Onelio Jorge Cardoso (Calabazar de Sagua, 14 de mayo de 1914 – La Habana, 29 de mayo de 1986) llegó y se nos fue en el mes en que la lluvia suele prodigarle a nuestra tierra su bautismo bienhechor y hacerla parir nuevos frutos.
Ser el «Cuentero mayor» de la literatura cubana es apenas la manera de sintetizar la vida de un hombre que hizo de la modestia, la sensibilidad, el compromiso social y la cubanía las claves y el sentido de su obra.
La inmortalidad no fue su destino felizmente, pues no merecía esa suerte de pasaporte a la remota y estéril geografía de la eternidad donde los elegidos se van convirtiendo con el tiempo en chatarra marmórea. Él se hizo acreedor de la sobrevida para seguir andando entre nosotros renovando y abriendo territorios en su legado para iluminar los nuevos tiempos.
Es así como llegamos al periodista que no ha dejado de ser, incluso, desde su prolija cuentística. Los estudiosos señalan que supo conducirse con natural destreza por los caminos de la fantasía, pues toda narración que inicialmente parte de una realidad tiene en ella igualmente el patrón con que el hombre puede ajustar la propia imaginación.
Es así como logró saltar las fronteras y estancos que el canon conservador reserva para marcar distancias artificiosas entre periodismo y literatura, pues hay mucho del oficio de informar en la raíz y la sombra fecunda del árbol de letras que nos dejó.
Un breve recorrido por su vida nos revela su relación con el periodismo desde muy joven como redactor del noticiero de la emisora radial Mil Diez, jefe de redacción del informativo cinematográfico Cine-Revista. Con la Revolución, guionista de documentales en el en la Sección Fílmica del Ejército Rebelde y en el ICAIC, jefe de redacción de Pueblo y Cultura y del semanario Pionero, indistintamente; también estuvo al frente del equipo de reportajes especiales en el periódico Granma. A ello se suma la frecuente publicación de sus reportajes, crónicas y cuentos en las revistas especializadas o no de la época.
Uno de sus principios inspiradores fue que al hombre no le basta con el pan, también necesita soñar. Y en esa expresión encontramos las coordenadas de su capital simbólico.
Para él, la vivencia, el enlace con la realidad devino conexión sustanciosa y vital con el periodismo y la literatura que hizo. Con ella llegó a comprender y apropiarse del tesoro patrimonial del país profundo desde los tiempos en busca el sustento como vendedor ambulante, ayudante de fotógrafo, bibliotecario, maestro rural, entre otras labores que lo marcaron y comprometieron como ser social.
Siempre reconoció que el apetito voraz por la lectura y la aventura desde niño lo llevaron al periodismo y la literatura.
En varias entrevistas y conversatorios rememoró el valor que tuvo en su vocación y formación periodística-literaria el Club Umbrales, de Santa Clara, allá por los años treinta del siglo pasado.
Junto a la teoría, los periplos rurales y el encuentro descarnado con la vida de los campesinos, carboneros, pescadores, jornaleros, cortadores de caña, con la miseria atada al cuello, se convirtieron en testimonios periodísticos. A partir de ellos fue perfilando con el tiempo el reportaje humano que distinguió su proceder en el ámbito informativo.
Esa narrativa tuvo su asidero en hombre y sus circunstancias, tal vez el más genuino y abarcador retrato sociológico de la pobreza rural de entonces. Ahí está para todos los tiempos, el icónico «Gente de pueblo», compilación de reportajes con fotos de José Tabío y prólogo de Samuel Feijóo, publicado en 1962.
El texto de referencia nos revela el valor medular que le atribuyó el autor de «Taita, diga usted cómo» a la posibilidad de penetrar y comprender el mundo interior de los protagonistas, no como una aséptica técnica de investigación, sino desde el comprometimiento del martiano raigal que hizo suyos de palabra y hecho «… con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar»
Ahí radica su capacidad para ir en busca las fuentes y la urdimbre de sus conflictos existenciales. Encontramos también el denuedo creativo para dejar constancia de una narrativa propia afincada en la naturaleza conmovedora de las historias de vida de sus personajes construidas desde la mística de la seducción propositiva, el matiz significativo, los colores contextuales, la fragancia de la palabra oportuna.
Es así como proclamó, sin rehuir las miradas elitistas, no encontrar diferencias entre la literatura y el periodismo, salvo en el estilo, como igualmente manifestaba Carpentier.
Es así como elevó la estatura conceptual y creativa del reportaje y la crónica. Su obra demuestra la viabilidad de establecer vasos comunicantes entre las funciones y estilos de ambos géneros que, como regla, tienden a pautar la intencionalidad de la proyección pública del acontecimiento noticioso.
Basta poner la atención en la ductilidad de los diálogos, el ritmo narrativo, la plasticidad descriptiva, la construcción escena por escena sin rebuscamientos no esenciales, el dato preciso, la subjetividad objetivada para percatarnos del empaque orgánico que el «Cuentero mayor» logró armonizar de manera natural. Él mostró la validez de la hibridez de los géneros periodísticos desde la inobjetable calidad de sus entregas como único medidor posible.
De ahí que cuentos publicados en revistas de corte generalista fueran asumidos por sus lectores muchas veces, y con razón, como reportajes. Ojalá retornen a las páginas de nuestras publicaciones periódicas de largo alcance (digitales o no) la producción oneliana por su elevada factura narrativa, por su cubanía y el valor insuperable que tiene como registro y memoria histórica.
Pocos le reconocen al autor de «Juan Candela» ser un aportador a la perspectiva cubana del llamado «Nuevo periodismo», como también a la corriente del realismo mágico, pues de este último están cargadas las entrañas de su cuentística al tomar por base el conflicto social en la vida de la campiña isleña con sus figuraciones místicas y fantasiosas nacidas de una desbordada realidad.
La trascendencia y esencialidad de la obra de Onelio Jorge Cardoso, la resume su amigo, el maestro, periodista y escritor Jaime Sarusky, cuando dijo que tuvo el raro privilegio de vivir para ver su concepto de lo imaginario abriéndose paso hasta insertarse en la memoria colectiva. Con voz singular, su obra no sólo representa la áspera existencia de sus pescadores, sus campesinos y sus obreros agrícolas, sino que reclama el derecho y la necesidad de esos hombres al pleno disfrute de otras vertientes de la realidad gracias a los fueros de la poesía y la imaginación.