Mientras hacía tareas cotidianas de multioficio en mi aislamiento pro salud frente a la amenaza de la covid-19, no pude oír el nombre de un analista entrevistado en Telesur; pero, por lo que pude captar, sus pronunciamientos me parecieron llenos de lucidez, y se me grabaron algunas de sus ideas, y hasta de sus palabras.
No puedo precisar si dijo textualmente que la pandemia generada por el nuevo coronavirus muestra “la fase terminal del capitalismo que ha llegado a nuestros días, arropado con las falacias neoliberales”. Pero, si no con tales términos, ese fue el concepto que expresó. Y recuerdo bien estas palabras: el capitalismo puede tener “una repotenciación” tras la covid, porque se habrá librado de miles de ancianos que el sistema considera carga —personeros del capitalismo lo proclamaban “desde antes de la pandemia”—, no seres humanos con derecho a vivir, y cuya muerte puede estar en los cálculos estadísticos hechos al servicio de ese sistema. En medio de semejante cuadro, la socialdemocracia viene a funcionar como “el taller de reparaciones del capitalismo”, en busca de paliativos para que la población piense que el sistema mejora y se vuelve más humano.
No pude seguir oyendo al comentarista, pero es difícil imaginar una definición mejor que esa para la llamada socialdemocracia, desde que surgió como un sedante para aquietar a los pueblos e impedir la construcción del socialismo. De ahí surge el prestigio —un amigo sabio solía recordar que “prestigio” y “prestidigitación” comparten raíces etimológicas— de algunos países europeos que se han presentado como modelos de justicia suficiente para que el socialismo sea innecesario, o indeseable.
La crisis va diciendo otra cosa, pero el capitalismo sigue siendo dueño del mayor y peor opio de estos tiempos: los medios (des)informativos, que le sirven para vender engaños como si fueran maravillas, nuevos tipos de espejos —de donde viene “espejismos”— como si fueran material precioso. Vale agregar que ahora los “descubridores” son los más poderosos, los más ricos, y los indígenas son los pobres, la mayoría de la humanidad.
Por ahí va la socialdemocracia, incluso la de un socialdemócrata imperialista como Bernard Sanders —sí, socialdemócrata imperialista— que ha visto cómo el sistema que él quisiera ayudar a salvar ni siquiera lo admite, y lo lleva a abandonar sus sueños de presidente reparador de pesadillas. ¡Qué pena aquellos que se lanzaron, como becarios dóciles al pensamiento y las subvenciones capitalistas, a defender la candidatura de un Sanders magullado por su propio sistema!: el sistema al que él quisiera ayudar a salvar, o por lo menos a alargarle la vida.