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Reivindicar a Azorín

Me impresionó sobremanera cuando semanas atrás, dos jóvenes  de nuestra Facultad de Comunicación Social, en la carrera de Periodismo, insistieran en un diálogo de algunos minutos, sobre el periodismo que hacemos hoy.

Aunque ya comenzaban las medidas de distanciamiento social por la COVID-19, acepté la conversación o más bien el intercambio de criterios a través de la red.

La costumbre de creer en los jóvenes y siempre compartir con ellos mi experiencia, tras 55 años de ejercer la profesión, me conduce a hablar con ellos e, incluso, a aprender de la forma en que miran al periodismo que hacemos en  la actualidad.

Su formación cultural y profesional es hoy mucho más completa y a ello va unido su inquietud por la manera en que se «arriman» a este «vicio» de escribir, analizar, opinar, investigar… y aprender. Pero—les dije—no pueden desesperarse. Muchas horas de práctica, lectura diaria, investigación y consultas, serán herramientas vitales a la hora de «meterse» de lleno en esta apasionante aventura.

Les expliqué que luego escucho hablar sobre alguna dosis de autosuficiencia entre los que empiezan, la que no critico, por cuanto somos seres humanos y que levante la mano quien alguna vez en su vida no se ha sobreestimado o creído que «tiene siempre la razón».

Pero esos rasgos se van eliminando con la vida, con la práctica, con la autoevaluación que tenemos que hacernos cada día.

La primera pregunta que les hice fue: ¿Leen diariamente la prensa, ya sea impresa o digital? ¿Ven los noticieros de televisión o escuchan los de radio?

Aunque separados por la distancia social de estos tiempos, me imaginé que me miraron como si aterrizara de otro planeta y estoy seguro que hasta pensaron que mi opinión sería diferente a la de ellos.

Les pedí poner frente a sí un espejo para saber cómo hacemos el periodismo de hoy, y opté por provocarlos con mi opinión: «creo que se ha perdido bastante de aquello que me enseñaron profesores como José Antonio Benítez, Elio Constantín, Guillermo Lagarde, Miriam Rodríguez, entre otros.

Hoy me «asusto» —les confesé—y pienso en ellos cuando leo que en un  comentario pueden aparecer párrafos hasta de 20 líneas, o de 14, 12, 9, en fin, todo lo contrario a lo que nos enseñaron entonces.

Recuerdo cuantas veces esos profe y otros en la Escuela de Periodismo, o en otros cursos organizados entonces en la UPEC, insistían una y otra vez en que los «párrafos en un trabajo periodístico nunca debían tener más de cinco líneas».

Siempre explicaban el porqué, a la vez que nos incitaban a leer al escritor español  José Martínez Ruiz, más conocido por su seudónimo Azorín, que cultivó todos los géneros literarios, y al que siempre lo tuvimos como referencia para «escribir de forma directa», usar «párrafos cortos», atraer al lector «no con abrumadoras oraciones» o «rebuscadas frases».

De igual manera debemos tener presente —los jóvenes y los menos jóvenes— el argumento de otro catedrático, el profesor Gabriel Jaraba, doctor en Comunicación y Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona, España, cuando recomendó «arrojar por la borda las falsas pretensiones literarias y escribe claro y conciso».

Yo agregaría a todo esto, que no debemos perder de vista las diferencias en cuanto a saber si escribimos para un  periódico o para una revista. Porque también a menudo percibo que esa máxima se nos está olvidando. El concepto de noticia, la brevedad del texto, la inmediatez en informar sobre un hecho, y otras técnicas elementales del «diarismo» deben ser rescatadas y aplicadas.

Ya animados en el debate, uno de los futuros colegas  me escribió  que ellos «preferían un periodismo más moderno». La otra joven  apuntaló que «los tiempos son otros».

Yo, sereno pero algo confundido, les pedí dos definiciones: qué entienden por «periodismo más moderno» y a qué se refieren con eso de que «los tiempos son otros».

Volvió la pausa en sus respuestas y tuve que romper el hielo y dar primero mi opinión sobre ambos criterios.

Les insistí en que quería saber cuánto conocen ellos del periodismo que se hacía en Cuba antes de esta etapa «más moderna» a la que se refieren.

Confesaron ambos que «era una forma de decir», por cuanto muy poco conocían de la prensa anterior a 1959, aunque la Academia lo recoja en su programa. Incluso parecen alejados de la historia más reciente, de cómo se produjo en nuestro país el proceso de integración y formación de la prensa de la primera década posterior al triunfo.

Para nada traté de «dar una clase» u ofrecer una conferencia virtual al respecto, pero les sugerí que, incluso, sería muy bueno para ellos y para el país, que indagaran, investigaran y propusieran algún artículo —por supuesto con párrafos no mayores a las cinco líneas, como regla— de los que se podía hacer receptivo algún medio impreso o digital como el de la propia UPEC.

El segundo concepto, el de los «otros tiempos», coincidí en la lógica de que no se trata de copiar o seguir aferrados a formas de hacer periodismo como el «consignismo» o la «apología», que ya parecen ir quedando vencidos en el tiempo.

Al rato terminamos el diálogo y les aseguré que con la inyección de jóvenes como ellos en nuestro sector, el cerco a los apologéticos, los que «no quieren buscarse problemas » se irá estrechando y entonces ellos y nosotros, los de ahora y los de hace algunas décadas, podríamos identificarnos con la misma forma de hacer periodismo: en «otros tiempos» de manera «más moderna».

¿No les parece?

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Elson Concepción Pérez
Periodista cubano y analista de temas internacionales. Forma parte de la redacción del diario Granma.

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