Al ver y oír por Telesur, hace apenas minutos, la inauguración de la 73ª Asamblea auspiciada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), especialmente la intervención del director general de esa entidad, doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, africano, etíope de apreciable currículo, el autor del texto enlazado fue todavía más consciente de lo difícil que es valorar en detalles al presidente de los Estados Unidos.
Al ver una vez más al director de la OMS —un profesional que trasmite sabiduría, mesura, vocación de justicia, calidad humana—, comprendió que al considerar las motivaciones por las cuales Trump arremete contra la OMS sería erróneo excluir —aunque solo sea una más, que no menos— el visceral racismo que (des)caracteriza al mandatario estadounidense.
Sí, es arduo valorar pormenorizadamente a Donald Trump, y aún más si se quiere hacer con ponderación, sin retacearle cualidades. Tal ha sido el modesto propósito del texto y, al enlazarlo ahora en Facebook, el autor desea dedicarlo —con permiso de sus lectoras y lectores potenciales: confiesa que le gustaría que fueran abundantes— al doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, aunque no lo conozca tanto como seguramente merecerá. La Habana, 18 de mayo de 2020.
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De lo de Dios ni opinará quien esto escribe, ni sería necesario. Pero lo que es del césar Trump, del patán Donald, se ha de reconocer, y él tiene una virtud que nadie ha de negarle. Veamos si no.
Miren que sus mercenarios —individuos corruptos, pandillas de narcotraficantes o gobiernos: gobiernos pandilleros, vinculados con el narcotráfico y otras lindezas— lo hacen quedar mal. También es cierto que él los abandona en las derrotas, que son una tras otra—, y que ellos no tienen ninguna moral: si la tuvieran, ¿serían mercenarios? Pero el señor sigue utilizándolos, pagándoles. Cierto es también que, si no les pagara, no podría contar con ellos, aunque no combatan como para ganarse el dinero con que él les alimenta la corrupción que los mueve. Los mercenarios no combaten de veras. En Girón, por ejemplo, se rindieron y se declararon cocineros. Dijeron que los habían “embarcado”.
Miren que el césar se queda con las ganas de aplastar a Cuba, contra la que ha buscado los asesores más criminales —dígase Narco Rubio, quien se llama cubano-estadounidense y nunca ha estado en Cuba, y otros de similar estofa— y aplica los más abominables recursos: entre ellos, reforzar cada vez más las “leyes” del bloqueo, para agravarle ahora la pandemia con restricciones que le impiden o le dificultan adquirir alimentos, medicinas y otros bienes fundamentales, como materias primas para su industria biotecnológica. Al césar lo ilusiona que el coronavirus logre lo que el bloqueo no ha conseguido ni conseguirá: destruir a la Revolución Cubana. Pero, a pesar de toda la feroz maquinaria imperial, que incluye el intento de desprestigiar el sistema de salud cubano y sus profesionales del sector, Cuba sigue adelante y ayuda a otros pueblos.
Miren que cada día el césar se da más de bruces contra lodo y roca en el afán de aplastar a la Venezuela bolivariana, en lo que también busca, sin verdadero provecho, que lo iluminen falsos evangélicos, entes diabólicos en realidad, y la mala fe —no confundirla con el credo de los judíos honrados— de sus cómplices en las filas del fundamentalismo sionista, a quienes apoya en sus crímenes contra Palestina, y en general los usa como peones agresivos en el Medio Oriente. En lo tocante a Venezuela, les ha rendido pleitesía al escoger el nombre Gedeón (“Destructor” o “Guerrero Poderoso” en lengua y tradición hebreas) para uno de sus planes arteros, frustrado como todos los otros con que ha intentado derrocar al gobierno venezolano, legítimo y democráticamente electo, y a cuyo presidente ha tratado de asesinar, y hasta de secuestrar con en una película a lo Hollywood.
Miren que el césar se empeña en torcerle el camino a China, desprestigiarla y arruinarla, pero el Gigante Asiático —al que aquí no se va a defender— continúa su marcha, y su presidente conserva ese rostro terso, entre inexpresivo y casi sonriente, como de quien responde sin hablar: “Lo que tú haces, me resbala”, o como recordando un refrán que se le atribuye a esa nación oriental: “Venganza china tarda, pero llega”.
Miren que el césar ha hecho lo indecible tanto por coquetear con Rusia como por atacar a ese país y a su presidente, pero no puede acabar con ellos, y Rusia y su gobernante —a quienes tampoco van a defender estas líneas— acaban burlándose de él, y haciendo valer reglas que, por lo menos, ponen un poco de equilibrio en la geopolítica mundial. De eso saben las fuerzas intervencionistas —con los propios Estados Unidos a la cabeza, y el césar azuzando— que en Siria han recibido duros golpes, tantos, que ya el imperio podría estar recordando la tunda que recibió en Vietnam.
Miren, para no poner más ejemplos, que el césar procura asfixiar a Irán —al que tampoco hay por qué defender ahora—, sin que ese país detenga su marcha, sino que, como “iranio fortalecido”, de tanto en tanto le saca un susto al que quiere seguir siendo el mandón del barrio —del mundo— y ya no consigue serlo, o lo es cada vez menos. De ahí su desesperación, sus pataletas.
Miren que el césar hace el ridículo, comete groserías y dice disparates a más no poder. Ya no caben en un disco de un millón de terabytes los chistes textuales y gráficos, y hasta con música, que corren a la cuenta de sus chapucerías y sus burdas actitudes discriminatorias.
Miren que no tiene ningún temor a parecer un coronavirus anaranjado.
Miren —¡miren, sobre todo, esto!— que su mal manejo de la pandemia de COVID-19 le ha costado enfermos, sufrimientos y muertos a su propio pueblo, y sigue ocasionándoselos.
Y el césar ahí, afincado en la Casa Blanca como si fuera uno de los pilares del diabólico templo, como si fuera el más sabio de los sabios, el más creativo de los creadores, armado —¡eso sí!— de una cualidad que otros llamarán tozudez pero el autor de esta nota, siquiera sea para que nadie lo tilde de parcial, ni de injusto, considera que es una virtud, como dijo al comienzo: su firmeza, una firmeza a prueba de todo, una tenacidad que es el único y gran carisma del césar.
Sí, a prueba de todo lo que, por racionalidad y por justicia —para él pequeñas cualidades que ni tiene ni desea ni puede tener—, ya debería haberlo hecho desistir de quedar mal y de hacer el ridículo, y de continuar patrocinando y ordenando crímenes, operaciones falazmente calificadas de humanitarias, cuando son actos de lesa humanidad.
¡Ah!, y nada de imbécil, como algunos creen y quieren hacer ver que es. Nada de eso. Orgánico representante del imperio, sí, y sicópata peligroso; pero no tonto. Fíjense que no se ha hecho inyectar desinfectante en vena ni ha ingerido ácido clorhídrico para librarse del coronavirus. ¡Y esas sí hubieran sido dosis bien empleadas! No para librarlo a él del coronavirus, porque ese maldito erizo será insignificante por su tamaño, y todo lo monstruoso y letal que se quiera, pero no es suicida: sabe que, de penetrar en el cuerpo del patán Donald, moriría de una trumposis masiva y fulminante.
Al césar Trump, lo que es suyo.
(Tomado de La Jiribilla)