Me parece que los aspirantes demócratas de Estados Unidos, están perdiendo el tiempo y las fuerzas descalificándose entre sí para ganar la nominación de su partido en las elecciones presidenciales de noviembre. Muchas de las piedras que se arrojan unos a otros en este momento, harán diana en el imaginario popular o, mejor, en el colegio electoral, que es quien, en verdad, decide.
Eso puede debilitar la batalla contra Trump, cuando ya están definidos algunos campos: No votarán por Trump una alta cantidad de mujeres norteamericanas ofendidas por la misoginia patógena del mandatario, quien no se priva de hacerlo notar groseramente. Otro tanto debe ocurrir con las minorías afro, latinas y de cualquier procedencia, debido a su poco oculto racismo, rayano en la idea supremacista que defiende, y una xenofobia alarmante, aun cuando el país necesite mano de obra adecuada para ciertos menesteres laborales. Siendo asequible desde países cercanos, él lo rechaza, con esa visión estrecha sobre el ingreso de extranjeros.
Tampoco es probable que le otorguen otro tiempo en la Casa Blanca los granjeros arruinados que le vendían cosechas enteras a China y se les malograron sus rentas (alrededor de 20 millones de dólares diarios en pérdidas) y hasta la esperanza, algo traducido en una impactante cantidad de suicidios en ese segmento poblacional, que, de modo genérico, aumentó en cuatro veces si se compara con los ocurridos en 1999, en todo el territorio.
En particular, las pequeñas y medianas propiedades rurales, administradas por al menos dos millones de estadounidenses, están debilitándose y quedan a expensas del expansionismo practicado por las grandes corporaciones.
Según el Departamento de Agricultura, los principales renglones del sector (soja, trigo) sufrieron notables mermas. Solo las importaciones de productos agrícolas realizadas por China cayeron en un 20%. La pérdida de grandes mercados en el exterior, con caminos bien aceitados en los últimos 30 años, trajo consigo la penosa situación actual en el sector agropecuario. Así lo evalúan organizaciones estadounidenses aludiendo a la fallida y autodestructiva estrategia de aplicar sanciones a distintos países en todos los continentes, pues esa práctica retorna, para mal, a la economía norteamericana.
No son procesos naturales sino situaciones inscritas en lo paradójico y no porque la ruptura de patrones tradicionales implique avances, sino debido a alteraciones estructurales incitadas por el jefe de la Casa Blanca, alguien capaz de aplicar esas normas sin base científica o lógica razonable.
La competencia con China, desde el inicio, pudo tener un enfoque constructivo, métodos conciliatorios para consensuar arreglos comerciales entre ambos, sin traumas para ninguno. Los castigos a otras naciones también pudieron contar antes con algún tipo de entendimiento, sin necesidad de acudir a experiencias que afectan a los demás, pero también al que las aplica.
Pero Donald Terminator, ha preferido, como en tantos asuntos, la confrontación, el empleo de coacciones y chantaje. El resultado se constata en sectores industriales internos, por el alza del precio a los productos a ofrecer debido al aumento de tarifas arancelarias a los componentes chinos, con lo cual se encarecen las ventas y por tanto disminuyen las compras.
En otros casos conducen a fuertes pérdidas para las empresas. Eso le sucede a Apple, que fabrica la mayoría de sus dispositivos en China, de cuyo sector tecno-productivo dependen procesos de alta gama.
E.U. impuso a los productos del gigante asiático, aranceles por encima de los 250.000 millones de dólares. Como es de esperar, Beijing hizo, en menor escala, otro tanto. El resultado perjudica a los dos oponentes y también a la exportación, las inversiones y la fabricación a nivel mundial, provocando que se resienta la confianza de los empresarios y los intercambios globales. Así lo consignan los expertos.
“ (…).. pese a tanta alharaca, las guerras comerciales de Trump no redujeron el déficit comercial de Estados Unidos, que en 2018 fue una cuarta parte mayor que en 2016. El déficit de 2018 en comercio de bienes fue el más grande de la historia” (…) “Y pese a las cacareadas promesas de Trump de repatriar empleos fabriles a Estados Unidos, la creación de puestos de trabajo en ese sector es menor a la que hubo con su predecesor, Barack Obama, al afianzarse la recuperación post‑2008, y sigue siendo muy inferior a lo que era antes de la crisis. Incluso el mínimo en 50 años de la tasa de desempleo enmascara una fragilidad económica. La tasa de empleo para hombres y mujeres en edad de trabajar, a pesar de haber aumentado, lo hizo menos que durante la recuperación de tiempos de Obama (…)”.
Las apreciaciones pertenecen al nobel de economía Joseph Stiglitz, en un artículo titulado La verdad sobre la economía de Trump, en el cual considera que las afirmaciones sobre los éxitos de su mandato, tan publicitados por el propio jefe de estado, son falsos.
El experto parte de la muy manejada inevitabilidad de reelección del actual jefe de estado, pues según la propaganda, eso ocurrirá gracias a una prosperidad rebatida por Stiglitz con documentación juiciosa y argumentos sopesados. Evidencia que se puede encontrar en los elevados porcientos de bancarrotas, las deudas de las empresas con menor talla, entre ellas la del sector agropecuario estadounidense.
En contraste, Trump propone un elevadísimo presupuesto militar y grandes recortes a la esfera social para el plan del 2021. Quiere gastar menos en la gente y más en las bases militares en el exterior y en propaganda contra sus “enemigos”. Esto es Rusia y China. En tanto, la política de sanciones contra tantos países, perjudica mucho más que los supuestos beneficios que pretende. Al propio tiempo, -eso sí, sin apreciarlo- desnuda las debilidades y frustraciones de ¿el más rico? ¿el más desarrollado?
Para economistas muy serios, esos títulos deben otorgarse según el grado de satisfacción de los ciudadanos y no parece ser el caso.