Caliban nació de la pluma de William Shakespeare en su última obra, La tempestad. Ese personaje, que enfrenta desafiante al conquistador Próspero con la lengua y los conceptos legados por una colonización sangrienta, se ha convertido en metáfora para expresar la posición contrahegemónica de los pueblos del Sur. El intelectual cubano Roberto Fernández Retamar nos trajo su ya antológico ensayo Caliban durante las polémicas culturales cubanas de los 70, cuya dimensión imperecedera revela la identidad latinoamericana y del Sur.
Hoy, cuando Retamar nos acompaña desde su legado, que es la de su eterno destino Cuba y cuando la Casa de las Américas que acogió su vida está a punto de cumplir sus 61 años, reavivamos este encuentro con él, la Revolución Cubana y la cultura nuestra.
MA-¿A qué apostaría Caliban en la aldea global del presente?
RFR-Algunos de esos términos son parientes de otros como globalización. Hay una frase tremenda, nada menos que de Henry Kissinger, que dice: “Globalización es otro nombre del dominio de Estados Unidos”. Muchas de estas supuestas universalizaciones no son más que imposiciones de caracteres de la civilización norteamericana sobre el resto del mundo.
Creo que una perspectiva calibanesca sería desenmascarar esas falsas globalizaciones y; desde luego, pensar en términos colectivos, universales, pero sin dejarnos atrapar en que ciertas universalizaciones locales de Estados Unidos signifiquen realmente universalización. Martí lo dijo con claridad —como tantas veces— “Patria es humanidad”. Pero la humanidad no es necesariamente lo que se dice o se piensa en Estados Unidos, es un complejo de muchísimos factores que hay que tomar en cuenta para hablar de una verdadera globalización. Considero esa una perspectiva propia de Caliban.
MA-En un mundo profundamente audiovisual, imaginemos un Caliban audiovisual…
RFR-Cuando escribí Caliban en el año 1971 muchas cosas eran distintas a las de hoy, tales como la presencia y visibilidad cada vez mayor de los medios de comunicación. Martí, a quien considero mi orientador intelectual total, expresó: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas”. No importa de qué medios nos estamos valiendo, este pensamiento sigue siendo rector.
A veces nos consideramos verdaderamente modernos y válidos, cuando lo que hacemos es reproducir criterios, conceptos y esquemas estadounidenses. Una perspectiva propia de Caliban es desarrollar lo nuestro y recordar no solo que la humanidad es nuestra patria, si no que los valores nuestros también están presentes en los valores universales.
La pregunta me sacude porque no había pensado en un Caliban de la televisión, pero ser fieles a nosotros mismos resulta la clave, tal como el hermoso pasaje del Hamlet de Shakespeare en que su gran amigo le dice: “Sé fiel a ti mismo”. En un medio de comunicación tan extraordinario como es la televisión, que llega a todas partes e invade a todos, es importante ser fieles a nosotros mismos y, no intentar reproducir lo que otros- los Estados Unidos- están haciendo. Sería encontrar un lenguaje televisivo con resonancia universal pero al mismo tiempo, específicamente nuestro. No tengo una fórmula fácil para convertirlo en realidad, pero sí pienso que en algunas ocasiones, en muchos países, en el nuestro también, la televisión rinde homenaje a modelos extraños que no nos enriquecen.
MA-El mundo de hoy es más dialógico a partir de las nuevas tecnologías, pero de ello puede resultar también la contaminación con la banalidad y los subterfugios del mercado. Es ahí donde se ve el cine imperfecto de Julio García Espinosa desde una mirada calibanesca, para apropiarnos de las nuevas tecnologías y producir algo nuestro y universal a la vez. ¿Lo cree posible?
RFR-Me pregunto si para ese gran cineasta y ser humano que fue Humberto Solás, lo que él llamaba cine pobre no se vincula también con lo que Julio llamó cine imperfecto. Cine imperfecto o cine pobre no es cine mal hecho; es valernos de nuestros propios medios para intentar alcanzar universalidad.
Lo que hacemos, a veces, a partir de nuestras propias realidades, es intentar injertar realidades extrañas de una manera precipitada e insuficiente. Me llama la atención que dos cineastas tan destacados hayan acentuado este elemento, uno llamándole cine imperfecto, otro llamándole cine pobre. Estoy pensando en alta voz y, no sé si ellos estarían de acuerdo en acercar estos dos criterios; pienso que sí.
Así como se ha luchado por un cine pobre, debemos luchar por una televisión pobre, que no trate de copiar lo que se hace en otras partes del mundo, específicamente en Estados Unidos, que es el modelo de globalización impuesto. Debemos partir de nuestra realidad para alcanzar una dimensión universal.
MA-¿Qué significa exactamente lo nuestro, nosotros, la espiritualidad nuestra?
