La vida del joven combatiente salvadoreño Tomás Roberto García Vargas llega a través de testimonios de quienes lo conocieron. Este es el nuevo libro del periodista Luis Hernández Serrano, del diario Juventud Rebelde, presentado el reciente 10 de enero en la Casa del Alba Cultural.
Con el sello editorial Capitán San Luis, del Ministerio del Interior, Comandante Feliciano. Un guerrillero salvadoreño con sangre cubana, el texto es muestra de un drama personal a través de la historia de un padre y un hijo que, aunque casi no se conocieron, vivían unidos por una misma causa, la entrega a luchar por la justicia social en sus respectivos países: Cuba y El Salvador, dijo en la presentación el periodista José Alejandro Rodríguez.
Tomás Roberto, el Comandante Feliciano, fruto del matrimonio del coronel jubilado del Ministerio del Interior Roberto García Benítez y la salvadoreña Ada Rosario Vargas Méndez, nació cuando el entonces joven revolucionario antillano se encontraba exiliado en el país centroamericano.
En palabras de Hernández Serrano, este es “si acaso es un vericueto que conduce a una historia triste y sobrecogedora, y a la vez llena de preguntas y respuestas que quizá lo dejan al lector ávido de seguir conociendo pormenores de la historia, que en verdad faltan por investigar y tratar”.
Con una peculiar mirada para develar desvanecimientos de la memoria y encontrar temas ocultos a simple vista (así lo evidencian sus títulos Penicilina para bailar el son y La crónica inconclusa: en el centenario del nacimiento del periodista y revolucionario Félix Elmusa), el inquieto reportero confiesa que la idea de escribir estas páginas le llegó mediante el propio progenitor del héroe, como un intento de dar a conocer la figura del hijo, al que sobrevivió y dejó muy pequeño en el país sudamericano cuando tuvo que regresar a la Isla.
También, José Alejandro Rodríguez señaló que contado con un ritmo narrativo casi cinematográfico, el relato posee momentos en los cuales la capacidad de asombro llega al límite, como ha sido la realidad latinoamericana.
“Tanta era la crueldad, sadismo, alevosía…, de los hombres que integraban los escuadrones de la muerte, que pusieron de moda un repudiable y espantoso método: el descuartizamiento de personas. ¡Algo tenebroso, grotesco…! Para ello utilizaban un matadero que durante el día procesaba carne para la exportación hacia los Estados Unidos, y por la noche desmembraban hombres y mujeres patriotas.
“La monstruosidad llegaba más lejos. Para que resultara prácticamente imposible la identificación de las víctimas, dejaban en lugares insospechados los despojos humanos, separados según su anatomía: cabezas, torsos, piernas y brazos, indistintamente.
“Todo lo hacían con determinado ocultamiento, pero trascendió cuando un trabajador después de preguntarse muchas veces por qué el puesto de trabajo no estaba como lo había dejado en la jornada anterior, encontró en la bandeja donde cortaba las piezas de las diferentes reses, un dedo humano ensangrentado”, apuntó como párrafos de lectura indispensable para las nuevas generaciones del continente, en estos tiempos que denominó de redefiniciones históricas.
Igualmente, del combatiente, asesinado con 22 años en abril de 1981 junto a su madre y hermano pequeño, dijo que “los idos precoces cuando cierran el saldo de sus vidas dejan un recuerdo imperecedero”.