ahora remontamos a 15 402. Casi tres mil hectáreas en tres años.
Sin embargo, hay una razón que nos marchita el júbilo: los rendimientos se estiman alrededor de la mitad en algunos cultivos, y tal pronóstico no sorprende a Orlando Pérez Pedreira, delegado de la Agricultura en el territorio, quien admite, de antemano, que la decisión de ampliar áreas no obedece a un salto productivo. “Hoy, más tierra no es igual a más comida”.
Solo con cuatro renglones sería visible. El boniato, que antes rendía entre 15 y 16 toneladas por hectárea (t/ha), ahora debe aportar unas ocho. El plátano se calcula sobre las 15 y rondaba las 50. La yuca podría descender de 15 a ocho. El arroz, de 4,2 desciende a 2,1.
Si la agricultura crece de manera horizontal es porque “lo vertical” se ha precipitado y la caída estrepitosa de los rendimientos es causada, en lo fundamental, por la ausencia de productos químicos; vicisitudes que ya eran crónicas en la pasada campaña de frío cuando, incluso el tomate, habitualmente protegido con su paquete tecnológico para garantizar su entrega a la industria, llegaba a noviembre con menos de la mitad de sus 1980 hectáreas aseguradas. La fórmula completa sería una ironía regada en los campos.
Ahora, en esta primavera, Orlando reconoce que la falta se ha agudizado y la situación financiera del país la explicaría casi por sí sola. El pago del servicio de la deuda (intereses y otros etcéteras) se movería en 2019 sobre los 1948 millones de dólares y según datos citados en Cubadebate por José Luis Rodríguez, asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, se reportarían, además, atrasos en el pago y “la reclamación de los pendientes por parte de los bancos internacionales ascendía a 2 091 millones de dólares, al cierre de diciembre”.
No es de extrañar, entonces, que la importación de fertilizantes se haya detenido o reducido drásticamente en ese contexto.
Luego, o en paralelo, vendría la sarta de medidas extremas de Trump y su “obsesión” con el arribo de buques petroleros que nos hizo operar con cerca del 50 por ciento del combustible que necesitaba el país. Cuando el término coyuntura se volvió habitual en el discurso nuestro ya la campaña de frío de la agricultura avileña comenzaba en septiembre con apenas el 19 por ciento del combustible. Al final cerramos esa campaña con el 56 por ciento de la siembra prevista. Sin discusión: menos al plato.
Aunque para esta primavera el delegado confiesa que ha estado asegurado el combustible de acuerdo con los planes diseñados, el hecho de que los rendimientos caigan y las escasas alternativas biológicas no logren levantarlos, sigue diciéndonos que el impacto en la agricultura es fuerte. Y en el plato da igual si la reducción viene por sequía, ciclones, combustible o fertilizantes, amén de que sabemos que todas las explicaciones no saben… ni se digieren igual.
Mayo, no obstante, cerraba al 103 por ciento del cumplimiento de los planes de siembra y esa sigue siendo una buena noticia, a sabiendas de que cumplirlos no satisfará una demanda que vino a dispararse justo en esta temporada, porque con la primavera llegaría también la pandemia, la cuarentena…
Las placitas no han sido una excepción de las cadenas de tienda: producto que caiga… “desaparece”. Lo curioso, si se quiere, es que las estadísticas de Acopio indican niveles superiores de distribución. En ocho productos seguidos por Invasor es muy visible su incremento si comparamos el primer trimestre del 2019, con estos tres primeros meses de 2020. Las toneladas crecen. Las más significativas (después del plátano de fruta del que se distribuyeron alrededor de mil toneladas más, de 3688 a 4 588) fueron la malanga, que pasó de 49 a 176, y la yuca, que subió de 136 a 306 toneladas en el trimestre.
Pero con una calculadora a mano, esas toneladas —convertidas y divididas entre cada mes y habitante— nos dejan casi ocho libras de platanito, media de yuca y menos de un cuarto de libra de malanga. Una cuenta que, obviamente, no sacia nuestro apetito y un cálculo que aplicado a cada cultivo nos llevaría a conclusiones similares. Aquí parece que solo el plátano (burro) no levanta “furor” en los mercados. La reducción más llamativa la tuvo la calabaza. Una plaga fue la causa.
Antonio Gross Morales, director comercial de Acopio, habla incluso de que la distribución habitual a otras provincias se ha detenido, que solo venden a Holguín y La Habana; que los productos que antes iban al Turismo (unas cinco o seis toneladas diarias en el volumen de cada jornada) se sumaron; que distribuyen encurtidos de La Cuba, alimentos industrializados de la Agroindustrial Ceballos… Mueven alrededor de un 20 por ciento más de productos, respecto a otros meses, y no dan abasto.
Nunca mejor dicho: “no dan abasto”. Y según el directivo, no es que queden productos en el suelo de los contratados, es que la demanda supera, también, los ciclos de distribución. Pudieran ser más cortos si hoy, por ejemplo, existieran 18 puntos de recogida, en vez de ocho. Además de las naves municipales que tienen, precisarían de esos otros puntos para que a los guajiros se les acortara el trasiego y la Empresa pudieran abarcar, en menos viajes, más productos. La eficiencia de su deteriorado parque de vehículos se mide, de alguna manera, en las placitas, si bien Antonio aclara que hoy el problema fundamental es que la demanda sigue estando muy por encima de la oferta.
Ni siquiera el autoabastecimiento municipal con el “ideal” de 30 libras por habitantes, entre viandas (15), hortalizas (10), granos (2) y frutas(3) ha podido ser una realidad para los 10 municipios avileños. El informe de Acopio muestra, en abril, a Morón y Ciego de Ávila rondando las 20 libras, y por más que el resto se acercó a las 30, el tema merece un abordaje exclusivo en Invasor porque no todos muestran “igualdad de condiciones”; de ahí que juzgar parejo sus resultados sería contraproducente.
Y es contraproducente, también, pedirle a la tierra frutos, casi acabados de plantar, creyendo que la yuca nace al ritmo de las acelgas, que la malanga se da “tan fácil” como la calabaza, que sin abonos los nutrientes caerán con las lluvias, que la primavera tiene rendimientos de invierno…
Sin dudas, hay situaciones que debemos digerir.
(Tomado del periódico Invasor)