Finaliza el 2019, comienza pronto el 2020 y con el va terminando también la primera quinta parte del siglo XXI que se evoca ya como algo de la cotidianidad y no del futuro. Da la impresión que algo termina y algo empieza no solo en la numeración de los años, sino en la vida, y es costumbre hacer balances.
El 2019 ha sido un año plagado de dificultades y agresiones económicas. La vida no ha sido fácil, y aun así, la sociedad cubana ha seguido empeñada en no dilapidar el caudal ético y humanista que generó la revolución socialista liderada por Fidel, sino en cultivarlo y enriquecerlo. Y no por motivos puramente ideopolíticos, sino con clara conciencia de su importancia material y espiritual, cultural, para Cuba.
El cubano es consciente de que todos los síntomas que se observan en la realidad mundial evidencian el agotamiento del sistema capitalista, que hace mucho ya perdió la lozanía que alguna vez tuvo el liberalismo y por doquier hay pruebas de esa crisis mundial civilizatoria, que presagia un gran viraje en la historia.
Pero los tiempos de esa realidad no son los mismos.
Hay un tiempo universal de esa crisis que se expresa en el colapso de la naturaleza, el crecimiento de las desigualdades, los graves problemas en la alimentación que no son solo el hambre, sino también la contaminación de los alimentos, en el consumismo que reduce al ser humano a pieza de recambio del mercado capitalista, en la crisis de la democracia representativa, en la perversa y cínica manipulación de la verdad por los grandes medios de comunicación y un largo etc.
Hay un tiempo regional, lo vemos en las progresivas desigualdades que genera el neoliberalismo y la creciente lucha de los pueblos nuestroamericanos por el cambio, por la justicia social.
Y hay un tiempo cubano, el de una sociedad que tuvo la oportunidad histórica de un trascendente cambio cultural y donde la puja entre el capitalismo senil que da tumbos por mantenerse y el nuevo mundo emergente tiene hoy un rostro genuinamente socialista. En lo adelante, a la vez que hacemos próspera a la patria, estaremos realizando la mayor misión internacionalista: demostrar la viabilidad del socialismo.
En los últimos años se han ido produciendo sin prisa, pero sin pausa importantes cambios en todos los órdenes, no siempre con los mejores resultados, pero en cualquier caso hemos alcanzado un grado madurez que nos permite sacar de unos y otros conclusiones virtuosas para enfrentar errores, deficiencias, rémoras burocráticas, indisciplinas, despilfarro, corrupción y todo cuanto atente contra los intereses de la sociedad.
Cabe apuntar que las transformaciones en curso han sido siempre producto de un amplio consenso ciudadano por lo que los juicios de valor ponderando la situación presente nacional e internacional y proyectando los propósitos de los próximos años los podemos hacer hoy todos los ciudadanos con conocimiento de causa. Lo ha probado el respaldo a la nueva constitución que recoge incólumes todos los principios fundacionales de la república socialista y codifica las bases del país que queremos.
En efecto, el proceso del referendo constitucional revalidó el rumbo socialista de la construcción social a la vez que consensuó nuevas direcciones en la organización del metabolismo socioeconómico, en la organización política y en el Derecho socialista. Y esa confirmación y afán renovador se han producido en medio del recrudecimiento del bloqueo del gobierno estadounidense, cuando ha habido una contraofensiva neoliberal que ha ganado terreno en la región y cuando estamos lejos de satisfacer muchas necesidades legítimas de la sociedad, lo que le confiere una calidad fuera de toda duda a la conciencia que movió a la ciudadanía a discutir el proyecto y luego a refrendarlo con su voto mayoritario.
En el proceso de hacer valer nuestros criterios y escuchar los de otros hemos podido apreciar con realismo los problemas. Hemos aprendido a dialogar, somos más tolerantes con la opinión diferente y hemos reconocido que las soluciones a nuestros problemas no vendrán simplemente de la mano de un liderazgo, ni de un grupo de intelectuales, ni del partido, ni del Estado, sin negar su indudable importancia, sino que tendrá que ser, para que sean reales y eficientes, el resultado del consenso social, de la más amplia participación ciudadana, de la unidad. Todos hemos madurado. Y naturalmente, todo está sujeto a cambio.
El 2020 será la antesala del VIII Congreso del partido, y será un año en el que las riendas del Estado las tendrá el equipo de gobierno renovado que ya cuenta con la función de un Primer Ministro; cesarán las Asambleas Provinciales del Poder Popular y aparecerán las gobernaciones provinciales. Los municipios cubanos tendrán mayores prerrogativas y también mayor responsabilidad sobre sus hombros. Un 2020 del que se esperan importantes pasos para que fructifiquen en una economía virtuosa los esfuerzos que hemos ido haciendo todos en estos años.
