A finales de marzo, cuando los hospitales en Estados Unidos comenzaban a colapsar por el creciente número de infectados con la COVID-19, el doctor Richard Levitan ofrecía sus servicios de médico intensivista en el hospital Bellevue, en Nueva York.
Durante su estancia, atendió a pacientes con múltiples afecciones: diabetes, ataques cardíacos, derrames cerebrales, intoxicación, lesiones ortopédicas y dolores de cabeza por migraña. Muchos de ellos no presentaban problemas respiratorios.
Al realizarles radiografías o tomografías computarizadas, descubrieron que lo común en aquellas personas era el coronavirus.
“Esto es lo que realmente nos sorprendió. Esos pacientes no reportaron ninguna complicación para respirar, a pesar de que sus radiografías de tórax mostraron neumonía difusa y su carga de oxígeno estaba por debajo de lo normal”, escribió el doctor en un reciente comentario publicado en The New York Times.
Las respuestas a este enigma científico parece estar en que la neumonía, propiciada por el SARS-CoV-2, causa “hipoxia silenciosa”, la cual consiste en una privación de oxígeno de naturaleza insidiosa y difícil de detectar.
De acuerdo con Levitan, la neumonía es “la infección pulmonar en la que los alvéolos se llenan de líquido o pus”, de ahí que los enfermos desarrollen molestias en el pecho y dolor al respirar, pero al presentarse la neumonía por COVID-19, “los pacientes no expresan dificultades respiratorias, incluso cuando sus niveles de oxígeno disminuyen”.
La mayoría de las personas que requieren intubación de emergencia permanecen en shock o tienen un estado mental alterado por los problemas para respirar. Sin embargo, los pacientes atendidos por Richard Levitan, “poseían una angustia mínima, en contraste con los niveles peligrosamente bajos de oxígeno que aparecían en las radiografías de tórax”.
Con la entrada del SARS-CoV-2, el organismo humano se revoluciona. El coronavirus ataca las células pulmonares que producen surfactante, sustancia que permite la apertura de los alvéolos para garantizar el normal funcionamiento de los pulmones.
Cuando comienza la inflamación por la COVID-19, los niveles de oxígeno disminuyen, pero los pulmones continúan estables.
Los problemas comienzan-según el doctor- con la aparición de la hipoxia. Los pacientes compensan el bajo oxígeno en la sangre al respirar más rápido y profundo y la respuesta fisiológica conduce a la inflamación y colapso de los alvéolos que termina en una insuficiencia respiratoria aguda.
El rápido progreso de la hipoxia silenciosa a la insuficiencia respiratoria explica aquellos casos de pacientes que mueren aunque no presentan graves dificultades previas.
Un estudio dirigido por el anestesiólogo Luciano Gattinoni de la Universidad de Gotinga, en Alemania, apunta a que al menos el 50 por ciento de los 150 pacientes de la muestra seleccionada, tenía baja oxigenación en sangre, pero con pulmones con un nivel de cumplimiento casi normal, como se le llama a la capacidad de expansión del órgano.
Una nota publicada por la BBC cita al médico supervisor de la unidad de cuidados intensivos del Instituto de Infectología Emílio Ribas en Brasil, Jaques Sztajnbok, quien afirmó que la hipoxia silenciosa no es una característica particular de la pandemia.
Asimismo, explicó “algunas necropsias de pacientes infectados revelaron, como causa de muerte, la formación de coágulos que impidieron el intercambio de gases en los alvéolos”.
Para identificar rápidamente la neumonía, el doctor Richard Levitan recomienda el uso de oxímetros, dispositivos que miden la saturación de oxígeno en sangre y la frecuencia cardíaca.
Sin embargo, el alto costo de estos instrumentos imposibilita su acceso generalizado.
La clave continúa estando en la asistencia a hospitales o clínicas especializadas ante la aparición de síntomas asociados a la enfermedad, para de una vez y como concluye Levitan, adelantarse al virus en lugar de perseguirlo.
Foto: Sputink Mundo.