No sé a quién hacerle el monumento en Cuba, si hablamos de comercio en estos tiempos de COVID-19. ¿A las tiendas online, en oportuna y controvertida expansión? ¿A la paciencia de los consumidores, en espera a la puerta de sus casas por algo más sustancioso que las flores de un galán? ¿O a la gestión de ventas, que readapta a la web viejos trucos para atrabancar clientes?
El comercio electrónico se adelantó en Cuba a la llegada del coronavirus, por poco margen de tiempo. Apareció inmerso en la ola informatizadora que se aceleró en el último par de años. La alternativa de las tiendas online, y de otros servicios similares, perdió rápido el aura de lujo que muchos le vieron en su inicio. El empleo de tarjetas magnéticas con fines diversos, incluido el cobro de salarios, ganó nueva premura en 2019. Tal parecía que alguien supiera lo que se avecinaba en 2020.
La pandemia se ocupó de confirmar el mérito estratégico del comercio electrónico. Era la alternativa perfecta para evitar el peligro de contagio con el Sars-Cov-2 en los apiñamientos humanos típicos de las tiendas. Pero la congestión se ha desplazado de los mostradores a los sitios web de las 19 tiendas virtuales que han abierto las cadenas Panamericana y Tiendas Caribe hasta la fecha. Las demoras en el servicio de transportación a la casa se han convertido en paño común, entre otras pifias y novatadas. No dan abasto.
La demanda de los consumidores con móviles y conexión a internet mediante cuentas Nauta superó las previsiones de la Corporación Cimex cuando abrió la plataforma Tuenvio.cu. Con ventas diarias cercanas a 900 mil pesos, en abril el número de pedidos creció 16 veces en comparación con el primer trimestre del año.
Colapsos similares han mordido a muchas ofertas privadas que también incursionaron en los servicios online por estos días. O sobreestimaron sus fuerzas, tanto las cadenas estatales como los privados, o las inversiones en telecomunicación y la informatización de la sociedad han volado a ritmos más intensos que los imaginados.
De cualquier manera, les queda el mérito de no haberse quedado con los brazos cruzados cuando llegó a Cuba uno de los mayores desastres globales en un siglo. Ahora, simplemente tendrán que correr, invertir, ampliar las flotillas de transporte, innovar… pero sin exagerar, por favor, si de innovación hablamos.
Mientras los consumidores se dedican a cacerías web de pollos y productos jabonosos en el comercio minorista, la tienda virtual Villa Diana, en La Habana, de la Cadena Tiendas Caribe, de reciente apertura online, ha retomado el viejo recurso de los combos. Era la fórmula por la que optaban las tiendas en el pasado para salir de los productos de poca demanda: los vendían pegados en un mismo paquete con productos de alta demanda. El 6 de mayo Villa Diana tenía en oferta en un mismo combo pollo, aceite, coctel de frutas europeas y hasta dos kilos de sal. ¿Qué le sobraba en los almacenes? ¿La sal?
La imposición de compras se torna doblemente cuestionable cuando las carencias son habituales en el comercio minorista. Como nunca, cada maniobra e iniciativa en la gestión de ventas debe estar en función de la población ante todo, más que de los balances contables de la empresa.
Las tiendas virtuales apenas estaban en ciernes en Cuba cuando el temido coronavirus llegó con unos turistas. Corren ahora, entre tropezones, para equilibrar su oferta con la demanda solvente, o al menos, la eficiencia para entregar en tiempo los pedidos, porque la oferta queda sujeta también a restricciones duras, en un contexto de contracción económica global.
Es una época de paradojas: el escenario de estrechez propicia el ascenso de otro escalón del desarrollo, la informatización; la virtualidad florece para acceder a realidades tan sensibles como un plato de comida; y una tienda, entusiasmada quizás con el toque del progreso, opera como si los tiempos no fueran los de una crisis.
(Tomado de Cubadebate)