Alta noche. La nieve sucia brilla bajo la luz eléctrica, que aún es novedad. Un hombre vestido de negro se apura bajo los elevados del ferrocarril de Nueva York. Va sin guantes y en las manos azuladas por el frío carga los paquetes de periódicos, recién impresos, camino del correo.
De un tiempo acá, en los insomnios de la madrugada, cuando los fantasmas del día recurren implacables al cerebro, al repasar en silencio desafíos y anhelos de nuestro periodismo, esta imagen, más que narrada, dibujada en su día por Rafael Serra, se instala en mi mente. Es casi una ley entre cubanos: si algo nos inquieta, acudimos sin falta al hombre de negro, al de la frente inmensa. Talismán tierno y fiero: nada puede pasarnos si él está. Hace cien años José Martí creó “Patria” y parece que nos acercamos a la hora de abrir otra vez este periódico, no solo por la dureza de los tiempos, sino por un deber de vigilia y de previsión.
Bohemia me ha urgido a escribir unas líneas a propósito de este centenario y de la proclamación del 14 de marzo como “Día de la Prensa Cubana”, justa reparación histórica entre otras, que ya estábamos debiendo hace mucho a la herencia revolucionaria y progresista de nuestro periodismo nacional.
Yo no quiero, sin embargo, sumirme meramente en el relato de que fue aquella publicación, ni menos en un ejercicio de hilvanados de citas.
I
Se ha escrito bastante sobre “Patria”. Es conocido su papel como antecedente inmediato de la fundación del Partido Revolucionario Cubano, y su lugar -sobre todo en la etapa hasta 1895, bajo la mano directa de Martí- en la tarea de iluminar ideas y preparar la guerra. Menos conocido, pero fácil de imaginar, es su mundo interior, las citas nocturnas de trabajos del apretado grupo de cubanos y puertorriqueños que le dieron vida. Las estrecheces. El clima hostil. El Apóstol, al centro, como alma incansable y redactor prolífico, dejándonos, al correr de la pluma, artículos que hoy son clásicos y piedras sillares de nuestra cultura ética y política.
“Patria” nos presenta, a su juicio, algo todavía más sugerente e importante: el problema de la relación de esa y otras experiencias con nuestro periodismo de hoy, con nuestros conceptos y nuestro pensamiento actual.
La justa solución de este crucial asunto, que es a fin de cuentas el de la vinculación entre la tradición histórica nacional y lo universal socialista, resumida en la medular idea de Fidel sobre la hibridación de lo mejor del legado patriótico cubano con el marxismo y el leninismo, quedó mediada, sin embargo, por las circunstancias extraordinarias en que ha vivido nuestro proceso, por el impacto quizás ineludible del mundo bipolar y por la cuota de idealización que inevitablemente tributamos, junto a nuestra gratitud, a la experiencia del socialismo soviético.
En verdad faltó equilibrio entre ambos componentes; se impuso coyunturalmente la unilateralidad y la desproporción en detrimento de lo legítimo nacional.
No es que ahora invoquemos esta idea porque ha ocurrido el desastre. Antes de la catástrofe, en su preámbulo, ya se cerraba al parecer un largo y soterrado ciclo del pensamiento revolucionario cubano, cuya conclusión más inmediata fue el grito de alarmada para dar un golpe de timón y apartarnos del enajenado Titanic que navegaba derecho a la muerte.
Algún día, estoy seguro, al igual que ahora se ha hecho el recuento de la Crisis de Octubre, quienes pueden hacerlo harán la historia del camino que llevó a la Rectificación. Nada se me parece tanto al relato de cómo se salvó la guerrilla, en febrero de 1957, cuando, después de unir diversos hilos, Fidel cobró certeza súbita de la traición de Estimo Guerra, levantó a toda prisa el campamento en la Derecha de Caracas, y ganó el firme a marcha forzada, combatiendo, en los momentos en que ya el ejército de la tiranía casi completaba un cerco que pudo ser fatal. Es como si el hecho se repitiera, una vez más, con Fidel como protagonista.
II
El problema es de fondo. El socialismo es la acción transformadora del pensamiento marxista. Pero el marxismo, en tanto ciencia, se expresa siempre en forma de una potencialidad que el hombre puede traducir o no en juicios y propuestas acertados.
El dogmatismo ha sido la gran tragedia histórica del marxismo y del socialismo en este siglo. Creció como la mala hierba donde quiera que dejaron de existir las condiciones y garantías para el ejercicio del pensamiento crítico.
