Habrá terminado sus días sufriendo, no solamente por la pandemia que maltrata a su pueblo, y a tantos otros en el mundo, sino es de suponer que aún más por los abominables manejos de las ultraderechas que en la plurinacional España hacen cuanto pueden, y más quisieran hacer, para emular con la covid-19 en cuanto a maldad, y ganarle.
De hecho, le están ganando y son peores, porque el nuevo coronavirus es un agente biológico más, que nada tiene que ver con la razón, y ellas voluntariamente ponen al servicio de lo peor toda la razón “humana” de la sinrazón, el fraude y el crimen.
Si se respeta la honradez —virtud de la que aquellas derechas están demasiado lejos—, no hay que ser partidario militante de Julio Anguita, ni estar especialmente identificado con él, para saber y reconocer que acaba de morir uno de los más respetables exponentes de la decencia en la política española de la llamada Transición Democrática para acá, por lo menos.
En rigor, aquella fue, más que una transición, la transacción urdida por el propio general Francisco Franco con la complicidad de traidores de diversa laya y, en medio de la farsa zarzuelera, el rey que el propio Caudillo genocida preparó y acuclilló en el trono. De aquellos sucios polvos, estos horrendos lodos.
Toca al pueblo español librarse de tanta ignominia, de tanta manipulación terrible, y no dejarse llevar por la “vox” de la “ciudadanía popular” y otros reductos en que se concentran los adalides de sus ultraderechas.