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En nombre de la vida

Hoy día, cuando la humanidad se enfrenta a la pandemia del Covid-19 o Coronavirus, es más que oportuno recordar otros momentos vividos por nuestra especie de parecida amenaza y trascendencia histórica. Se sabe que la llamada “peste”, pandemia que azotó al mundo durante siglos, representó la muerte de más de treinta millones de personas en la Europa medieval. Aunque la tuberculosis no se considera una pandemia, fue otro de los flagelos que sufrió la humanidad por largos períodos de tiempo en las más diferentes latitudes del planeta. Solo el descubrimiento de la estreptomicina permitió un tratamiento médico de la enfermedad factible de cura, lo que ocurrió a partir de 1944. Para entonces ya existía un número de obras emblemáticas en los géneros novela y teatro, en las que el desenlace trágico de sus tramas amorosas o heroicas, apuntaban a la muerte del protagonista principal a partir de contraer la mencionada enfermedad. Últimamente, el SIDA o síndrome de inmunodeficiencia adquirida, también se convirtió en pandemia, o sea, en una epidemia de carácter global. El filme estadounidense Filadelfia, interpretado por Tom Hanks, es otro buen ejemplo de la relación entre cultura y pandemia.

En todos los casos, el arte y la literatura han sido vías de apuntalamiento de la voluntad de vida de millones de hombres y mujeres ante la inminente posibilidad de una muerte tan desconocida como a destiempo. Cuando hoy vemos en la pantalla de nuestros televisores a un tenor italiano interpretar el “Nessun Dorma” del Thurandot de Puccini, desde el balcón de su casa en Florencia, para darle aliento a un vecindario en cuarentena, no podemos menos que remitirnos a los hechos transcurridos en esta ciudad italiana durante el período conocido como el Renacimiento, cuando asediada por la peste, sus artistas y literatos no dejaron ni por un instante de crear, dando así lugar a algunas de las obras mayores del genio humano, que hoy leemos o contemplamos en los museos con una calma rayana en la despreocupación total.

Cuántas veces Botticelli, Miguel Ángel o Leonardo, entre muchos otros grandes artistas, iniciaron un trazo sobre el papel o el lienzo, mientras en las calles caían como moscas sus coterráneos por la pandemia desatada. Sin embargo, ante la imposibilidad de salvarlos, de no comprender el agente letal que hacía tales estragos en la población, tomaron distancia de ella, y en nombre de la vida continuaron haciendo lo que sabían hacer como nadie. Ninguno de ellos dejó a un lado el pincel, el lápiz o el cincel, muy por el contrario, continuaron el dibujo, la pintura o la escultura iniciada, hasta convertirla en la obra eterna que admiramos y reconocemos como el más probo reclamo que nuestra especie podía hacerle a Dios, en aras del advenimiento de un tiempo mejor.

El Decamerón, la inmortal relación de cuentos de Bocaccio, que publicara por estos difíciles años, tan parecidos a los nuestros en cuanto a la turbiedad de la política y los cultos al uso, es otra prueba a favor de lo antes dicho. Ante la mortandad reinante, un grupo de hombres y mujeres, todos muy jóvenes, marchan a una villa ubicada en las colinas aledañas a Florencia, y allí, en aquella sana distancia que propiciaba la campiña toscana, olvidados de todo mal, pasan los días contándose las más atrevidas historias de amor.

A diferencia de la Florencia de entonces, pero con igual espíritu de solidaridad y resistencia ante lo desconocido ―por ahora―, los medios de comunicación de masas, ante el cierre de escuelas, aeropuertos, comercios y otras actividades de toda vida citadina, reajustan su programación, poniendo en sus pantallas los más reconocidos grupos musicales y las películas de mayor audiencia, algunas de ellas verdaderos clásicos del llamado séptimo arte. Una original iniciativa tuvo lugar en París, donde un profesional del cine asume su oficio desde su propia casa, al proyectar contra la pared del edificio aledaño al suyo, congestionado por un vecindario exiliado de sí mismo, ese momento inolvidable del filme norteamericano Top Hat (Sombrero de copa), de 1935,  en el que Fred Astaire y Ginger Rogers bailan Cheek to cheek (Mejilla con mejilla), de Irving Berlín.

En Roma, una soprano cubana de gira por Italia, canta desde el balcón de su hospedaje  algunos de los momentos más conocidos de la inmortal zarzuela Cecilia Valdés, de Gonzalo Roig, para un público que deambula por las calles entre la incertidumbre y el temor, pero que la aplaude como si fuera el primer día del mundo. Médicos y virólogos cubanos especializados en el tratamiento de epidemias, al pisan suelo italiano, con el fin de apoyar a las autoridades sanitarias de ese gran país, cuna de la latinidad, son aplaudidos como héroes por los viajeros presentes en el aeropuerto.  Un crucero turístico inglés de viaje por el Caribe, con cinco pasajeros a bordo afectados por el coronavirus, atraca en el puerto cubano del Mariel, luego que los puertos de la costa este de los Estados Unidos y del área caribeña les negara la entrada. En la cubierta del gran buque, un grupo de pasajeros extienden una tela escrita en perfecto español, en la que se lee: “Te quiero Cuba”.

A fines del siglo XIX, el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, escribió para todos los tiempos: “Patria es humanidad”. Hoy más que nunca, ese pensamiento nos llama a la solidaridad, al ejercicio de la virtud a favor de los demás, sin importar credo, raza e ideología política. Esperemos… Al igual que en épocas pasadas, bellas obras se crearán inspiradas en la voluntad global por superar este momento difícil por el que atraviesa nuestra sociedad. No olvidaremos a los que sacrificaron sus vidas por salvar la vida. Saquemos lo mejor de nosotros; reconozcámonos en el otro. Crisis, del griego “krinos”, significa posibilidad para el cambio. Algo tendrá que cambiar en este maltrecho mundo…, y para bien. Como adelanto promisorio, el planeta parece respirar mejor, sobre todo, en las grandes urbes de Europa y Asia, a partir de la casi nula circulación de vehículos y el cierre temporal de industrias contaminantes. Mientras los delfines, por primera vez, se adentran por los canales de Venecia, cual góndolas vivas. En tanto, se vuelve a ver en pantalla la ya citada imagen del anónimo tenor italiano…  Pero, en esta ocasión, el noticioso televisivo nos deja oír toda su interpretación del “Nessun Dorma”, en la que el personaje central de la famosa ópera de Puccini, luego de una noche aciaga, canta, una y otra vez, en la bella lengua del Dante: “Al alba, venceré”. Por supuesto, que sí… La voluntad e inteligencia humana, una vez más, al alba de un tiempo nuevo vencerá. ¡Venceremos, carajo!

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Jorge R. Bermudez
Ensayista, poeta y crítico de arte.

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