¿Cómo distinguir entre buena ciencia, mala ciencia y pseudociencia? Tal es el título de un texto periodístico aparecido en theconversation.com —un sitio de noticias y análisis escritos por la comunidad académica e investigadora, dirigido a la sociedad— en el que alerta que, a pesar de su apariencia seria y técnica, algunos documentos que circulan por las redes, no son ciencia.
“No lo son porque no han utilizado el método científico ni pasado filtros de calidad independientes. Eso es pseudociencia. En otros casos, el artículo ha pasado algunos filtros, pero carece de calidad: eso es mala ciencia. ¿Cómo podemos distinguir unas de otras?”, arguye la nota.
El texto define que, “el método científico es un proceso de experimentación que se utiliza para explorar observaciones y responder preguntas. El objetivo es descubrir relaciones de causa y efecto. Para ello se reúnen y examinan las evidencias y se estudia si toda la información disponible se puede combinar en una respuesta lógica”.
Otra visión del asunto defiende que “toda estrategia normativista es una consecuencia de la necesidad de reglas para que los miembros de la comunidad científica puedan entenderse entre sí y para poder someter los descubrimientos a confrontaciones, verificaciones y falsaciones públicas”, dicen los españoles Eudald Carbonell y Policarp Hortolá en su libro Entender la ciencia desde adentro (o por lo menos intentarlo).
Explica theconversation.com que el paso final del proceso consiste en comunicar los resultados; primero, en congresos, y por último mediante su publicación en una revista científica con evaluación por pares. Aunque —advierte— hay científicos, grupos y centros de investigación buenos y malos. También congresos y revistas científicas mejores y peores. “¿Cómo valorar la calidad de la ciencia que hacen?”
Para responder a esta interrogante, el lector probablemente prefiera ejemplos. Así, theconversation.com cita el de la vacuna contra la tuberculosis BCG, desarrollada a principios del siglo XX por los investigadores Calmette y Guérin del Instituto Pasteur, que es aun la más utilizada del mundo.
“Hoy todavía salva miles de vidas cada año. Se estima que los 100 millones de dosis administradas anualmente a bebés previenen 41 000 casos de tuberculosis grave en niños. Los resultados se publicaron en 1927 en forma de libro, que cuenta con más de 200 citas por parte de otros científicos”.
La mala ciencia —añade el artículo— es la que solo sirve para engordar el currículum: se publica mal, no es citada, no genera debate científico, no tiene mayor impacto en nuestra sociedad.
Por otra parte, el reporte que motivó esta nota presenta una definición de pseudociencia: “las investigaciones (documentos) que no han utilizado el método científico”.
Un ejemplo de seudociencia, es el creacionismo: “corriente idealista que no resiste ningún embate metodológico de tipo científico, puesto que en realidad no es una teoría científica, sino una entelequia formal”, explican Carbonell y Hortolá.
“Disfrazada de científica, no deja de ser una doctrina religiosa más. Es un artilugio intelectual pseudocientífico que permite generar una explicación irracional de un hecho biológico (la diversidad de los seres vivos) fuera de la propia biología. Es el más reciente intento de dar una imagen de respetabilidad al neocreacionismo mediante el desarrollo de la denominada teoría del diseño inteligente.
“Contrariamente al evolucionismo darwinista —que se basa en primer lugar en la observación de la naturaleza—, el creacionismo se sostiene en la aceptación apriorística de la existencia de una estructura sobrenatural que pondría orden a las cosas”.
En tiempos de coronavirus hay pronunciamientos que ni siquiera pueden calificarse de pseudocientíficos, aunque muchos de los que pululan en las redes sí lo son. (Tomada de Cuba en Resumen. Imagen: Juventud Tecnología).