Muy oportuna ha sido la vuelta en Cubavisión de LCB, la otra guerra, segunda temporada, en los últimos sábados de 2019, un año de particulares tensiones para Cuba, demostrativas de que el propósito de Estados Unidos de destruir a la Revolución se mantiene intacto.
La serie televisiva en su anterior propuesta logró la atención de los públicos y también el asombro de quienes no conocían lo intenso de la lucha contra bandidos en los años 60 y les parecía increíble la crueldad de las bandas contrarrevolucionarias con los campesinos, maestros, responsables económicos que participaran en las transformaciones que se estaban sucediendo desde el triunfo de 1959.
Y esa es precisamente el valor de usar la historia como referente para las producciones audiovisuales, porque la construcción de relatos de ficción sobre realidades pasadas propician, con los recursos del discurso artístico, darle nueva vida a hechos y protagonistas que sólo suelen ser narraciones enumerativas en libros y clases poco atractivos.
Los que éramos niñas y niños en aquellos años recordamos los sobresaltos, las preocupaciones, y la indignación de nuestros mayores cada vez que se sabía de la quema de un campo de caña, de un sabotaje a un tienda o una granja, de la muerte de maestros y brigadistas. Mi familia y yo vivimos la experiencia cuando el bohío gigante que era la casa de los Guerra, tronco de nuestra estirpe, ardió, y dejaron especificado los bandidos que lo habían hecho porque éramos comunistas.
En realidad, en nuestra “tribu” no había ningún comunista. La doctrina más visible era la del cristianismo de los pobres, sin tributo a ninguna iglesia, de hacer el bien, de compartir con los que tenían menos, de apreciar a los jamaiquinos y haitianos del batey Patato, aunque fueran negros.
Desde aquel día la ecuación se resolvió a favor de los que abrían escuelas, alfabetizaban, creaban hospitales para curar y querían apostar por el bienestar de los pobres y desde entonces la palabra comunismo dejó de tener las connotaciones diabólicas que le habían conferido aquellos que a andaban por el mundo “a Dios rogando y con el mazo dando”.
Comunista es la acusación en la serie para justificar los desmanes de los bandidos liderados por los antiguos propietarios que aprovechaban la ignorancia y la demonización histórica de los ideales socialistas para nuclear en torno a los propios explotados por ellos.
Con la misma etiqueta acusatoria se justifican hoy las medidas extrema de la administración estadounidense para asfixiar a Cuba, se provocan golpes de estado como el de Bolivia y se justifica la represión, la tortura, el asesinato en Colombia y Chile, por citar algunos ejemplos.
Todo el que reclame justicia social, ¡hasta el Papa Francisco!, como plataforma verdadera de los derechos humanos es tildado de comunista y enemigo de la democracia representativa capitalista que a pesar de sus diversos partidos, sus muchas elecciones y presuntas libertades tiene estancado el crecimiento económico en un continente tan rico en recursos como América Latina, según informe de la ONU, aunque algunos académicos, especialistas en economía y presuntos reformadores sociales, de dudosa objetividad científica, obviando el bloqueo, se refieran a las precariedades de la economía cubana como resultado de haber apostado al socialismo.
Es muy oportuno, ciertamente, que se exhiba en la despedida del cruento 2019 y el comienzo del 2020 la segunda temporada de LCB, La otra guerra para recordarle a algunos olvidadizos y hacerles entender a las generaciones que no lo vivieron que esas organizaciones contrarrevolucionarias, que ahora, como entonces, alienta la administración de EEUU, ejercerían la misma crueldad de aquellos bandidos que no dudaban en torturar y asesinar. Su calaña está demostrada en las golpizas que ya se dan entre ellos sus seguidores de hoy.
Solo hay que leer las manifestaciones de quienes los apoyan en las redes sociales pidiendo intervenciones y bombas para Cuba, los que sin recato piden tres días para matar comunistas, para saber a qué atenernos y comprender cómo debemos defendernos de las agresiones que. se ha mantenido de una forma u otra durante más de 60 años.
Es temprano para evaluar esta nueva entrega de LCB, La otra guerra en su eficacia artístico comunicacional, pero hay razones para pensar que será efectiva por el equipo de realización con que cuenta, por el elenco que encarna personajes convincentes, algunos que ya cuentan con el favor de los públicos como el Gallo de Fernando Hechavarría y el Mongo de Osvaldo Dioimadios.
Pero ya, desde los primeros capítulos se ofrece la posibilidad de tener noticias de la poco conocida historia de la lucha contra bandidos en la provincia de Matanzas y, sobre todo, provoca la reflexión y alertar sobre los peligros en aumento, internos y externos, que enfrenta Cuba ante un enemigo envalentonado.
Porque esa otra guerra comenzada en los años 60 no ha terminado. Y se incrementará en el 2020 justificada por errores ciertos y otros inventados, por las limitaciones que ciertamente tendremos, por falta de discernimiento de algunos y oportunismo de otros, lo cual obligará a la eficiencia máxima, los ejemplos de austeridad imprescindibles, la participación popular para seguir ganando ese batalla prolongada a la que nos han obligado desde el mismo triunfo del 59.