Tras un silencio nada premeditado, ni voluntario, esta columna vuelve a la liza, para recordar la importancia de las palabras, importancia que nadie ha de ignorar, y menos un profesional de la información. Ellas son como los bloques o ladrillos con que se erige una pared y, a partir de ahí, construcciones de todos los tamaños. No bastan por sí solas, pero sin ellas, o con ellas mal usadas, la construcción será inviable, o precaria.
De errores como la frecuente confusión entre las expresiones sobre todo y en torno —para solo citar dos casos— y los sustantivos entorno y sobretodo, así como de la, también abundante, entre con que y conque, se ha de cuidar toda persona que escriba, o “nada más” piense. El lenguaje es el soporte material del pensamiento, verdad que parece indispensable seguir y seguir subrayando.
Los dislates citados no son los únicos que pululan a la vista y al oído de todos. Añádase una vez más, entre otros, la confusión entre dar al traste con y favorecer, o entre favoritismo y ventaja. Las muchas aclaraciones hechas al respecto no han podido librar de este último error, en particular, al periodismo que trata asuntos deportivos, ni a otras áreas de la comunicación.
En diccionarios básicos y en sencillos manuales de gramática hallarán las explicaciones correspondientes quienes tengan dudas sobre el tema o quieran consolidar sus conocimientos. Más de una vez esta columna ha llamado la atención sobre malos usos del idioma, como esos, y habrá que continuar machacando, aunque parezca una batalla perdida, pues no debe serlo.
Ahora se detiene en pifias que tampoco han de obviarse. El viento hace que en un estadio de pelota las banderas colocadas como pendones floten horizontalmente, y se puede oír a un narrador deportivo decir y repetir que están en posición vertical. El ser humano es falible, y lapsos tiene el más ducho; pero el sentido de responsabilidad obliga a rectificar errores, no solo ni fundamentalmente por prurito personal, sino, sobre todo, por respeto al público, y para merecer su confianza. No bastaba que un rato después otro narrador dijera, más bien tímidamente, que, de tan fuerte que batía el viento, las banderas llegaban a estar horizontales.
Así como la geometría tiene su valor, los distintos recursos metafóricos del lenguaje son útiles, y dará gusto verlos u oírlos bien usados. Pero a menudo escuecen. Al atinado German Piniella Sardiñas le ocurrió al oír que, en un comentario sobre el final de la reciente serie de béisbol, se felicitó al “territorio yumurino” por la victoria de “sus Cocodrilos”. La preocupación de Piniella merece, por lo menos, ser tenida en cuenta. La asiduidad con que se identifica a Matanzas con el estupendo valle de Yumurí viene de cuando a esa provincia no le pertenecían la Ciénaga de Zapata y alrededores de esta que en otros tiempos fueron de Las Villas. Pero, desde que le pertenecen, ¿cómo no asociarla con esa vasta y singular área, donde se crían precisamente los reptiles que dan nombre a su equipo de pelota? Y ¿qué decir del significado que para esa provincia y para toda Cuba tiene Playa Girón, significado al que rinde tributo el nombre del mayor estadio matancero? Quede el punto, por lo pronto, para pensar, aunque la tradición se salga con la suya.
Hay imprecisiones de veras graves, como cuando en una emisora de radio se habla reiteradamente del “fallecido general iraní Qassem Soleimani”, quien, se sabe, fue asesinado por órdenes del presidente de los Estados Unidos —hasta lo proclamó como un gran mérito suyo— y con recursos de esa potencia. Al oír en la radio lo citado, quien escribe estas líneas recordó un chiste que oyó en su infancia, no alcanza ahora a precisar si dicho por Tres Patines, Tachuela o Cheo Malanga. Quienquiera que haya sido, dijo que un tío suyo había perecido de muerte natural, y cuando otro personaje le preguntó de qué enfermedad, respondió que un tren le había pasado por encima. Como el interlocutor reaccionó aduciendo que eso no era muerte natural, el primero agregó que, si a uno lo aplasta un tren, es natural que se muera.
No es cuestión de puntillismo lexical, ni de atenerse a las posibilidades que brindan los sinónimos, que no siempre lo son de modo exacto. Matices son matices, y aunque morir y fallecer sean equivalentes, al decir que el mencionado general “falleció” o “murió”, se salta por encima de un dato nada menudo: lo destrozaron cohetes lanzados expresamente para asesinarlo, y que de paso mataron a varias personas más.
Tan “aséptico” uso del lenguaje desdibuja los hechos y, quiérase o no se quiera, tiende sobre ellos un manto de ocultamiento o disimulo. Lo ocurrido fue otra prueba de la inmoralidad y la ilegalidad de la genocida potencia imperialista que —meros ejemplos de tal realidad— asesina a distancia a un militar que le resulta incómodo, o perpetra acciones como la sufrida por Panamá en 1989, o declara guerras y masacra pueblos, hasta para distraer la atención de un escandalito sexual surgido en la Casa Blanca.
Con igual desfachatez intenta asfixiar por hambre a países enteros, haciéndoles sufrir “sanciones” criminales, que pueden llegar a un bloqueo férreo. Es el caso, mundialmente repudiado, del que hace seis décadas mantiene contra Cuba para castigarla por su defensa de la independencia, la libertad, la soberanía y la justicia que alcanzó gracias al triunfo, en 1959, de la Revolución con la cual se libró del yugo que en 1898 le impuso aquella potencia, que ahora arrecia con saña el bloqueo.
Por caminos de ocultación se transita asimismo —reitérese: aunque no se quiera— cuando se le da al calificativo humanitario un uso que no le corresponde: el de sinónimo de humano. Pero se hace con tanta asiduidad, en publicaciones de tal relevancia y desde tribunas tan eminentes, que es inexcusable seguir reprobándolo. Nadie debería ignorar que la confusión está vinculada —¿solo cronológicamente?— con una maniobra, dolosa como suya, del imperialismo estadounidense.
Ese poder y sus aliados la pusieron en marcha para que pasaran como humanitarias, y así justificarlas, criminales acciones bélicas emprendidas por la OTAN, instrumento agresivo manejado centralmente por el gobierno de los Estados Unidos. A las víctimas, a menudo civiles de todas las edades, se les aplicó el rótulo de daños colaterales, también acuñado en función de la mencionada maniobra. En el perverso rótulo se piensa ante los otros muertos ocasionados por los cohetes que destrozaron al general iraní, a quien sus asesinos presentaron como el único blanco programado para la acción.
Con arreglo a tales “normas”, el asesinato de Qassem Soleimani —militar de especial participación en la lucha contra engendros terroristas como el supuesto Estado Islámico, fabricados por los imperialistas y sus medios (des)informativos— podría considerarse un procedimiento “humanitario”. Los responsables del asesinato lo han valorado como un paso para “salvar a pobladores del Medio Oriente”, del mismo Medio Oriente que los Estados Unidos intentan seguir saqueando con la ayuda de su sucursal más directa en el territorio, el agresivo estado de Israel —que martiriza especialmente al pueblo palestino—, y de otros cómplices suyos, como la monarquía de Arabia Saudita. Si en el imperialismo no se puede confiar, tampoco ha de regalársele ni una “palabrita”, ¡nada!
Es una lástima que esas personas que cometen tales errores (horrores) del lenguaje no lean esta página para que aprendan, sobre todo aquellos que publican sus errores (lease periodistas), tuve la oportunidad de escuchar, igual que millones de cubanos que seguimos el play off final de nuestra SNB, el comentario de las banderas flotando con el viento en forma vertcial, cuando lo estaban horizontalmente.