Mientras el doctor moronense William Alonso Valdés enfrenta el coronavirus en Lombardía, Italia, su esposa Lumey Sotolongo Brito transforma su hogar en un remanso tranquilo para ella y su hijo, donde solo tiene cabida la esperanza.
Esa semana antes del vuelo, William y Lumey aprovecharon para dejarlo todo listo. Bautizaron a Wesley, pero le explicaron poco. El beso de papá antes de partir lo recibió dormido. Y en eso fue en lo primero que pensó Lumey cuando William le dijo que no regresaba a Morón, que de la preparación en La Habana partía directo hacia Crema, Lombardía. “Sentí que lo peor de todo era que no se había despedido del niño”.
Para ella todo fue una sorpresa. “William estaba arreglando los papeles de colaboración para ir a Venezuela. Ese día fuimos a Ciego, para sus trámites y los de mi maestría. Yo lo notaba muy contento, emocionado, y no sabía por qué. A mí no me dijo nada de que le habían propuesto ir a Italia hasta que fue seguro.
Después de recibir la llamada, yo me eché a llorar. Estaba preparada para que se fuera, pero no pensé que fuera tan rápido.”
La partida hacia La Habana fue de madrugada. No podía despertar al niño, porque a sus tres años iba a querer seguir a papá hasta Italia y hasta el fin del mundo. “Ellos son muy unidos, imagínate que dormimos los tres juntos”, explica Lumey.
Así que cuando William le dijo que volaba directamente hacia Crema, una semana después de saber el destino, la esperanza de volverlo a abrazar se le convirtió a Lumey en incredulidad. “Me quedé muda al teléfono. Yo le dije ¿por fin vienes mañana? Y no me lo podía creer cuando me dijo que no.”
Ahora hablan todos los días. A veces por videollamada, y a veces solo alcanza a escuchar su voz. William nunca le describe lo que ve, pero Lumey puede imaginárselo cuando él le pide que se cuide mucho. “Esto no es un juego”, le dice. Cuando William los llama desde su habitación, las medidas sanitarias le impiden a mamá y nené verle la cara, porque no se puede bajar la guardia. “Esto es duro, no te confíes”, repite él.
“Siempre nos transmite seguridad, porque es discreto con su trabajo. Un día me llamó muy emocionado, para contarme que había salvado a una señora, y me enseñó la carta de agradecimiento que ella le hizo. A veces me manda fotos. Pero de su trabajo solo sé que está descansando cuando está activo en las redes.Si no, ya yo sé dónde está.”
Ella sortea la ausencia de estos días con la certeza de lo fuerte que es el hogar que han construido. Sus redes sociales se inundan de fotos alegres, de las últimas vacaciones juntos, de lo que cuentan los medios sobre él. La espera nunca ha sido fácil, pero aquí también tiene ella una tarea de valientes: crear un ambiente seguro para su hijo, donde no hay virus ni pandemia ni guerra que pueda con mamá y papá.
“El niño es muy intranquilo, y para él es muy difícil estar encerrado aquí en el apartamento. Por eso yo he tratado de no asustarlo ni ponerlo nervioso”, dice ella. Y Wesley está en buenas manos, porque además de mamá, Lumey es licenciada en Psicología.
Para él casi todo es un misterio. Todavía es pequeño para entender historias de valientes que cuenta la prensa en estos días. Cuando ve a papá en la pantalla, a veces le da sorpresas, y le dice todo lo que va a regalarle y todos los juguetes con los que van a jugar cuando vuelva. Pero otras veces solo le dice, preocupado, que “ya es de noche, papá, ven para la casa”. Y así los tres, William, Lumey y Wesley, empiezan el día soñando con ganarle al virus antes de que anochezca otra vez.
(Tomado de Invasor)