En el 2016, la palabra del año fue posverdad. Así lo registró el diccionario de la Universidad de Oxford. Desde entonces, ha sido utilizada para explicar el instinto y la sensación de anti-establishment que catapultó a Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos (EE.UU.) e hizo ganar al Brexit, asegurando la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE).
De acuerdo con Oxford, ese fenómeno se produce cuando “los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y la creencia personal”.
Aunque apelar a los sistemas valóricos y sentimentales de los electorados es una de las técnicas más antiguas para recabar votos a favor de uno u otro partido político, un estudio desarrollado en el 2017 por la Universidad Autónoma de Barcelona, expuso cómo la conjugación de tres elementos específicos arrojaron resultados políticos inesperados.
Con la conjunción de una escasa credibilidad en las instituciones, incluidos los medios de comunicación; la irrupción total de las redes sociales como la principal fuente de información y la preponderancia de políticos cada vez con menos escrúpulos que mienten abiertamente y relativizan los hechos, la era de la posverdad terminó por instalarse como una nueva forma de hacer política.
El filósofo, humanista y pensador británico A.C. Grayling advirtió sobre la corrupción de la integridad intelectual y el daño del tejido completo de la democracia, dolencias que comenzaron a perpetuarse aún más después del 2008, ante la crisis financiera y el maligno crecimiento de la desigualdad de ingresos.
Fue así también como aumentó la disconformidad de la clase media con el sistema político y sus representantes al enfrentar el estancamiento de sus ganancias.
Desde un reciente artículo publicado en el magacín The New York Review of Books, la profesora y escritora estadounidense Helen Epstein escribió: “En EE.UU. la esperanza de vida comenzó a caer por primera vez desde el punto álgido de la crisis del SIDA en 1993, principalmente suicidios, muertes relacionadas con el alcohol y sobredosis de drogas, cobran aproximadamente 190 000 vidas cada año”.
Las causas principales de esas muertes por desesperación están en la creciente inseguridad económica de los ciudadanos, enunciada por los economistas británicos Anne Case y Angus Deaton en su último libro Deaths of Despair and the Future of Capitalism.
En esa vertiente, las consideraciones de Grayling vuelven a tener validez al decir que el desate de una corriente de resentimiento económico facilita la exaltación de emociones sobre temas, como la inmigración y el depósito de la duda sobre los políticos establecidos.
Se trata de un rechazo total de la política en el que la clase “precariata”, según el sociólogo francés Pierre Boudieu, se vuelve cínica, competitiva, deprimida y más fácil de explotar.
De esas ciudadanías hastiadas de sus gobernantes se valió Donald Trump para hacer una campaña electoral en la que los hechos se relativizaron y los rumores y las verdades aparentes alcanzaron relevancia.
Además de su falta de escrúpulos en el ejercicio político, el actual presidente aprovechó otro de los fundamentos de la posverdad: la crisis y escasa credibilidad de los medios de comunicación que se mantuvieron inertes y sin filtrar las amenazas del presidente, sirvieron de plataforma para su cobertura mediática.
Hoy, la crisis sanitaria que supone la pandemia del coronavirus y que sacude a los más poderosos sistemas económicos en el mundo prende un nuevo debate que vuelve a involucrar a los medios.
Una de las figuras más relevantes en la conducción de noticias en Estados Unidos, Ted Koppel, rostro de Nightline, de la cadena ABC, durante 25 años, ha reaparecido en varios medios planteando que las cadenas de televisión han confundido la profesión periodística.
“Colocar una cámara frente al presidente [Trump] y, simplemente, registrar lo que él dice es tecnología, no periodismo. El periodismo requiere edición y contexto” dijo Koppel y preguntó: “¿Debemos. Por su estatus político, estar obligados a transmitir sus conferencias enteras, en vivo?”
Y esa es también la pregunta que mueve las dinámicas más recientes de los medios de comunicación en el país ante la cuestión de dar cobertura a las intervenciones televisadas en vivo del presidente Donald Trump, quien no desdeña oportunidades para construir un discurso plagado de absurdas improvisaciones, ofensas y fake news que responden más a intereses políticos que a un comprometimiento ético con la ciudadanía a la que representa.
“Los medios tontos son la fuerza dominante en tratar de hacerme mantener cerrado el país lo tanto como sea posible en la esperanza de que vaya en detrimento de mi éxito electoral”, así tuiteó a finales de marzo, cuando planificaba levantar el estado de cuarentena nacional y reiniciar las actividades económicas.
