Unos se percataron temprano de lo serios peligros por delante. Otros prefirieron mirar hacia otro lado, o a divagar con escasa luz sobre qué ocurría o era pertinente hacer. Donald Tump, inevitable citarlo, discutió con el principal asesor científico del país, Antony Fauci, quien le previno de tomar cautelas que el presidente estuvo subestimando hasta tanto la cifra de contagiados y muertos era imposible de ocultar.
Todavía en este momento Trump afirma que Estados Unidos tiene de todo para encarar la pandemia. Desde mascarillas hasta respiradores mecánicos. ¿Por qué, entonces, se los piratea a otros países con un tácito robo a mano armada tan propio del viejo oeste?
En contra de esas afirmaciones con las cuales intenta minimizar sus errores al encarar la crisis, asegura que el país está muy bien abastecido de lo requerido para el caso. Le contradice el crecimiento de los indicadores en negativo y las permanentes quejas del personal sanitario que pide materiales para incrementar la cifra de exámenes o la protección requerida para quienes están en contacto inmediato con el virus.
Siendo honestos, la irreverente, irresponsable actitud del estadounidense, no es única. Citar a Bolsonaro en Brasil, a quien los altos mandos del ejército han tenido que ponerle frenos y filtros a sus decisiones, es casi una redundancia si antes se habló de Trump. Ocurre, increíblemente, que hay partidarios en sitios insospechados.
Dejemos en claro que hasta dos gotas de agua tienen diferencias, pero encontrarnos que un país como Suecia ha tratado la pandemia de manera peligrosamente laxa, alarma.
En términos generales Europa ha seguido las normativas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud en lo que respecta al aislamiento social buscando evitar que se expanda el contagio. Como afirman distintos científicos, el Covid-19 no tiene capacidad propia para trasladarse de uno a otro hospedero. Son las personas (u otras especies) quienes le llevan a nuevos destinos amplificando drásticamente la enfermedad.
El gobierno sueco, pese a las reiteradas recomendaciones, dijo confiarse a la responsabilidad individual de sus ciudadanos. El resultado: más de 10.154 los infectados y sobre los 900 muertos. Si se le compara con Italia o España -ni qué decir con EE.UU.-, son cifras modestas, pero si se contrastan con las de sus vecinos nórdicos (Dinamarca, Islandia, Noruega) donde sí aplican las restricciones advertidas, se constatan porcentajes de contagio y bajas inferiores.
El primer ministro Stefan Löfven, admitió: “Me parece obvio que en muchos aspectos no hemos hecho lo suficiente”, “Elegimos la estrategia de aplanar la curva y no seguir un proceso demasiado dramático, porque entonces el sistema de salud probablemente no podría hacerle frente” (…) esto “significa que tendremos a más personas gravemente enfermas que necesitarán cuidados intensivos” y una cantidad alta de muertes, admitió.
Los hechos y sus declaraciones fortifican la verificación, en primer término, sobre las graves insuficiencias en las redes de salud del mundo desarrollado. EU.UU. encabezaría la lista por carecer hasta de un sistema sanitario propiamente dicho y descargar las obligaciones del estado en seguros y activos privados.
Le siguen todas las naciones que por obra y gracia de la “austeridad” aplicada desde la crisis global que se inició en el 2008 (en USA, valga la redundancia) disminuyeron o desmantelaron sus políticas de protección en la materia, o en varias relacionadas con cuanto atañe a beneficios y resguardos para los ciudadanos corrientes.
Suecia es un país pequeño y con un capitalismo bastante eficiente, capaz de satisfacer necesidades sociales indispensables, es consecuencia de conceptos practicados por la socialdemocracia cuando se atiene a determinados principios. Apreciando la grave contingencia del momento, parecieran haber ignorado el manual clásico. Y, es de lamentar, no son los únicos.
En España, donde el largo período de gobierno conservador desnaturalizó organizaciones y prácticas imperfectas, pero apreciables para cuanto está necesitando con urgencia hoy, esa derecha y la ¿nueva? ultraderecha, se afanan en ponerle obstáculos al gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, y, en lugar de darle el apoyo que las circunstancias precisan, critican y hasta calumnian el esfuerzo.
Esa vía tampoco lleva a soluciones ni solventa tragedias. Algunas se cocinan a fuego rápido, así se refieren en los anuncios de “normalizar” la economía propuesta ante todo (otra vez) por Donald Trump, aun cuando según los entendidos, será erróneo y peligroso. Una decisión capaz de multiplicar las víctimas.
El mandatario norteamericano dijo tener derecho a decretar la tal apertura para todos los estados de la Unión, pero eso sería anticonstitucional, advierten los entendidos, mientras los científicos avisan sobre la errónea propensión de proteger la economía a costa de quienes la crean.
Y, triste decirlo, como en tantas cosas, algunos escuchan, otros van hacia su abismo individual.
Se afirma que el mundo, las relaciones humanas o entre países y bloques, no serán iguales a las practicadas antes de esta crisis, una vez se logre remontarla. Nadie sabe si será mejor o execrable.
Las diferencias, cualesquiera fueren, estarán anidando en muchas valoraciones del actual momento. ¿Será en balde que no exista una solidaridad generalizada, que la OTAN no haya socorrido a sus miembros o que Estados Unidos ignore o perjudique a sus socios europeos?
En todos los tiempos han existido olvidos suicidas. No debería ser esa la resultante de una experiencia tan traumática y ¿por qué no? muy aleccionadora.