Son movimientos nuevos para cuyo funcionamiento fluido se necesitará tiempo, capacitación, experimentación y continua rectificación. En ese quehacer constituye una fortaleza el estilo de trabajo que ha instaurado nuestro Presidente con una presencia sistemática en las provincias y en los diferentes ámbitos de la vida del país analizando colectivamente los problemas, practicando la claridad y transparencia en la comunicación, la consulta a especialistas, el contacto directo con la ciudadanía. No se tienen hoy ni mucho menos todas las soluciones, pero el gobierno ha ido consolidando un espíritu de cuerpo y una claridad de objetivos que se condensa en la frase que repite insistente Díaz-Canel: “pensar como país”.
Entre los objetivos plasmados en los lineamientos que esgrime y procura realizar el Gobierno Revolucionario en su labor de dirección y su materialización en la práctica están las estructuras mediadoras en los diferentes ámbitos ramales y territoriales. Hay que procurar que en esas estructuras mediadoras no se vean frenadas las iniciativas de cambio. La nueva concepción estatal que separa las funciones políticas de las administrativas confiere hoy al partido un terreno más claro para ejercer su acción ideológica política en el control y orientación ideopolítica de esos eslabones mediadores para destrabar obstáculos, estimular la iniciativa y la creatividad..
Uno de los retos fundamentales, no solo por su complejidad, sino por su importancia y trascendencia es el que plantea la autonomía municipal. En las nuevas condiciones los munícipes esperarán mucho más de sus órganos locales del poder popular y serán más exigentes con quienes los representan. Y si hasta hoy la ejemplaridad y la capacidad han sido requisitos fundamentales, en lo adelante serán aún más importantes.
Se requerirán dirigentes mejor preparados, capaces de pensar integral y estratégicamente, conocedores a fondo del municipio, en particular de las características y necesidades de la ciudadanía, que sepan escuchar, consultar y promover la participación, así como comunicar con claridad y argumentación las ideas y los proyectos consensuados.
Una tarea es particularmente sensible y decisiva: el municipio debe encontrar en sus propias potencialidades la solución a buena parte de las necesidades de su población.
A partir del próximo año, presidir una asamblea municipal, un Consejo Popular de Zona o desempeñar cualquier función administrativa, política, cultural a ese nivel tendrá una carga mayor de responsabilidad. El sistema económico y sociopolítico de un municipio empoderado que deberá ejercer su autonomía en concordancia con la planificación nacional y sin descuidar la cooperación con los restantes municipios del territorio provincial y con las demás provincias está llamado a encontrar soluciones y a no depender “de la nación” para cualquier empeño. Por el contrario, su mayor éxito estará en lograr solucionar sus problemas y además tributar resultados a la casa común. Eso también es pensar como país.
El trabajo ideológico y político del partido tiene ahora una potencialidad de eficiencia mayor con la separación de las funciones políticas y administrativas. Podrá exigir, orientar, emplear más tiempo en el contacto directo y sistemático con la población, escuchar. Y deberá centrar su atención en la preparación de los que tengan responsabilidades políticas y administrativas y en evitar que en su actuación su perspectiva se quede limitada al municipio. No son pocos los nuevos desafíos en el orden económico, en el reto de incrementar los fondos exportables, en el orden jurídico, en la promoción de un diálogo fluido a todos los niveles, en la más rigurosa transparencia con el manejo de los recursos y con las acciones de los responsables en las diferentes funciones.
En lo tocante al funcionamiento de la economía, en las condiciones actuales de recrudecimiento del bloqueo y en medio de una situación económica general en la región -que según la CEPAL registrará apenas un 0,1% de crecimiento- es un mérito –como se afirmó recientemente en nuestro Parlamento- no decrecer este año. Y Cuba que continúa bajo el asedio de la brutal guerra económica de los EEUU no decrecerá, tendrá un muy discreto crecimiento, lo que revela la capacidad de resistencia y laboriosidad del pueblo trabajador. El mismo pueblo que sabe que eso no basta y que es necesario aún en estas difíciles circunstancias derrotar al bloqueo, crecer y desarrollarnos y se siente preparado para aceptar ese desafío.
El país ha cambiado. Tenemos hoy una sociedad cuyo metabolismo socioeconómico descansa en tres formas esenciales de organización de la actividad laboral que agrupan cada una alrededor de un tercio de los trabajadores cubanos: el sector presupuestado, el sector empresarial y el sector no estatal.
Quedan complejas y difíciles tareas de envergadura nacional que la sociedad espera que sean emprendidas más temprano que tarde relativas a la política monetaria, formas más eficaces de distribución del producto social, el despegue sin trabas de la empresa socialista, cuya autonomía -propósito estratégico para dinamizar el metabolismo socioeconómico- será real en la medida en que logre implicar efectivamente al colectivo laboral, lo que significa conquistar toda la democracia posible en la producción y los servicios.
