Por Antoni Puigverd (escritor y poeta español)
El coronavirus nos ha asaltado en plena época de la mentira, bajo el dominio de la posverdad. En una época caracterizada por el fomento de las emociones colectivas, tan fácilmente manipulables por las redes sociales. Es por ello que, sin desdeñar el duelo por los muertos o el sufrimiento de los enfermos, es preciso recordar que la verdad es una de las víctimas de la enfermedad que nos abruma. Algunos atribuyen la frase a Esquilo y otros a un senador estadounidense. “La primera víctima de la guerra es la verdad”.
Por las redes sociales y por los diarios digitales de trinchera, circulan todo tipo de engaños, falacias y supercherías sobre la Covid-19 y sobre la gestión que los gobiernos hacen de esta crisis. Confinadas en sus domicilios, asustadas por un mal imprevisto, es normal que las personas de buena fe se traguen las mentiras sobre el origen del virus, sobre terapias milagrosas o sobre la responsabilidad de determinados países y gobiernos en su expansión o en su capacidad mortífera.
Frente al sensacionalismo y la excitación de las redes, serenidad periodística
Los bulos, que circulan a gran velocidad, causan alarma, estresan más, si cabe, a una población obligada al confinamiento. Y pueden provocar daños irreparables en personas que se tragan al pie de la letra las falsedades. Es el caso, tristemente ejemplar, de aquel matrimonio de Arizona que ingirió fosfato de cloroquina (lo tenían en casa porque combate los parásitos del acuario). El hombre murió, la mujer está ingresada. Dándoselas de experto, Trump había elogiado los posibles efectos benéficos de la hidroxicloroquina y la azitromicina. En realidad, la cloroquina se usa para combatir la malaria. Podría ser útil contra la Covid-19, pero todavía no ha obtenido el completo aval científico.
Un problema no menor relacionado con la capacidad deformadora de las redes sociales es la derivada política de la pandemia. Leo en Le Monde que el 26% de los franceses creen que el SARS-CoV-2 es una creación humana; visión que es más popular en EE.UU.: un 29%. Las teorías conspirativas están aumentando su capacidad de penetración. Meros indicios son convertidos en noticia. Rumores de investigaciones y remedios pintorescos se filtran por todas partes. Consejos científicos de higiene personal son situados al mismo nivel que las diarreicas opiniones de curanderos y nigromantes. Las fake news tienen entrada libre y provocan desconcierto, ansiedad, confusión.
Siempre hay quien obtiene beneficios políticos o económicos de la confusión. En las peores guerras, florecen los vendedores de humo y los cínicos sin escrúpulos. Ventajistas, egocéntricos y sinvergüenzas son tan perjudiciales como el propio coronavirus. En un clima de confusión, la enfermedad será más difícil de combatir y la crisis económica se hará más profunda. Ahora más que nunca, conviene que la verdad salga a flote, que las imprecisiones y los engaños sean barridos. Ahora más que nunca conviene remar a favor del rigor informativo y de la pedagogía científica.
En este momento de desgracia y males tar, la verdad tiene función terapéutica.
Sólo el rigor periodístico puede ayudar a separar el grano de la verdad de la paja sensacionalista. Sólo la independencia informativa puede ayudar a evitar que la batalla política complique la lucha contra el coronavirus haciendo imposible la recuperación del ritmo económico. En medio del pánico que ha causado la epidemia, en medio de la tensión psicológica a la que estamos todos sometidos en el inicio de la cuarta semana de confinamiento, en medio de la inquietud que provoca la conciencia del precio enorme que vamos a pagar por el repentino y largo parón económico, en medio de esta suma de elementos negativos conviene buscar la compañía de los medios de comunicación que, al estilo de La Vanguardia , a lo largo de su historia han demostrado fidelidad al rigor periodístico y a los valores liberales (integrando todas las opiniones).
Contra las coronafake , filtro y contraste. Contra el sensacionalismo, análisis. Contra la excitación de las redes, serenidad periodística. Contra la confusión, divulgación médica. Contra la desazón mediática, pruebas, testigos, referentes. Contra rumores, fantasías y recetas nigrománticas, precisión y claridad en el relato terapéutico y civil. Contra la conflictividad de trinchera que nos aleja de la lucha contra el virus, la serenidad inclusiva y la defensa de la moderación, sin las cuales el esfuerzo de una sociedad se pierde en peleas fratricidas que favorecen la decadencia económica.
Citábamos antes la frase de un senador estadounidense atribuida a Esquilo. Winston Churchill la remachó con ironía británica: “En tiempos de guerra, la verdad es tan preciosa que debería estar protegida de la mentira por un guardaespaldas”. Tradicionalmente, los grandes combatientes de la mentira han sido los periodistas. No, por supuesto, los más estridentes, sino los más documentados. No es envidiando el secretismo y la censura chinas como ganaremos la partida al virus y a la previsible recesión, sino con la luz de la información veraz. Contra el virus, periodismo responsable.
Tomado de La Vanguardia