Yo tuve, por cierto, una temprana y traumática experiencia de esto. Me gustaba -y me gusta- la figura de Pushkin; y hasta podía recitar algunos trozos de “Eugenio Oneguin”. Nada me parecía tan excepcional como la semblanza de Martí acerca de esta contradictoria personalidad, y la visión premonitoria que en pocos trazos dio de la sociedad rusa. Pues bien, un buen día me cayó en las manos una biografía del poeta escrita por un académico soviético, un marxista. ¿Qué quedaba allí de las inconsecuencias, las vacilaciones y las debilidades humanas de aquel genio de las letras? ¿A dónde había ido a parar ese pequeño detalle que llamamos la verdad? Lo que Martí, un siglo antes, sin haber estado nunca en Rusia, captó con punzante y doloroso sentido del contraste, el presunto marxista lo había difuminado en un Pushkin acicalado, correcto y embadurnado en los santos óleos de pies a cabeza.
Aprendí así que el marxismo dogmático, es decir el no marxismo, puede alumbrar frutos más mediocres y pobres que el positivismo y el pragmatismo.
Claro está, el dogmatismo es como el aceite: no se funde, no se híbrida -como diría Fidel- a la sustancia nacional. Al contrario, la tapa, se le superpone, la sumerge.
La forzada generalización, como emuladores del marxismo y del socialismo, de las experiencias que prevalecieron, por unas y otras causas, a veces como resultado de verdaderas calamidades históricas, en el proceso abierto por la Revolución de Octubre, fue la gran fuente histórica de pensamiento dogmático que sufrió el movimiento revolucionario desde los tiempos de la Internacional Comunista.
El pensamiento marxista no solo continúa y trasciende sus tres fuentes teóricas a nivel universal. También en cada país a escala nacional, el marxismo tiene pleno sentido cuando sintetiza y supera lo mejor y más avanzado del pensamiento y la práctica anteriores. Esta noción elemental fue en muchos casos mutilada. Aun la Revolución cubana, con su enorme fuerza creativa y su originalidad, que en tantos aspectos supo mantener la independencia y la voz propia -y que gracias a ello está aquí-, no pudo sustraerse por completo a la seducción del “modelo” y a la idea de que el marxismo y el socialismo eran en cierta forma algo externo, desarrollado fuera, que podía aplicarse, trasladarse o importarse.
Incluso Martí, reverenciado y venerado siempre, tratado con justicias generalmente, no pudo escapar en todos los casos a una especie de sentido de la conveniencia, y a la tentación de subrayar de forma selectiva algunos aspectos de su totalidad.
Lo extraordinario que ha ocurrido ante nuestros ojos es que ya no hay modelo. No lo hay ni lo habrá. Tampoco existirá un modelo cubano. Habrá, eso sí, revolución y socialismo cubanos, que es otra cosa.
Líbrenos ahora nuestra idiosincrasia de cualquier bandazo a un nacionalismo provinciano. Nada más ajeno a Martí y a nuestra cultura. El momento es de adustez. Somos un pueblo marinero, abierto a los cuatro puntos cardinales, y menos que nunca podemos perder en este instante la vocación de universalidad.
Quizás uno de los aspectos más frustrares de esa experiencia socialista que se ha hundido fue el concepto y la práctica de la información. Es cierto que el extravío de la prensa y su utilización como instrumento antisocialista causó grave daño en la URSS y otros países del Este en los últimos años. Pero no podemos separar este fenómeno de la prensa que había antes. Aquellos polvos trajeron estos lodos. El periodismo socialista debió resumir y trascender lo mejor del periodismo capitalista en el orden profesional, técnico y ético. En lugar de ello se estancó en un estilo decimonónico, hierático, y contribuyó así a acumular las contradicciones que luego traerían la marea del oportunismo y la autoaniquilación.
III
El porvenir del periodismo cubano no puede estar en la reiteración de ese perfil errático y funesto. Los periodistas no creemos que esa sea la alternativa al periodismo impensable del capitalismo y la contrarrevolución.
José Martí y “Patria” son un asidero fundamental de estas ideas. “Patria” fue un órgano político y doctrinal, y resulta obvio que no podemos buscar en él una respuesta contemporánea a los problemas de la información.
Sin embargo, cabe advertir que Martí, al crear y orientar el periódico, al igual que en su vasto ejercicio periodístico para diversas publicaciones latinoamericanas, se separó resueltamente de los mitos yanquis sobre la prensa y la libertad de expresión, que ya en aquellas fechas habían quedado consagrados en la prensa de masas y en los primeros monopolios.