RFR-Sobre eso pensó y escribió mucho José Martí. En su texto fundamental, Nuestra América, habla de lo nuestro no solo para Cuba si no para lo que ahora llamamos la América Latina y el Caribe. Somos una cultura relativamente reciente —si se piensa en la milenaria cultura china, por ejemplo— pero tiene como particularidad el cruce de muchas culturas. Nuestra cultura deriva de la llamada cultura occidental, con sus propias características y especificidades. No las voy a enumerar, pues son muchas. Pero de la misma manera que en el extranjero identificamos a un cubano por el modo de caminar ¡y qué decir de una cubana!-, hay ahí una respuesta a lo nuestro: nuestra manera de caminar, de pensar y hablar, nuestra manera de escribir y, de aspirar. Todas esas maneras existen y somos conscientes de ellas.
MA-¿Qué retos tendría Caliban hacia el futuro de la Revolución Cubana?
RFR-Originalmente mi ensayo Caliban, ese personaje conceptual cuyo nacimiento previo había ocurrido en la mente de William Shakespeare, el extraordinario dramaturgo inglés, quiso ser una defensa de la Revolución Cubana en un momento muy polémico. Con satisfacción he visto que el tiempo ha pasado y el ensayo sigue despertando interés.
Creo que la Revolución cubana es esencialmente calibanesca, porque satisface las exigencias de ese personaje conceptual.
Debo recordar que no fui el primer escritor en traer a Caliban al Caribe, si no el barbadiense George Lamming en su libro Los placeres del exilio, editado inicialmente en 1960 y publicado en el 2007 en español por Casa de Las Américas, con un prólogo mío. Ese libro, que es muy atrayente, lo menciono en mi ensayo como un antecedente natural. Resulta de sumo interés que posterior a su edición primera, el autor le añade unas palabras donde afirma que la Revolución Cubana es calibanesca y que Caliban intentó hacer la Revolución haitiana a su imagen y semejanza, pero desgraciadamente fue bloqueada, atracada, vilipendiada y no pudo realizar su sueño, que era como una magnífica entrada de la libertad en nuestra América. Discurre Lamming en esa nueva edición de su libro, que en Cuba se logró la aspiración de Caliban de una revolución democrática, popular, con ansias de justicia social y, con un sentido solidario gigantesco.
Pocos países en la historia de la humanidad han dado tantas muestras de solidaridad como Cuba. Mi criterio es que Caliban ansiaba una Revolución como la cubana y se sentía orgulloso de ella.
MA-¿Ese Caliban que también es usted, cómo se mira a sí mismo?
RFR-No me veo como Caliban, si no como Ariel. Muchos autores han visto en este curioso personaje la imagen del intelectual, incluso del gran escritor argentino Aníbal Ponce en su libro Humanismo burgués, humanismo proletario, en el cual incluyó un ensayo muy bueno que se llama Ariel o la obstinada ilusión, que trata sobre el intelectual. Más de una vez he dicho que el Ariel más calibanesco que he conocido se llamó Ernesto Che Guevara.
MA-Siempre recurre al Che desde Caliban ¿Por qué?
RFR-El Che es una figura prodigiosa, siento gran devoción por él. En mi lugar de trabajo tengo una fotografía suya de joven, siempre presente. Che es el más calibanesco de los Arieles que he conocido, un intelectual brillantísimo, audaz, incansable, hombre de acción, un héroe que reunía en sí una cantidad enorme de virtudes, pero quiero destacarlo en su carácter de importante intelectual. Siguen publicándose materiales del Che, muchos de los cuales habían permanecido inéditos y, en todos se revela su grandeza y su voluntad arielesca de unirse a las huestes de Caliban, que es el pueblo batallador y humilde.
MA-¿Hasta dónde su Ariel se ha contaminado con Caliban?
RFR-Espero haberme contaminado. Si afirmo que el Che es el Ariel más calibanesco que he conocido, situarme en esa dimensión sería una desmesura, una inmodestia y un error. Pero sí aspiro a que en la medida de mis escasas fuerzas, mi costado Arielesco no se separe de mi deber calibanesco.
Le contaré una anécdota: Cuando escribía Caliban mis hijas eran niñas. Me encerré en un cuarto donde trabajaba sin parar, y solo salía a ratos. Entonces, una de mis hijas, la mayor, que tendría unos 11 ó 12 años y le gustaba mucho el teatro, había leído un librito de Reneé Méndez Capote sobre las obras de Shakespeare; entró a mi cuarto y preguntó qué hacía. Le expliqué esquemáticamente de qué se trataba. Se irritó mucho y con sus puñitos me daba en el pecho y exclamaba: “¿Como haces eso? ¡Estás traicionando a Shakespeare!” Yo le dije: ¡No, yo también soy Ariel! No traiciono a Shakespeare, le estoy rindiendo el mayor homenaje que puedo, que es Caliban, un personaje suyo, situándolo en la historia contemporánea.
Shakespeare era Ariel, pero no todos los Arieles unen sus fuerzas a Caliban, algunos lo hacen a Próspero, el hechicero, el mago. Esos Arieles no son buenos. Estoy pensando en que hay Arieles buenos y Arieles malos.
MA-¿Dónde se ubicaría usted?
RFR-Entre los buenos. Aspiro a eso.
… Y el tiempo y su vida lo salvaron, como diría su amigo el poeta uruguayo Mario Benedetti; y también ese Caliban (palabra llana para que sea en Español, como él mismo decía) que dibujó en las raíces de la América del Sur del río Bravo.