Un hombre en La Habana, mientras espera para entrar a un Banco, dice tras su mascarilla semianudada que está demostrado “científicamente” que el también llamado nasobuco no sirve para nada. No añadió a qué investigación científica se refería, porque el término, socorrido cuando se quiere dar crédito a una afirmación, enseguida viene a cuento.
Otros -como algunos empleados del propio Banco que salen a fumar o a hablar por el celular, y muy próximos al público que espera- se “bajan” la mascarilla. Y no se la “suben” hasta que entran al inmueble.
Entre quienes se asoman a hacer preguntas al guarda de la puerta de la instalación, hay quienes se despojan del barbijo para hablar. Y todos los que se mueven en torno a los cajeros automáticos y a la entrada del Banco se acercan al grupo que pulula en la entrada del lugar.
El llamado distanciamiento social se percibe entonces como una quimera y el uso de la mascarilla como una moda que exhibe diversidad de modelos y “estilos” de uso.
Pero ciertamente, el hombre que desacredita el uso de las mascarillas tiene razón en un punto. Hay estudios científicos, pero dedicados a evidenciar la utilidad del tapabocas para ayudar a evitar la trasmisión del SARS-CoV-2. Y, en este sentido, casi ninguna de las investigaciones realizadas últimamente demerita su uso.
Entre las más recientes, está la realizada por la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, que afirma que el uso masivo de mascarillas disminuye la propagación de la enfermedad y que cuando se combina con medidas de confinamiento previene futuras oleadas del virus.
La información fue dada a conocer por BBC y añade que, incluso, las máscaras de tela hechas en casa, que tienen una efectividad limitada, pueden reducir dramáticamente la tasa de transmisión, si las usa un suficiente número de personas.
Richard Stutt, investigador de epidemiología en la Universidad de Cambridge y coautor del estudio dijo categóricamente: “Nuestros análisis respaldan la adopción inmediata y universal de máscaras faciales por parte del público».
Y, asimismo añadió que si el uso generalizado de máscaras por parte del público se combina con distanciamiento físico y cierto confinamiento, puede ofrecer una forma aceptable de manejar la pandemia y reabrir la actividad económica mucho antes de que haya una vacuna.
En el reporte también se fundamenta que los investigadores utilizaron para su estudio modelos matemáticos de las distintas etapas de la infección y la transmisión a través del aire y superficies, con la idea de analizar distintos escenarios para el uso de las máscaras en combinación con medidas de confinamiento.
Para el análisis de las epidemias, utilizan el número R, que equivale a la cantidad de personas a las que otra persona puede transmitir el virus, y así establecieron que para que una pandemia amaine, el número R debe ser menor a 1.
“Los modelos de la investigación mostraron que el uso de las mascarillas en público es dos veces más efectivo para reducir el número R si se utilizan desde antes que la persona presente síntomas. También revelaron que si al menos el 50 por ciento de la población utiliza una máscara de manera rutinaria, el número R se reduce a una cifra menor que 1”.
De esta manera, subrayan los investigadores, se podrían aplanar futuras curvas y relajar las medidas de confinamiento.
Al particularizar en la eficacia de las máscaras caseras hechas de tela, los investigadores concluyeron que también pueden reducir la propagación de la enfermedad.
“El estudio afirma que las máscaras que solo capturan un 50 por ciento de las gotas exhaladas aun proporcionarían un beneficio a nivel de población».
Este mensaje es vital si la enfermedad se afianza en el mundo en desarrollo, donde un gran número de personas carece de recursos, dijo Chris Gilligan, coautor de la investigación. “Las máscaras caseras son una tecnología barata y efectiva».
Los autores de la investigación reconocieron, sin embargo, las limitaciones que tiene hacer un estudio basado en modelos matemáticos. Pero los resultados de Cambridge concuerdan con los de otro estudio reciente de la Universidad A&M de Texas.
Este último analizó las tendencias de propagación y las medidas de mitigación en Wuhan, Italia y Nueva York y concluyó que usar máscaras en público es una forma efectiva y poco costosa de combatir el contagio.
«Junto con el distanciamiento social, la cuarentena y el rastreo de contactos, representa la oportunidad de lucha más probable para detener la pandemia de COVID-19», señala.
Los científicos que participaron en el estudio de Cambridge resumieron el resultado de su investigación con un mensaje que dicen que se debería difundir entre la población «mi máscara te protege, tu máscara me protege». (Tomada de Cuba en Resumen).
Foto: ACN/Oscar ALFONSO SOSA.