Para todos los que escriban y quieran leer en voz alta sus textos. Así decía la convocatoria al taller y así lo había pensado Roger Ricardo Luis, a quien se le ocurrió, hace más o menos dos semanas, la idea que este 3 de marzo logró emprender.
Este taller no necesita un nombre, es, simplemente, un taller de crónicas para “socializar las creaciones personales”. Parece que para Roger, el cansancio nunca ha tenido espacio, ni como periodista, ni como profesor.
La crónica no puede esperar, ni tampoco los cronistas. “Entre los jóvenes también hay que incentivarla”, pues en la prensa cubana hay una disfuncionalidad de este género condicionada por muchas causas.
Quizás el salón de conferencias de la Facultad de Comunicación no es el mejor sitio para el debate grupal tras la presentación de cada texto, sin embargo, hasta el momento, es este el lugar disponible. Quizás los editores de la página web de la Facultad fijen en una columna las crónicas leídas.
Pero solo es el primer día. Todo es improbable.
Ahora el salón está a medio llenar, ya es algo más de las 11:30 (la hora acordada) y todavía hay personas que se incorporan.
La idea es comprensible y Roger la explicita: “el que tenga una crónica viene y la lee, el que tenga un cuento viene y lo lee, el que tenga una poesía también, y así. Este es un espacio libre, se puede venir a escuchar, se puede intervenir”, no importa si eres estudiante, profesor, o incluso no practicas el periodismo.
Eduardo comienza con una de sus crónicas deportivas, por ser “una variante subvalorada”. Y después de los aplausos hay intervenciones.
Ese es el propósito, intervenir y redescubrir las técnicas narrativas de las que se valió el autor y hurgar en la minuciosa construcción de los detalles.
Las maneras de unir las urdimbres de las subjetividades personales no pasan desapercibidas en cada lectura. Leandro también ha leído su crónica, seguido por Bismarck y dos muchachos más.
Roger hace un buen rato que no está al frente. Durante todo ese tiempo ha permanecido sentado junto a los estudiantes, en un espacio, donde, como él mismo ha dicho, lo consideren uno más.
“La crónica tiene un piso, una apoyatura”. Ese axioma es asumido por Roger cuando explica que esta se sostiene sobre el nivel de lectura del cronista y su estilo.
Ya al final, otras dos crónicas son leídas, una es de Michel Contreras y otra de Yuli, la periodista de la Isla de la Juventud que ha logrado una comunidad de seguidores al escribir sobre Cuba tras la cotidianidad de una guagua.
El taller volverá el martes próximo en el mismo salón de conferencias, a la misma hora, para continuar- como recuerda Roger- hablando de crónica o “de todo lo que tengan escrito y quieran llevar”.