El mensaje me había llegado apenas unos minutos antes de la hora pactada. Había leído sobre referencias en el exterior. De manera que vino bien a las nueve la noche, la hora del cañonazo, símbolo habanero y el momento justo para avisar el momento del aplauso y el agradecimiento de la sociedad al esfuerzo de médicos, técnicos, enfermeras… y el resto del personal de la salud, pero también choferes, aduaneros…que intervienen en la cadena, horas y horas, contra este ya ‘insoportable’ nuevo -digamos que ya viejo- coronavirus.
Y en mi barrio funcionó. El de la música alta, por cierto, paró su estridente manera de socializar sus preferencias, los autos apenas transitaban, y la gente no hacía el bullicio, de manera que la ciudad tenía una calma inusitada… Hubo magia, pero por sobre todas las luces y sombras, se oyó, magnífico el aplauso.
Y mira qué cosa: no llevaba nombre, ni receta, ni oficio, ni dinero, ni tampoco país. Era sólo aquel plaf, plaf, plaf, plaf infinito, más o menos fuerte, desde los edificios circundantes lo que hizo vibrar de emoción a la gente, desconocidos en la distancia, alejados, sin nasabucos visibles en las penumbras de la noche.
Ni siquiera puedo identificar al que más o menos aplaudió. Era el tributo comunitario a la medicina que tanto nos ha enaltecido y tanto habla de Cuba, en nombre de todos los cubanos dentro y allende las fronteras, y bajo cualquier oficio, estatal o privado, trascendente o menos importante.
Era el aplauso agradecido a quienes dentro, o fuera de la medicina, luchan contra el estornudo que ha estremecido a la humanidad.
(Tomado del Facebook del autor)