Cuando uno tiene una mentalidad que es a la vez realista y fantasiosa, no puede evitar la tentación de jugar a entretejer los tiempos, abrirle espacios a la ucronía. Se trata de esos ejercicios de imaginación o adivinación que consisten en preguntarse no sobre las cosas como fueron, sino como pudieron haber sido. Es lo que le pasó a Cristina Fernández de Kirchner al pensar en la muerte de Evita y en el proceso de desarrollo del peronismo: refiriéndose al año del golpe de estado contra Perón, se preguntaba una y otra vez “qué hubiera sido el 55” si Evita hubiera estado viva, y a continuación, “cómo estaría Latinoamérica si Chavez o Néstor” vivieran aún; y por último —otra incógnita inabarcable—, que “hubiera pasado si Fidel no hubiese sido Fidel, o De Gaulle, Churchill o Roosevelt no hubieran estado en el momento que estuvieron en la historia de sus países.” [Véase Sinceramente, su fulminante best-seller, recién publicado por Sudamericana (y reeditado en Cuba)]. Son enigmas que sólo un novelista se atrevería a responder sin que le tiemble la voz —o la mano—, porque en la mayoría de los casos lo que fue tiende a imponerse en el imaginario colectivo como el único desenlace posible, como lo que tenía que ser, como destino. En el famoso cuento persa, ¿por qué la Muerte se sorprende de ver tan lejos de Ispahán al hombre que Ella debe recoger esa misma noche en Ispahán? Porque no se mueve en el espacio de la Historia, sino del Destino, y en este espacio atemporal, lo que ha de ser, será, y punto.
Claro que el sueño de la razón produce monstruos como los que se han instalado en las Américas en años recientes, y esos difícilmente cabrían en ucronías, utopías, u otros pasatiempos semejantes, a los que tan aficionadas son las personas que se jactan de no creer en la Predestinación, ni en el Destino, ni en Leyes que rijan de modo inexorable el curso de la Historia. Pero aquí y allá se abren brechas, y una de ellas –tan reciente que todavía cuelga en la primera plana de los periódicos, suena en los noticieros de televisión y circula como viral en las redes— nos incita a observar de nuevo la ruleta y reanudar las apuestas. ¿Cómo nos sentiríamos los jugadores si no hubiera triunfado la fórmula que permitirá al binomio Fernández & Fernández compartir el puente de mando en la difícil travesía que ahora emprende su país?
Admito que en mi admiración por Cristina hay una pizca de insularismo, porque desde que leí Sinceramente me consta que se trata –dicho sea con permiso de Benedetti— de una lectora cómplice: ambos compartimos nuestro aprecio por una novela, un libro de Leonardo Padura —El hombre que amaba los perros— que ella califica, de modo contundente, como “un librazo”. Y gracias a ella conozco un caso conmovedor, el de un compatriota suyo, desaparecido, que guardaba fotos de familia —rescatadas de la prisión donde lo torturaron— al dorso de las cuales había copiado versos de una canción de Silvio (“Sólo el amor alumbra lo que perdura”).
Viendo el resultado de las elecciones argentinas de octubre pasado, me complace descubrir que tal vez mi supuesto insularismo y mis demostradas complicidades me desbordan. Está claro que abarcan territorios y temáticas mucho más amplios de lo que yo suponía.