Desde su invención hasta mediados del siglo XIX, la fotografía solo tenía de aliada la luz del sol para captar imágenes. La iluminación artificial estaba en estudio y aunque se lograron algunos avances con la luz de gas y el arco eléctrico estos no tuvieron resultados prácticos para el arte de Daguerre. Los científicos continuaron sus ensayos y descubrieron que encendiendo el metal de magnesio con el clorato de potasio a partes iguales se obtenía una excelente luz para fotografiar.
En 1887 el coronel de bomberos de La Habana Francisco de Paula Astudillo Ozote, quien era un gran aficionado a la fotografía y curioso experimentador de últimos adelantos, fue el primero que importó y utilizó estos polvos. Después le siguieron los reporteros gráficos cubanos Higinio Martínez de La Caricatura; Juan Steegers, de La Lucha, y José Gómez de la Carrera y Ramón Carreras, de la revista El Fígaro. Sin duda era un avance, sin embargo la manipulación del magnesio resultaba tan peligrosa que los fotógrafos lo llamaban “La luz del Diablo”.
En 1889, Steegers sufrió quemaduras al explotar un magnesio que había preparado a “ojo de buen cubero”. Al enterarse del accidente, su amigo Astudillo comenzó a pesar en una balanza la cantidad exacta de magnesio y de clorato de potasio envasándolos en frascos separados para que Steegers los mezclara al momento de usarlos y tuviera un desempeño más seguro. La experiencia fue positiva y a pedido de otros fotógrafos comenzó a comercializarla con el nombre de polvos de Astudillo, que se vendían en las farmacias, lugares donde entonces se adquirían los productos químicos empleados en fotografía.
Para utilizar el magnesio y el cloruro de potasio, momentos antes de tomar la instantánea, el fotógrafo echaba los polvos dentro de una bandeja con mango provista de una mecha o fulminante y la levantaba lo más arriba posible de su cabeza para evitar que la explosión pudiera quemarle la cara. Al inflamarse, el magnesio esparcía sus cenizas por todo el local y cubría de una fina capa gris los muebles, vestimenta, cuadros, adornos y cortinas. Por esta razón, en locales cerrados solo se podía explotar un magnesio de una vez. En una muestra de “compañerismo operacional”, cuando coincidían varios fotógrafos de distintos periódicos y revistas, estos colocaban sus cámaras en línea frente a lo que era noticia y se ponían de acuerdo para que sólo uno de ellos preparara y explotara el magnesio. En lugares a cielo abierto, como parques y estadios, sí era posible accionar varias luces del diablo.
No era extraño ver a unos novios, ella vestida de blanco y él con frac negro, posar para la fotografía en el altar de la iglesia y después de disparado el magnesio quedar el frac tan blanco como el atuendo de la novia. Contaba Mario Ferrer Mortimor, fotorreportero de Granma, que así les sucedió al famoso fotógrafo Martínez Illa y a él, que era su ayudante, cuando retrataron al magnesio la boda en La Habana del político y millonario German Wölter del Río. ¡Y pa’ qué te cuento! El famoso personaje también se volvió millonario en insultos cuando tras la foto vio el estado en que quedó su traje hecho en París.
Mucho peor era cuando el fotógrafo no se percataba de estar cerca de una cortina, alfombra u otro objeto inflamable, o de que que la humedad formara diminutas peloticas de cloruro que con el disparo saltaban como chispas y podían producir incendios, motivando a veces la intervención de los bomberos.
De entre muchas anécdotas, la más famosa ocurrió cuando el general Gerardo Machado salió presidente de Cuba y sus partidarios más cercanos le dieron un banquete en el Hotel Plaza. Para lograr un ambiente campestre cubrieron el techo y las paredes del salón con pencas de guano, simulando un bohío. De perpetuar el instante, rodeado de guataquería, bebidas y jolgorio, fue encargado el reportero gráfico Rafael Pegudo, con su cámara y su magnesio. El fotógrafo preparó la escena, Machado y sus más allegados sentados y detrás todo el que había logrado ocupar un lugar en apretada disputa o pudo sacar la cabeza encaramado en alguna silla. Pegudo enfocó la cámara y disparó el magnesio, por desgracia una chispa alcanzó una de las pencas secas y rápidamente se incendió el guano.
Por puertas y ventanas del Plaza todos abandonaron en tropel y se oían los gritos de ¡abran paso al Presidente!. Pegudo fue uno de los últimos en salir, arrastrando como pudo la cámara, la maleta, el aparato de magnesio, el trípode y sobre todo con el bochorno de concluir tan fogosamente el homenaje. Por suerte para el hotel, a la vez que huían los banqueteros entraban los bomberos, quienes tenían su cuartel al lado, en la misma calle Zulueta. Dominaron rápidamente el fuego y acabaron de aguar la fiesta.
No obstante estos peligros, “la luz del diablo” fue durante más de medio siglo la luz artificial portátil más usada en fotografía hasta que en 1934 su uso fue prohibido en Cuba por la Junta Nacional de Salubridad.
La luz del magnesio fue sustituida por el invento del científico alemán Johann Ostermeyer, a quien en 1930 se le ocurrió llenar una bombilla eléctrica corriente con láminas de magnesio muy finas, oxígeno y un filamento eléctrico, sellándola herméticamente. Al darle electricidad con una pequeña pila eléctrica se encendía el magnesio, produciendo una luz tan brillante como la de los polvos, pero que eliminaba los peligrosos preparativos químicos, la explosión y el humo. Cada bombillo producía un solo destello y se sincronizaba con el obturador de la cámara. Fernando Fernández Prieto, del diario El Mundo, fue el primero que empleó la novedad en Cuba, seguido por los fotógrafos del periódico Havana Post.
El flash electrónico, invento desarrollado en 1941 por el Dr. Harold E. Edgerton, revolucionó la fotografía al suplantar el bombillo de magnesio. La lámpara produjo destellos de elevada intensidad lumínica hasta 1/1,000,000 de segundos . En ese año la compañía fotográfica Kodak lanzó al mercado el Kodatron, una unidad portátil de flash basada en el invento de Edgerton. Era un tubo lleno de gas xenón, que al recibir una descarga eléctrica de alto voltaje producía un destello luminoso de una duración de milésimas de segundo. Las primeras fotografías captadas por un flash electrónico en Cuba fueron hechas durante los carnavales de La Habana en 1947, por Juan Manuel Guerrero Campanería, jefe de fotografía del diario Información, ayudado por el fotógrafo Nick Díaz.
Hoy día el flash electrónico ha evolucionado asombrosamente y puede verse en sofisticados estudios fotográficos, como ligeros accesorios de los fotorreporteros en coberturas noticiosas, y hasta integrado a las cámaras de los teléfonos móviles. Con su potente destello, seguro, útil e inmediato, ha borrado el recuerdo de aquellos peligrosos tiempos de la luz del diablo.
Fuentes:
- José María Callejas y Becerra, La fotografía al alcance de todos, Habana. Imprenta de Soler y Álvarez, 1887, p. 53.
- Rafael Pegudo: “50 Años de Periodismo Gráfico”, Álbum del Cincuentenario de la Asociación de Reporters de la Habana, 1952., p.316.
- Conversación con Julio Lagomasino, el viernes 23 noviembre de 1951, en La Habana.