No faltan artistas que llegaron a la cima por facultades propias y mucho esfuerzo. Otros, lo mismo hombres que mujeres, preferiblemente estas últimas, conocieron la fama solo después de pasar por el trampolín de un lecho.
En sus dos libros Hollywood Babilonia (el primero de ellos publicado íntegramente en París, en 1975), el escritor y director de cine Kennet Anger (hoy con 92 años) da cuenta de asesinatos ocurridos en la denominada Meca del cine, algunos todavía sin resolverse, como el del director William Desmond Taylor (1922) y el de la aspirante a actriz Elizabeth Short, una bella trigueña conocida como la Dalia negra, cuyo cadáver descuartizado apareció en 1947.
Procedente del llamado cine underground, Anger deja testimonio del papel de la mafia en Hollywood, de los desmanes de millonarios influyentes como William Randolph Hearst, especialista en hundir carreras destinadas al estrellato, y de los excesos que allí tuvieron lugar desde los años 20 del pasado siglo, hasta finales de la década de los 70 –en que concluye el texto–, con epígrafe especial dedicado a los escándalos sexuales.
Días en que firmar contratos en la cama pasó a ser costumbre y denunciar presiones y lujurias en una comunidad artística regida por mandos patriarcales no era opción aconsejable.
De todo ocurrió en aquellos años abarcados en Hollywood Babilonia, un estilo de vida que, con sus matices, se iría alargando hasta nuestros días, amparado por el silencio temeroso de las víctimas.
Hasta que el triunfante empresario Harvey Weinstein, «el intocable» de Hollywood, le puso la tapa al pomo de los anales de la depredación sexual y en octubre de 2017 saltó a los primeros planos informativos con un escándalo que le dio la vuelta al mundo y retoma vigencia al comenzar en Nueva York un juicio que pudiera llevarlo por muchos años a la cárcel, acusado de violación y otros abusos a lo largo de casi cuatro décadas.
Sobran hechos y detalles vinculados al vándalo creador de la productora Miramax –donde cosechó éxitos junto a su hermano–, pero al final el nombre de Weinstein quedará unido a una trascendencia social que hablará del momento en que las mujeres perdieron el miedo a denunciar el abuso sexual, un mal que, aunque parezca increíble, ha acompañado a las civilizaciones desde su mismo nacimiento.
El movimiento Me Too, y otros similares surgidos en diferentes geografías para apoyar a las voces denunciantes, ya ha derrumbado a unos cuantos Weinstein y se proyecta como vehículo de solidaridad mundial para aquellas que crecieron con la convicción de que nunca serían escuchadas.
De Weinstein (67 años) se asegura que nunca aceptó un no. Ni en la oficina ejecutiva, donde creció como un todopoderoso de la industria, ni en la habitación de su hotel preferido, célebre porque allí citaba a las aspirantes a obtener algún papel, a las que solía recibir en calzoncillo con la proposición de «primero un masaje» y después «lo otro».
Se calcula en unas 80 el número de mujeres acusadoras de Weinstein, desde trabajadoras de su empresa hasta actrices de la talla de Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow, Mira Sorvino, Rosanna Arquette, Asia Argento y Annabella Sciorra. Otras han contado cómo pudieron escapar de las trampas tendidas por el irrefrenable productor.
Demasiado lodo en tierra de candilejas para no llevar a las pantallas los métodos de un hombre que se erigió en símbolo de un poder corrupto, capaz, igualmente, de comprar el silencio de los que con él trabajaban y todo lo sabían. Fue así que la británica Ursula Macfarlane estrenó el pasado año Intocable, filme en el que recoge el testimonio de actrices –algunas ya con el paso del tiempo anclado en el rostro– que dan cuenta de los días terribles en que se convirtieron en piezas de cacería. También revelaciones de trabajadores de Miramax y escándalos que en su momento fueron silenciados por el dinero de Weinstein, a quien, como se dice en el filme, le gustaba repetir que él era «el puto sheriff de este puto pueblo».
«El caso Weinstein –ha recordado la directora Macfarlane– es también la historia de nuestra generación, es el reflejo del abuso de poder en otras instituciones: la industria musical, el teatro o la Iglesia católica».
En cuanto al presente ha dicho: «Hay cambios, se denuncian casos, pero sigue habiendo un techo de cristal que las cineastas no traspasamos, unos presupuestos que no nos dejan alcanzar. Pero, como dice Rosanna Arquette, nadie nos va a silenciar».
Pronto podremos ver Intocable.
Tomado de Cinereverso. Publicado por Granma
Tráiler del filme Intocable, (2019), de Ursula Macfarlane