Twitter y sus conferencias de prensa sobre la pandemia del coronavirus se han convertido en sustitutos de los eventos masivos de campaña electoral, en la que pondera, como estrategia, la polarización política y la ridiculización de los medios de prensa para empequeñecer la influencia de estos en la opinión pública.
Paradoja que deviene frustración de los ideales fundacionales que entendían la libertad de prensa como fundamento noble capaz de denunciar y condenar el poder arbitrario.
Nacida en los tiempos de la Guerra Fría, Fourt Theories of the Press (1973), obra de Frederick Siebert, Theodore Peterson, Wilbur Schramm, distinguió cuatro teorías de obligatoria referencia en el periodismo donde se exponen los vínculos de los sistemas político y social con los diferentes modelos de prensa.
Una de las principales agudezas está en la distinción entre los modelos prensa responsable y prensa liberal.
Si bien el trabajo de la Comisión Hutchins es insoslayable en el análisis de los reportes presentados por los periodistas amarillistas y los buscadores de basura, para concluir que la prensa tenía la obligación moral de presentar los hechos objetivos y la verdad como base de los acontecimientos, no fue hasta un decenio posterior, con la publicación de Fourt Theories…, que el tema de la responsabilidad social del periodismo comenzó a escribirse en la agenda de la profesión.
La inserción de esta perspectiva representó un reposicionamiento del concepto de libertad de expresión al situarla como un derecho moral de los individuos y restringirla a su uso responsable. Sin embargo, la doctrina continuaba sosteniendo la libertad de expresión como esencial para el desarrollo humano, semilla que una vez plantada hubo de convertirse en parte del estilo estadounidense de vida.
Con una opinión pública como verdadera soberana de los Estados de la unión, la nueva preocupación de James Madison y Thomas Jefferson, dos de los principales ideólogos de la teoría de la libertad de expresión, estaba en que la prensa libre pudiera abusar de su poder y entregarse a un comportamiento licencioso, pues su propósito era construir una prensa sin trabas como protección contra el poder excesivo.
Sin embargo, “esa canonización y mitificación presente en la mayor parte de la bibliografía para el estudio del periodismo, se las ha ingeniado para mimetizarse como emanación del derecho natural del ser humano a poseer libertad de conciencia, de información y de expresión de ideas”, dilucidó Julio García Luis en Revolución, socialismo y periodismo, su tesis doctoral.
Y más adelante agregaba que bastaría aplicarle la misma lógica con que Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista emplazaron a los capitalistas: <Ustedes se horrorizan ante nuestra intención de acabar con la propiedad privada. Pero en su sociedad la propiedad privada ya ha sido eliminada para el noventa por ciento de la población; su existencia para unos pocos es solo posible debido a lo existencia para ese noventa por ciento>.
Aunque desde sus principios el sistema de prensa estadounidense no enuncia la subordinación al sistema político, Noam Chomsky y William Herman en Los guardianes de la libertad, demostraron que el sistema de prensa de mercado estadounidense funciona como un gran aparato de propaganda al servicio del sistema político imperial.
En lugar de un mercado libre de ideas se ha desarrollado una gigantesca concentración y monopolización que elimina el derecho de la sociedad al acceso a información y expresión imponiendo sus puntos de vista.
La realidad inicial, en la que no era posible la regulación de los medios por el Estado, se derrumbó ante su propia estructura con relaciones de propiedad en las que rige el mercado y la respuesta es coherente con los principios del poder.
Ante el avance de la mediatización de la política en los complejos ecosistemas de comunicación y tecnología, el control corporativo rige con sus diatribas en la prensa tradicional y en las redes sociales.
El modelo de prensa liberal, hermético al programa proletario y permeable al proyecto dirigente, vende el marketing fragmentado y tóxico frente al cual la sociedad es totalmente manipulable y donde la perversión de los datos personales alcanza el límite supremo cuando son codificados y convertidos en productos canjeables que producen valor.
Los políticos que se valen de la posverdad como fundamento vacío de estrategias electorales entienden esos procesos. Para ellos, defender la igualdad que supone la prostituida libertad de prensa, no es una opción, sino una necesidad.
Donald Trump también se ha dado cuenta que no necesita de hechos cuando simplemente puede mentir.