Recuerdo el traje gris de pelotero con las insignias de Cuba en azul al lado izquierdo del pecho que me regalaron mis padres o Baltazar, el Día de Reyes. Tenía unos siete u ocho años. Era la primera década de la Revolución en el poder.
Mi padre vino con mi mamá de Minas de Matahambre a mediados de 1959. Se fueron de allá porque mi abuelo, timbrero(1) en un pozo de la mina, quería de todas formas para mi madre al vástago de un hacendado que tenía tierras en la zona de La Guabina.
Pero ella amaba al pinche de cocina de una fonda, un hijo de inmigrante árabe con más pobreza que un río de una sola orilla. Se amaban de verdad, como en las novelas, sentados debajo de unas coníferas en la loma de Pinillo, donde quizás un beso era demasiado. Así que recalaron desde Managuaco a Isabel la Católica, una calle de nombre suntuoso; de reina, pero nada que ver con todas aquellas casas de tejas y madera, excepto algunas, dos o tres en cada cuadra, de mampostería.
En lo menos que se piensa cuando eres un chiquillo es en la ropa. Andaba generalmente en short y descalzo con aquel pie largo y flaco del cual se reían los más grandes, pero no hacía caso, tampoco el Piche con sus tres tetillas, el Gallego con sus empellas, y Victorita cuando lo mismo jugaba bolas que empinaba chiringas con nosotros.
Sólo me di cuenta, que prácticamente estaba “encueros”, cuando de aquel traje de pelotero, tuvieron que hacerme un par de “chores”, para poder aliviar el diario de la escuela primaria y además me vendieron o regalaron por el “comité”, no sé bien cómo fue, un par de botas, de aquellas que le daban a los becados makarenkos, que después se graduaban de maestros.
Yo no era el único, había cientos de miles en todo el país que vivían la misma historia, heredada de siglos de marginación.
Cada vez que le escucho a Piloto, un amigo cercano la anécdota del traje que le hicieron de un forro de televisor Krim 218, me meo de la risa, porque además, todos sus amigos lo querían prestado el fin de semana.
Sin embargo, éramos bien felices, porque cada día, después de las clases en la primaria Ciro Redondo o en Pablo de la Torriente Brau, era a jugar pelota, chinatas, papalotes, quimbumbia…. Y hasta algunas escaramuzas nocturnas entre barrios, alentados por las aventuras de los Vikingos o Nacho Verdecia, con espadas de maderas y otros artefactos que terminaban a veces con algún herido menor.
La imaginación era otra arma que florecía entre nosotros porque cuando despertabas los sábados y domingos, no había televisor para ver los muñe, no hablemos de computadoras o celulares; eran entonces ciencia ficción. Por eso todo aquello nos convertía en hermanos del equipo de pelota, del trompo, de la “banda” de Nacho Verdecia, en fin del barrio, y “cuidaito” viniera alguien a abusar con aquellos que ya eran “nuestra sangre” porque se ponía la cosa al rojo vivo.
En mi cuadra había dos televisores, uno de Paco y Angélica, pareja que vivió muchos años unida con el infortunio de no tener hijos, pero a la hora de las aventuras se juntaban decenas de muchachos de todos los colores, sentados en el piso de la sala, detrás de las ventanas del portal y en la puerta, porque no cabían.
Los viejos estaban solitos y esperaban con deleite ese momento. No importa que uno pidiera agua u otro le diera un codazo al del lado para que se “echara pa´llá… En fin, la locura que se formaba en aquel “cinecito”. Gracias a ellos.
Era un ambiente esplendoroso. Si iba para Minas de Matahambre mucho mejor. Todos aquellos juegos y más. La naturaleza, los ríos, los arroyos, la playa del Bañito, Río del Medio, las cacerías de pájaros que no debieron ser, la recogida de guayabitas silvestres del pinar, el Tibisí, río de aguas cristalinas que me enseñaron a nadar, el aire libre, la libertad.
No digo que los niños de hoy no la tengan, pero el propio desarrollo de las nuevas tecnologías, al menos así lo pienso, a esas edades no son efectivas si se abusa de horarios e intensidades. Los niños tienen que socializar con sus pares, jugar, sudar, divertirse, encaramase en una mata de mango (bajita para que no corra peligro… claro).
Pueden así crecer con un sentido más claro de la solidaridad y el compañerismo a diferencia de algunos niños y adolescentes “autómatas” que no están bien si no con la computadora y el celular, una especie de zoombies muy rápidos en la realidad virtual, pero lentos en la cotidianidad de nuestras vidas y sus complejas relaciones de amistad, profesionales o de otro carácter.
Algún padre alega que dejar a los muchachos en la calle es más peligroso que entonces, pero la realidad es que siempre fue así, con menos riesgos antes que ahora, por la circulación de vehículos, y quizás por algunos extravíos conductuales de “mayores” que pueden ser más notables que antaño. Pero, ¿quién controla a un adolescente cuando compra una tarjeta de navegación y está horas frente al teléfono visitando sitios hasta por curiosidad?
“El Colegio Real de Psiquiatras del Reino Unido exhortó este viernes a las grandes empresas tecnológicas como Facebook y Twitter a divulgar sus investigaciones sobre los peligros del uso excesivo de las redes sociales para los jóvenes y a aumentar los recursos para estudios en torno al tema.” Dice un cable de Ap, fechado el 17 de enero reciente.
Y culmina con la fatal noticia de Ian Rusell, padre que perdió a su hija Molly de 14 años en 2017 alegando con respecto a este interés del colegio de psiquiatría británico: que no tenía “dudas de que las redes sociales ayudaron a matar a mi hija” después de hallar “material sombrío y deprimente, contenido gráfico para lesionarse a sí misma y memes alentadores del suicidio” en su computadora.
Y los padres y los familiares adultos, ¿no pueden organizar, encausar el juego de niños y adolescentes en lugares apropiados y bajo su supervisión? Todo pasa por interpretar con una mirada crítica el riesgo que todos los días corren niños y adolescentes expuestos tantas horas frente a una computadora o un móvil.
Las multinacionales de Internet y del entretenimiento, manipulan desde muy temprana edad a los millones de consumidores que entrarán próximamente al mercado. Desgraciadamente así nos ven. No como seres humanos y sí posibles compradores que mañana van a adquirir, tales juegos y aplicaciones, además de toda la parafernalia publicitaria incitante a la compra de lo que necesitamos y lo que no.
Ni remotamente estoy negando los avances de la ciencia y las nuevas tecnologías en el desarrollo de la sociedad. El hombre en poco tiempo avanzó gracias a ellas, lo que demoró siglos. Tampoco quiero imponer mi infancia a la de hoy; cada cual en su momento.
Pero lo que sí no puede suceder es que los muchachos, incluso viviendo cerca físicamente, tengan que enviarse un mensaje de texto, tan impersonal como impreciso y mucho menos que sus amigos estén solo en Facebook, cuando los puede tener al lado de la casa.
(1)El timbrero era el que bajaba y subía a los mineros en los pozos de extracción, mediante aquellos rústicos ascensores que se utilizaban para ese fin.