Para Martí la idea de servicios social de la prensa está ligada al compromiso político, a la toma de partido frente a cuestiones fundamentales; y no a la hipócrita separación de la información y la opinión que era el non plus ultra de los mitomaniacos norteamericanos de la época.
Como algunos estudiosos cubanos han hecho notar, Martí animó en “Patria” el criterio de un periodismo de voluntad nacional, abierto al sentir de los diversos estratos cubanos, unitario y generoso, en el que la consagración a una gran causa, la revolución en Cuba y Puerto Rico, no ponía sin embargo barreras a la proyección individual y a los matices de apreciación personal de los hombres de pensamiento que colaboraban en él.
El Apóstol, desde el primer número del periódico, en la pequeña nota titulada “a nuestra prensa” nos dio una lección de dialéctica al señalar que “una es la prensa”, en la república libre y segura, pero que “la prensa es otra cuando se tiene enfrente al enemigo. Entonces, en voz baja, se pasa la señal. Lo que el enemigo ha de oír, no es más que la voz de ataque”.
No hay que forzar en absoluto las similitudes para advertir cuánto puede decirnos esta experiencia en la realidad de hoy.
Lo más fascinante del período especial no es siquiera el reto de vencer las actuales dificultades, que en el caso de la prensa son múltiples, materiales y de todo tipo, incluyendo nuestras propias deficiencias, sino el momento de asomarnos a la pregunta: ¿qué hay más allá?
Como decimos en broma, nadie va a avisarnos: “Señores, se declara concluido el período especial”. Iremos remontando la cuesta y consolidaremos lo nuevo en el camino. Así llegará también la hora de restablecer el sistema de la prensa. Ya no habrá que hacerlo a la imagen y semejanza de ningún modelo, sino de nuestras propias concepciones y necesidades, y para el mundo que tenemos que vivir. No hay retorno al pasado.
¿Cómo será la prensa? ¿Cómo puede y debe ser? Todas las incógnitas que nos preocupan hacia el porvenir pasan por estas preguntas. Nuestra prensa será como la sociedad que queremos tener. ¿Cómo funcionará una economía al fin independiente, moderna y eficiente? ¿Cómo trabajará un sistema político que asegure cada vez más la participación democrática real de los ciudadanos en toda la gestión social? ¿Cómo será una sociedad de alta cultura, capacidad de pensar por sí misma, y elevado ejercicio de la ética y el civismo? ¿Cómo afirmaremos todo lo provechoso y digno que esta prueba descomunal saca a flote del alma cubana, y erradicaremos a la vez todo lo negativo que circunstancias como estas también exacerban? La prensa tendrá que ver mucho con esto. Ah, no podemos prever todavía cómo será todo; no se ve nítidamente. Habrá que luchar duro. Pero allá, tras la cuesta que subimos, aguarda un hombre vestido de negro, desafiando dificultades inmensas, en la alta y fría noche, con las manos cargadas de “Patria”.
(Tomado del libro ¿Qué periodismo queremos?, Editorial Pablo de la Torriente, 2018, Julio García Luis. Selección y notas: Rosa Miriam Elizalde).
Selección del texto: Magali García Moré, Premio Nacional de Periodismo José Martí.
Julio García Luis (Sagua la Grande, 1942-La Habana, 2012). Participó en las luchas estudiantiles contra la dictadura de Batista, y al triunfo de la Revolución en 1959 se gradúa como maestro normalista y viste el uniforme miliciano. Estuvo entre los movilizados para combatir en Playa Girón y en los días de la Crisis de Octubre. Fue alfabetizador, maestro voluntario, corresponsal de guerra, brillante editorialista y cronista del diario Granma, Trabajadores y otros medios de prensa cubanos, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba de 1986 a 1993 (en el IX congreso de la UPEC se le concedió post mortem la condición de Presidente de Honor de la UPEC), decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana y docente de varias generaciones. En 2004 obtuvo el grado de Doctor en Ciencias de la Comunicación, y en 2011 recibió el Premio Nacional de Periodismo José Martí Por la Obra de la Vida. Como autor o compilador se le deben varios textos para la enseñanza de la profesión a la que dedicó su vida. Revolución, socialismo, periodismo… su obra póstuma, cuenta ya con dos ediciones.
PATRIA debería ser el órgano oficial de nuestro país!!!