Hay que tener presente algo inobjetable: Cuba no puede crecer y desarrollarse en autarquía, lo que significa que tendrá inevitablemente que establecer compromisos con la industria, el comercio y las finanzas internacionales; en otras palabras, con el capitalismo que hay afuera. Y tampoco podrá prescindir de formas de iniciativa privada, en otras palabras, el capitalismo que tenemos dentro. Ese panorama elemental refiere inequívocamente a la importancia de la legalidad socialista, de la política revolucionaria y de la ideología socialista. Esas son, junto con la conciencia ciudadana, las armas estratégicas para defender la justicia social de la revolución.
En lo tocante a la educación de la ciudadanía que requiere el Estado socialista de Derecho, nunca antes ha sido tan necesaria la ideología revolucionaria, pero no de un modo teatralmente doctrinario o consignista, sino argumentada conscientemente en la práctica cotidiana.
El discurso político tendrá que enriquecerse mediante un pensamiento y una práctica capaz de combinar creativamente los principios y posicionamientos ideológicos con la vida diaria y promover así la actitud cívica revolucionaria.
Durante el 2019 la ideología socialista de la revolución cubana ha salido airosa, no solo ante las experiencias en el enfrentamiento de las crecientes agresiones del vecino del Norte, sino como resultado de las sistemáticas reflexiones evaluando nuestro presente y proyectando cómo queremos que sea el futuro.
La ideología socialista de la revolución cubana se enriquece también abierta a la valoración de todas las experiencias positivas de la humanidad, pero no es una mescolanza de ideas, sino un sistema revolucionario de principios, valores, códigos, sentido común, sentimientos, cuya pureza debemos preservar, para no perder el fiel de nuestras decisiones y acciones, para no deslizarnos por la peligrosa pendiente a la que llevan los cantos de sirena del pensamiento liberal.
Es el principio que nos legó Fidel en el Informe Central al Primer Congreso del PCC: “Es nuestra ideología la que nos hace fuertes e invencibles. ¡Cuidemos por encima de todo su pureza, desarrollémosla con nuestras modestas experiencias, combatamos sin tregua y sin concesión alguna las ideas reaccionarias del imperialismo y el capitalismo en todas sus manifestaciones!”
Pero la vigencia de la ideología socialista, no como doctrina, sino como realidad social viva en el pueblo, está en la capacidad de promover la crítica revolucionaria y de guiar los cambios necesarios sin improvisaciones que pueden parecer muy llamativas y prometedoras en un momento determinado, pero no ser duraderas ni eficaces.
“Hay que procurar que la ideología no sufra derrotas, -dijo Fidel el 1ro, de mayo de 1971 a los trabajadores cubanos- porque las derrotas de la ideología se pagan con retrocesos en el camino de las revoluciones. Marchemos tan lejos como podamos, tan rápido como podamos, pero no más allá de lo que podamos, para preservar la ideología de derrotas.”
En este desafío, es fundamental que sea una realidad el creciente empoderamiento de la ciudadanía y eso no se logrará sin la voluntad política para promoverlo, para construirlo. Arraigar el socialismo en la sociedad es tejer los lazos en la comunicación y la participación que permita y propicie la implicación de todos en la obra común. Este año hemos crecido particularmente en la práctica de un diálogo constructivo, dentro de una gran diversidad de puntos de vista, a veces opuestos diametralmente, lo que nos prepara para avanzar en ese empoderamiento y para alcanzar mejores y más eficaces consensos.
De que el socialismo es viable no tengo duda. De no haber sido por sus principios y su práctica hace rato se hubiera perdido la batalla contra el imperialismo. Pero lo alcanzado no alcanza todavía, por lo que es preciso una mayor osadía responsable. Con el socialismo nos va la justicia social, la independencia nacional, la identidad cultural y si bien nos falta mucho por hacer sí podemos afirmar que tenemos más claridad que nunca antes de cuál es el camino correcto.
No ha sido un año fácil el 2019, pero hay razones para despedirlo con alegría y recibir con optimismo el año nuevo.
Nos hemos ganado el derecho a disfrutar de las festividades en saludo al nuevo aniversario de la revolución y lo haremos en la tranquilidad ciudadana que es una riqueza inmaterial privilegio de los cubanos y uno de los más importantes logros culturales de la revolución socialista que debemos resguardar y proteger celosamente contra toda amenaza. Ese sentimiento de que nadie quedará desamparado, que podemos salir tranquilamente a las calles, que por más difícil que a veces resulte encontraremos justicia cuando nos asista la razón y el sabernos parte de un pueblo que se ha curtido en la resistencia, que es solidario y fraternal, son motivos más que suficientes para festejar y cargar las pilas para en el 2020 ir todos por más.