“Hijos de Cuba, hermanos míos, acudid al grito de la patria”
Carlos Manuel de Céspedes, con alma de poeta, reflejó en su poema Contestación, publicado el 28 de enero de 1852, su visión de la patria y de su terruño local después de su estancia en el extranjero, en estos versos: “Y vine a Cuba y en Bayamo vime / y parecióme la creación más bella”.
En los trajines conspirativos previos al alzamiento armado del 10 de octubre, expresó a sus compañeros: “Si no me hallara tan seguro del triunfo, no me arrojaría a comprometer el destino, el porvenir y las esperanzas de mi patria. A un pueblo desesperado no se le pregunta con qué pelea. Estamos decididos a luchar y pelearemos aunque sea con las manos”.
Con referencia a aquel acto inicial de rebeldía y las luchas ulteriores, expresó en distintos momentos que “El 10 de octubre de 1868, el pueblo de Cuba proclamó su independencia; y desde esa fecha hasta hoy, ha sostenido una terrible guerra contra sus opresores”. Así resumía su discurso en un campamento mambí en celebración de aquel acontecimiento: “Les hablé de las emociones que nos agitaban en las vísperas del 10 de octubre de 1868, y de la resolución final que tomamos en ese gran día, cuando consideramos que, a pesar de todo, de ella iba a brotar la libertad de más de un millón de esclavos blancos y negros, concluyendo con los gritos que nos guiaban, al lanzarnos a la revolución: “Viva Cuba! Muera España!” Y es que tenía la convicción de que “Cuba Libre es incompatible con Cuba esclavista”.
Creía, pues lo comprobó en los días y años de encarnizada luchas, que “Nada hay semejante a la guerra de Cuba”. Por eso apelaba al sentimiento patrio de los cubanos: “Hijos de Cuba, hermanos míos, acudid al grito de la patria, engrosad sus batallones, el triunfo nos espera. Odiad las disensiones, preocupaciones y provincialismos; todos somos hermanos, unidos por el amor como por el deber; el soldado que obedezca ciegamente a su jefe; el hombre civil, que cumpla con sus deberes de patriota; todos que respeten la ley. Abnegación y patriotismo, y desde un cabo al otro veréis a Cuba independiente y republicana”.
Las muestras de abnegación y patriotismo quedaban patentizados en la realidad vivida y en la actitud asumida: “El agua, el sol, el frío, el hambre, la desnudez, la carencia de armas y parque, la distancia, los ríos, las montañas, los precipicios, las balas de los enemigos, nada nos arredra. Cuando queremos hacer una cosa, la hacemos: poco nos importa el resultado”.
Su pensamiento preclaro somete al análisis certero la disyuntiva planteada por la guerra de liberación que Cuba libraba contra España: “En vista de nuestra moderación, de nuestra miseria y de la razón que nos asiste, ¿qué pecho noble habrá que no lata con el deseo de que obtengamos el objeto sacrosanto que nos proponemos? ¿Qué civilizado no reprobará la conducta de España y no se horrorizará a la simple consideración de que para pisotear ésta los derechos de Cuba, a cada momento tiene que derramar la sangre de sus más valientes hijos? No: ya Cuba no puede pertenecer más a una potencia que como Caín mata a sus hermanos y como Saturno devora a sus hijos. Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos, y si la misma España consiente dejarla libre y tranquila, la estrechará en su seno como una hija amante a su buena madre, pero si persiste en su sistema de dominación y exterminio, segará todos nuestros cuellos y los cuellos de los que en pos de nosotros vengan antes que conseguir hacer de Cuba un vil rebaño de esclavos”.
Y aunque como primer presidente de la República de Cuba en armas solicitaba la solidaridad de los pueblos y gobiernos del mundo, tenía la certeza de que eran los cubanos los artífices de la victoria de la revolución. Sus ideas al respecto son extraordinariamente lúcidas: “Al lanzarse Cuba en la arena de la lucha, al romper con brazo denodado la túnica de la monarquía que aprisionaba sus miembros, pensó únicamente en Dios, en los hombres libres de todos los pueblos y en sus propias fuerzas. Jamás pensó que el extranjero le enviase soldados ni buques de guerra para conquistar su nacionalidad: Cuba sabe, porque lo ha dicho el filósofo, que la libertad es el pan que los pueblos tienen que ganar con el sudor de su frente, y ella sabrá ganarlo, porque su propósito inquebrantable, porque lo ha jurado a la faz del siglo XIX y porque así está escrito en el gran libro de los destinos del Nuevo Mundo”. “Nuestra guerra sigue y seguirá hasta el fin. Por parte de España se hace sin mirar los usos de la civilización. Por parte de Cuba la situación se limita simplemente a aceptar la guerra a muerte a la que el enemigo nos ha provocado, aunque respetando siempre los derechos de la humanidad”. “Nuestro propósito invariable sean cuales fueren las circunstancias es no aceptar de España más capitulación que la absoluta independencia de Cuba, así como de cualquiera otra nación que medie y se interese por Cuba. Morir todos o ser independientes, sin alterar esta resolución ninguna humana.” Y entre sus ideas trascendentes, una era esencial: “… que el triunfo de la revolución de Cuba era la muerte de la dominación europea en América”.
Todas sus ideas originales que sirvieron de rumbo a la revolución que encabezaba, quedaron plasmadas en su Alocución al pueblo cubano el 11 de abril de 1869, al asumir el cargo de primer presidente de Cuba:
“Cuba ha contraído, en el acto de empeñar la lucha contra el opresor, el solemne compromiso de consumar su independencia o perecer en la demanda: en el acto de darse un gobierno democrático, el de ser republicana. Este doble compromiso, contraído ante la América independiente, ante el mundo liberal, y lo que es más, ante la propia conciencia, significa la resolución de ser heroicos y ser virtuosos”.
Y durante el ejercicio de su cargo, sometido a fuerzas políticas contrapuestas en lo interno y en exterior, mantenía una actitud consecuente con estas ideas: “Nada variará mi propósito que desde el principio de la Revolución he formado de salvarme o sucumbir con ella. Mientras el pueblo de Cuba me juzgue digno de regir sus destinos, y haya un cubano que me preste apoyo, se hará la guerra a los españoles; y con mano firme, aunque prudente, se tratará de que nadie salga del sendero de su deber con su perjuicio de la Patria”.
Y ya depuesto de su cargo de presidente, el 27 de octubre de 1873, el 13 de enero de 1874, apuntaba la idea íntima, por ese amor infinito por Cuba, del destino deseado al final de su vida: “Ya sin responsabilidad estoy libre de esta carga. La historia proferirá su fallo”. “De consuno con los malos cubanos tratan de arrojarme para siempre tal vez de esos lugares amados; pero la Providencia; que penetra mis rectas intenciones, no permitirá quizá que se consuma su perverso designio y tendrá dispuesto que mis huesos reposen al lado de los de mis padres, en esta tierra querida de Cuba, después de haber servido a mi patria hasta el día postrero de mi vida.”
Y así llegó finalmente el día y la hora del desenlace ocurrido en San Lorenzo, un sitio remoto de la Sierra Maestra, con la muerte en combate el 27 de febrero de 1974 del patriota heroico y virtuoso que la historia reconoció con el título de Padre de la Patria.