Su nombre ocupa un lugar privilegiado en la larga lista de mujeres cubanas que lucharon por la libertad de Cuba. Trasciende como una leyenda, como una de las figuras imprescindibles del pasado y el presente de nuestra nación. Calificada por Armando Hart como la flor más autóctona de la revolución, Celia Sánchez Manduley es el símbolo de la sencillez, abnegación y patriotismo que caracteriza a las cubanas.
Sin embargo, ¿dónde está esa Celia alegre, pícara, bromista que forma parte indisoluble de la Celia heroína?
Mujer de carne y hueso
Granmense de Media Luna, nacida el 9 de mayo de 1920, por su temperamento inquieto y sentido del humor no dejaba de sorprender a quienes la rodeaban por la singularidad de sus bromas, como la de esconder los zapatos a un primo del padre, con tal ingenio, que vino a encontrarlos un año después, o de cerrar la llave de paso de la casa de un vecino, cuando este ya se había enjabonado.
Al comenzar el cuarto grado fue matriculada en la escuela pública número cuatro de Media Luna, institución en la que tuvo de maestra a Adolfina Cossío (Cucha), amiga de la familia y con quien conservó un vínculo especial.
Desde ese entonces demostró su “chispa”. Cuenta Adelaida Béquer, quien conoció personalmente a Celia, en su libro Celia, la flor más autóctona de la Revolución, que en una ocasión la joven profesora, molesta con sus alumnos por el desinterés demostrado y con la intención de sensibilizarlos, les dijo: “Lo que deben hacer es no venir más a clases, si total, no estudian”.
Esto sucedió un viernes. Después de pronunciar las palabras, Cucha quedó muy preocupada por la posible reacción de los niños y visitó el sábado a Celia. Allí supo que ella había ido a todas las casas a recordarle a sus compañeros no asistir el lunes a la escuela. Pero la niña, apenada al ver a su maestra desecha en lágrimas, retornó de nuevo a cada hogar y modificó su “orientación”. Ese lunes no faltó nadie a clase.
La Madrina
Adolfo Figueredo, quien junto a ella creó la primera célula del Movimiento 26 de Julio en Pilón, recordó a los 94 años de edad que los Días de Reyes “Celia salía a repartir juguetes por todo el pueblo, se pasaba un año ahorrando, haciendo alcancías para cuando llegara el 6 de enero”.
Eugenia Palomares, hija adoptiva de Celia y estudiosa de su vida, cuenta que su apego por los infantes se evidencia también en las incontables ocasiones en que regalaba paseos inolvidables en su cuña descapotable a los niños harapientos y descalzos. Para ellos, Celia era un ser especial, a quien bautizaron como “madrina”.
De acuerdo con lo escrito por Pedro Álvarez Tabío en su libro Celia, ensayo para una biografía, este título lo renueva cuando en fecha tan temprana como abril de 1957, Raúl Castro escribe en mensaje enviado desde la montaña a Celia, quien estaba entonces preparando en Manzanillo su segunda subida a la Sierra: “Tú te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato y por eso todo el peso recae sobre ti; te vamos a tener que nombrar Madrina Oficial del Destacamento. (…) Muchas cartas y mensajes posteriores de Raúl (…) van a estar dirigidas a “Querida Madrinita”.
Persistente hasta el cansancio
El director de la Oficina de Asuntos Históricos, coronel Eugenio Suárez, explica que después de uno de los exámenes del Instituto de Segunda Enseñanza de Manzanillo, el profesor pidió a Celia y a su prima Ana pasar por la oficina para que ellas leyeran sus respectivas pruebas, pues él no entendía la escritura; las muchachas, avergonzadas, no fueron al encuentro. Unos días después, por insistencia del maestro, Ana retornó y leyó su examen, pero Celia no accedió.
Agregó que cuando decía no, era no; y el pronunciado aquella vez, frente a su hermana Silvia, quien sirvió de mediadora, fue rotundo.
Verdaderamente no vistió más el uniforme del Instituto. A partir de aquel incidente comenzó a escribir con letra de molde. Años más tarde, cerca del final de su vida, se empeñó en reparar esa actitud de su adolescencia, y empezó a estudiar de nuevo, en su afán de ser más útil.
