Respiramos símbolos…
El devenir del término de marras en la historia de la humanidad pone de relieve que todo puede albergar una significación simbólica con un gran poder psicológico en la comunicación entre los seres humanos, pues para existir necesitan de “brújulas” que contribuyen a orientar la actitud ante la vida. Desde esa perspectiva lo simbólico deviene clave para comprender el mundo.
A lo largo de su peregrinar el hombre se pregunta: quién soy, de dónde vengo, a donde voy, en qué y quién creo, amo, odio, cómo sobrevivo, bajo qué bandera marcho, cómo me explico la realidad si esta no encaja en mi compresión.
Es ahí donde los símbolos, como metáforas de la realidad, se transforman en cápsulas informativas, en filtros de referencialidad, instancias evocativas para promover procesos conductuales, cuya gestación y gestión se da a partir de contextos históricos, sociales, religiosos, culturales, políticos e ideológicos que toman por base un amplio abanico de posibilidades desde lo místico a la cientificidad donde lo simbolizado se presenta como esencia que justifica y explica lo simbolizante.
La solvencia de tales constructos parte de su capacidad para ser creídos. Ese movimiento se verifica muchas veces de manera sistémica y deliberada mediante el uso de un complejo entramado de técnicas que ya sobrepasa con mucho en nuestros días el valor tradicional de disciplinas como la psicología, por ejemplo. En la intencionalidad está su clave: alterar, controlar opiniones, ideas, valores e intervenir en el transcurso de los acontecimientos y modificarlos, si fuera necesario.
No es un secreto que cada sistema político delinea el conjunto de creencias que le son funcionales y con esta suerte de “varita mágica” transversalizan el cuerpo social con fines de garantizar su hegemonía. De ahí el cuidado que pone en preservar y renovar cuidadosamente sus más sagrados emblemas, como también desarrolla dispositivos de alerta temprana para controlar fluctuaciones e imprevistos indeseados. Tanto es así que Harry Pross en La violencia de los símbolos sociales, alerta que el desgaste de un orden se anuncia en el desgaste de sus símbolos.
Bajo el arbitrio del capital, dichas representaciones son un de poder que contribuyen, desde inicios del siglo pasado, a la profusión de estudios sobre la conducta del ser humano, el desarrollo de los medios de comunicación como portavoces y las industrias culturales como fábricas de símbolos que dejan indefectiblemente una traza ideológica en el cuerpo social.
Ahí está Superman, el joven apuesto, valiente, bondadoso, justiciero, cuya fortaleza y astucia le otorgan un poder ilimitado para poner orden en la Tierra en la sempiterna lucha entre el bien y el mal. El personaje (más allá de las intenciones iniciales de sus creadores) devino funcional a la imagen que se deseaba transmitir al mundo la nación que se autoconcebía predestinada a asumir el liderazgo planetario.
Casi a las puertas de su centenario, el personaje de marras sigue despertando admiración e infundiendo respeto bajo el principio de que, como entidades persuasivas significantes, los símbolos son fuente de valores que circulan por el tejido social generando consenso y legitimación o su contrario, capaces de integrarse a la realidad y contribuir a transformarla.
Y como para que no queden dudas, en tiempos de la Guerra Fría, el entonces director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Allen Dulles, dijo lapidariamente que antes de los portaaviones, Estados Unidos enviaría sus símbolos universales, glamurosos, modernos, empleados como armas seductoras…
Manuel Castell en su libro La era de la información expresa que el poder, como capacidad de imponer la conducta, radica en las redes de intercambio de información y manipulación de símbolos que relacionan a los actores sociales, las instituciones y los movimientos culturales, a través de íconos, portavoces y amplificadores intelectuales.
Ello pone de relieve el papel de los símbolos en la guerra cultural como expresión de la lucha de clases. La conquista de las mentes, la formación de conciencia significan, ante todo, posesionarse del sistema de valores, pues es ahí donde se verifican las acciones determinantes por el poder, en tanto contribuyen a condicionar las actitudes de los individuos y su correspondiente postura ante los hechos que pautan el espectro político-social.
Como violencia simbólica sutil y solapada, los símbolos operan bajo el principio de la naturalización, pues es en el día a día y bajo la influencia de las relaciones sociales, en el intercambio de valores, que las personas generan las posturas de pertenencia, desobediencia, rechazo, aceptación, filiación ante los hechos que dimanan del acontecer en el sentido amplio del término.
Stuar Hall en La cultura, los medios de comunicación y efecto ideológico, afirma que los medios de comunicación de masas garantizan el suministro y construcción colectiva del conocimiento social, de la imaginería social por cuyo medio percibimos “los mundos”, las “realidades vividas” de los otros y reconstruimos imaginariamente sus vidas y las nuestras en un “mundo global” inteligibles, en una “totalidad vivida”.
El periodismo es, por excelencia, hacedor y portavoz de símbolos. Una actitud ingenua y pasiva ante esa realidad es nociva, peligrosa. Muchas historias demuestran que cuando se descuida este espacio profesional, con el tiempo y un empujoncito, lo que pudo ser ya no es…