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José Martí junto al último tronco y al último peleador

Anoche, en uno de los tributos dedicados a José Martí en el aniversario 125 de su muerte en combate, la Televisión Cubana ofreció en uno de sus canales una lectura o interpretación dramatizada de textos de Martí, y de hechos de su vida. Quede claro que quien esto escribe apreció que el programa se hizo con voluntad de respeto y, en general, con aciertos. Le gustó especialmente el pasaje que refutó la falsa imagen que a veces se ha dado de Martí como un ser lánguido, y lo recordó rectamente como el hombre de gran actividad que era, y que vivía con el sentido de urgencia propio de quien sabe que tiene una gran misión que cumplir y no puede permitirse desperdiciar ni minutos. Esa conducta y esa comprensión dan mayor fuerza a su espiritualidad y a su capacidad de ternura, virtudes por las cuales también continuará siendo —cítese a José de la Luz y Caballero— un evangelio vivo.

Ese tino, tan plausible, de la contribución televisual se sumó a momentos como el relato del episodio en que Martí se le enfrentó como un león a un intrigante que quiso demeritarlo por su discrepancia con el Plan Gómez, de 1884. Hubo que contenerlo para que no abofeteara al intrigante. Quizás lo más anecdótico no se ajustó en la televisión a lo más conocido —¿fue Máximo Gómez quien sujetó a Martí para que no golpeara a quien lo había insultado, o fueron Antonio Maceo y Flor Crombet?—, y las palabras de Martí oídas en la televisión no se correspondan con las que se han repetido hasta hoy.

Pero esos son detalles atribuibles al montaje dramático —o a libertades artísticas mejor o peor asumidas—, y tienen de su lado el hecho de que lo conocido sobre dicho episodio se debe, sobre todo, a la tradición oral, aunque lo trasmitido por esa vía tiene el peso de la verosimilitud y correspondencia esencial con los acontecimientos. Distinto es cuando se trata de textos escritos por el propio Martí, como su carta a Federico Henríquez y Carvajal del 25 de marzo de 1895, justamente considerada con frecuencia, y así en el mismo programa comentado, uno de sus testamentos políticos, porque el supremo de ellos sería, es, su carta póstuma a Manuel Mercado, escrita en la víspera de su caída en combate.

Como en alguna medida el guion del trabajo televisado se sintió punteado con ideas de Martí sobre la muerte, lo que —aunque no haya sido la voluntad de los realizadores— remite a la supuesta filiación suicida que se le ha atribuido al héroe, es lamentable que al citar la carta a Henríquez y Carvajal, escrita “en el pórtico de un gran deber”, se haya hecho una poda que mutila sensiblemente el contenido. Después de decirle al amigo dominicano, pensando en el alcance continental y planetario de su proyecto de liberación para Cuba: “Yo alzaré el mundo”, Martí añadió: “Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir, callado”. Y el caso es que, o el autor de esta nota ha perdido sus facultades auditivas, o sencillamente se suprimió de modo irresponsable la referencia “al último peleador”, la que remite al momento en que ya no hubiera otra cosa que hacer que entregar la vida, y la cita, podada, quedó como si Martí hubiera escrito: “Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco: morir, callado”. Hay una gran diferencia entre eso y el original.

“Para mí, ya es hora”, le escribe Martí a Henríquez y Carvajal, pero no es la hora de morir, sino la de cumplir su misión —“mi deber”, ratifica en su carta póstuma a Mercado— de luchar por la libertad de Cuba y contra el peligro que venía de los Estados Unidos. No vale evadir que tras “Para mí, ya es hora” se lee todo un juramento de vida: “Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo. Vea lo que hacemos, Vd. con sus canas juveniles,—y yo, a rastras, con mi corazón roto”.

Pero ese “corazón roto”, por enfermedades, por sufrimientos personales y familiares, por contradicciones diversas e ineludibles en las obras humanas, por el dolor de ver a Cuba oprimida —lo que si a algo lo movía era a luchar— fue el mismo por el que en Versos sencillos, bien recordados por ello en el programa, lo movió a escribir:

¡Penas! ¿quién osa decir

Que tengo yo penas? Luego,

Después del rayo y del fuego,

Tendré tiempo de sufrir.

Es el mismo poema donde se lee: “¡La esclavitud de los hombres/ Es la gran pena del mundo!”, y es el mismo libro donde, en su poema vertebral, testimonia que, de niño, “juró/ Lavar con su vida el crimen!” Sí, con su vida: con todos sus actos, no con la eventualidad de la muerte, como pueden hacer suponer copias erráticas que traicionan el texto al convertir esa idea en “Lavar con su sangre el crimen”. Y, sobre todo, es el mismo autor que el 28 de febrero de 1879, al rendir honor a un poeta cubano fallecido, Alfredo Torroella, había invocado a la muerte en términos afectuosos —“¡Muerte, muerte generosa, muerte amiga!—; pero lo hizo para decirle de modo rotundo: “¡ay! ¡nunca vengas!”

No se extenderá más esta nota. Quienes se interesen en conocer otros acercamientos del autor al tema, pueden leer —además de lo publicado por él en estos días— otros textos, como “19 de mayo de 1895: lo que hizo el Maestro” —artículo de fácil localización en Cubadebate (http://www.cubadebate.cu/opinion/2016/05/19/19-de-mayo-de-1895-lo-que-hizo-el-maestro/), y que en gran medida escribió como un respetuoso diálogo con lo expresado por Fidel Castro en su maciza e insoslayable reflexión “El hermano Obama”—, así como en su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. Pero sabe que ni todos esos textos, ni muchos más, agotan la riqueza interpretativa reclamada por el extraordinario legado —de pensamiento, ética, escritura y acción: de ejemplo vivo— que debemos a un ser humano tan excepcional y elevado hacia la luz —“hacia la luz más pura”, para citar al gran Antonio Machado— como de vista y sabiduría que le permitían calar en el subsuelo. A quien fue y seguirá siendo un tesoro para su tiempo y para los tiempos todos: “Vengo del sol, y al sol voy”, escribió en Versos sencillos.

(Imagen destacada: Fotomontaje de obra de José Delarra)

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

2 thoughts on “José Martí junto al último tronco y al último peleador

  1. !Que maravilla que tengamos a personas que ayuden a rectificar vacíos, olvidos o malas interpretaciones !… Gracias profesor , una vez más por esos detalles que se escapan a la hora de contar historias y que pueden mal interpretarse o cambiar el sentido de lo leído o dicho.

  2. Excelente análisis del Profe Toledo, martiano emérito desde la sabia albura de su melena y barba desafiantes, hasta los bien plantados talones de luchador irreductible, que lo hacen imprescindible para las urgencias de reconocernos en nuestras esencias auténticas, ante las turbulencias de ingenuidades, descuidios y perfidias. En este caso, su fraterna e iluminada crítica contribuye, como de costumbre, a enriquecer, enmendar pifias y acrecentar el alcance cultural de un también excelente producto audiovisual, conmovedor, por el que debe agradecerse, con aplauso, el esfuerzo de creadores, artistas y de la televisión cubana, en el inspirado homenaje al Maestro para todos los tiempos incluidos los de coronavirus.

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