Por esa razón, después del Triunfo de la Revolución ingresó en la Escuela Ñico López, del Partido, en la carrera de Ciencias Políticas. María Álvarez Olavarri, Doctora en Ciencias Históricas y profesora de ella en ese centro, cuenta que fue una alumna muy inteligente y estudiosa: “Siempre se sentaba en la parte delantera del aula y sus calificaciones eran excelentes”.
Añadió que por todos sus logros estudiantiles, evaluaciones e intenso estudio hasta el momento en que murió, la alta dirección del país y de Educación, como un caso excepcional, decidieron entregarle simbólicamente, en el año en el que supuestamente se graduaba, el título pos mortem.
Ingenio sin barreras
Palomares recuerda que en uno de sus días como combatiente de la clandestinidad en Manzanillo, al conocer el casamiento de una amiga de Pilón, le regaló un cake que traía en el fondo propaganda revolucionaria e instrucciones para la célula de esa localidad.
“Manifestó su ingenio también a la hora de reunir recursos para la lucha cuando tomó la decisión de vender su moño de pelo, por el cual le daban 25 pesos, para recaudar fondos”.
Celia trascendió como nadie en la labor de guardiana de las memorias patrias. Aún en medio de la guerra procuró que no se perdiera ningún papel, mensaje, o comunicado de aquella gesta, para que más tarde los investigadores pudieran escribir la historia de la lucha insurreccional con toda objetividad, documentos que con gran celo fueron protegidos por ella hasta la creación de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, lugar que conserva ese tesoro valioso y guarda el sello particular de la guerrillera.
Merecido respeto
En el libro de Álvarez Tabío, aparece que en una ocasión varios de sus colaboradores fueron a recoger a Celia a las 5.00 de la mañana para salir por carretera a una reunión fuera de la capital. Al montar, dijo sonriente a sus compañeros de viaje: “Aquí llevo el almuerzo para no ocasionar gastos a la provincia” y mostró un cartucho de palitroques. “Y, además, les traigo hasta el postre”. Y enseñó otro cartucho de mamoncillos.
Al mediodía, cuando sus acompañantes hacía rato se esforzaban por disimular el hambre, repartió dos palitroques y un mamoncillo por cabeza. Todos se sometieron sin chistar a la dieta.
En la revolución, Celia siguió fiel a sus esencias y empleó el poder ganado por sus méritos en hacer el bien al pueblo. No hubo proyecto, problema o inquietud de los trabajadores que le fuera indiferente. El campesino Román García, colaborador del Ejército Rebelde, así lo corroboró luego de un emotivo encuentro con ella.
Carácter sorprendente
Daniel Rodríguez Verdecia relata que, siendo primer secretario del PCC en el municipio Manzanillo, de la provincia Granma, Celia Sánchez asistió a una asamblea de balance del organismo en su localidad, y en el punto de someter a votación la candidatura para el nuevo Comité municipal, un delegado pidió la palabra y objetó a uno de los candidatos, y lo hizo exponiendo argumentos fuertes en contra.
Rodríguez recuerda que, a partir de ese momento, él no cesó de pensar, temeroso de lo que pensaría Celia del suceso. Por el contrario, al terminar la asamblea, ella le comentó: “¡Qué buena asamblea, Daniel, qué buena asamblea!” Y lo felicitó.
Flor autóctona de la revolución
El 11 de enero de 1980 todo el pueblo lloró a esta mujer única, a quien la muerte arrebató demasiado pronto. El Doctor Armando Hart Dávalos, en la despedida de su duelo, dijo: “Celia era y será siempre para todos sus compañeros, la fibra más íntima y querida de la Revolución Cubana; la más entrañable de nuestras hermanas. La más autóctona flor de la Revolución”.
De acuerdo con el artículo de Osviel Castro, publicado en la página web Sí por Cuba, el historiador Julio César Sánchez expuso: “Celia expresa lo natural por su criollez, su cubanía; nunca dejó de comportarse con su gracia y acento campesino, de gente del pueblo. Ni miró jamás por encima del hombro a alguien (…). Expresa lo autóctono, también, porque era esa cubana bromista, jaranera, pero a la vez responsable, exigente, comprometida, anónima y modesta”.