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El diccionario, ese amigo fiel

La lengua incluye tradiciones, costumbres, formas de vida e idiosincrasia de cada pueblo y cambia al ritmo de la vida. Por eso, los diccionarios han de renovarse de modo continuo y todos debemos acostumbrarnos a emplearlos. Resulta paradójico el hecho de que un niño o joven sea hábil frente a la computadora y torpe para manejar un diccionario: es un problema de práctica.

Existen diferentes tipos de diccionarios: enciclopédicos, de sinónimos y antónimos, etimológicos —cuentan la historia de cada palabra— y especializados de acuerdo con las disímiles ramas del saber: literarios, filosóficos, de ciencias, historia, geografía, derecho, cine… y también bilingües.

Del siglo vii a. n. e., datan los primeros diccionarios, unas tablillas de escritura cuneiforme1 que pertenecían al rey asirio Assurbanipal. En el siglo iii a. n. e. apareció el primer repertorio griego, un lexicón o lista de las palabras, empleado por Homero. El primer diccionario en español fue el Vocabulario bilingüe latín-español, español-latín de Elio Antonio Nebrija (1501).

En el siglo xviii, se publicó el primer Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), el cual ha tenido numerosas ediciones, hasta la vigésimo segunda (2001), pues la del 2014 se publicó con el título de Diccionario de la lengua española (DEL) y fue auspiciado por la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale). Ello se corresponde con el creciente reconocimiento del papel desempeñado por nuestro continente y sus respectivas Academias en el enriquecimiento de la lengua.

El Diccionario de uso del español (1967), de María Moliner, que contiene etimología, gramática, sinónimos y antónimos, expresiones coloquiales, modismos y campos semánticos2 emparentados, ha tenido ya varias ediciones, la última en el 2016. María Moliner fue la primera lexicógrafa en incorporar los americanismos, teniendo en cuenta que constituimos la mayor parte de los hablantes del español.

Otro diccionario de gran prestigio es el Larousse, del cual nuestro José Martí escribió en La Opinión Nacional de Caracas, de Venezuela, el 10 de marzo de 1882: “Se publica en Francia un libro muy notable […] por la suma considerable de materias que contiene, y de cuyo conocimiento no es dable prescindir a un hombre de letras y ciencias, en estos tiempos en que el saber va siendo vulgar, y en que cada día da al mundo más maravillas de las que un hombre estudioso y atento puede llegar a conocer en igual espacio de tiempo de asiduo estudio […] es el Gran Diccionario del Siglo xix,  de Pierre Larousse. Es un almacén gigantesco […] En verdad que es una joya el diccionario de Laurosse”. Por supuesto de entonces a acá el Larousse ha sufrido múltiples actualizaciones.

En Cuba, el Programa Libertad distribuyó ya hace años en los centros escolares diccionarios de gran calidad y actualización: el Larousse y el Océano, así como la Enciclopedia Digital Encarta. Sin embargo, estos valiosos materiales cuentan con un inconveniente: proceden del mundo capitalista, con diferentes criterios ideológicos con respecto a nosotros, por lo que nuestros escolares no hallan siempre la respuesta adecuada, sobre todo en lo referente a la historia, el desarrollo social y la filosofía, por lo que la adquisición realizada solo podía ser parte de una estrategia encaminada a contar con nuestros propios lexicones.

En Cuba, contamos con las cuatro ediciones del Diccionario provincial de voces cubanas (1836, 1849, 1861-1862 y 1875) del geógrafo Esteban Pichardo y Tapia, el primer diccionario diferencial del español en América; el Catauro de cubanismos (1923), el Glosario de afronegrismos (1924) y el Nuevo catauro de cubanismos (1974), todos de Fernando Ortiz, el último publicado después de su muerte; así como “Un guacalito de cubanismos”, de Juan Marinello. En 1959 se publicó el Léxico mayor de Cuba, de Esteban Rodríguez Herrera, interesante texto con insuficiente nivel de difusión.

En los últimos tiempos, vale destacar el Diccionario básico escolar, confeccionado por especialistas del Centro de Lingüística Aplicada de Santiago de Cuba, que va ya por su cuarta edición, distribuida en cantidades aún insuficientes. Loable empeño, que se enriquece en cada entrega. Ya los compañeros de esa institución preparan la quinta edición de este importante texto.

Por iniciativa de Fidel, se creó una nueva colección de la Biblioteca Familiar, que incluyó dos diccionarios, entre ellos el Diccionario esencial de la lengua española, confeccionado por Antonia María Tristá y Gisela Cárdenas, especialistas del Instituto de Literatura y Lingüística. Tanto este como el del Centro de Lingüística Aplicada de Santiago recogen en gran medida el español que hablamos hoy los cubanos y se complementan con el Diccionario ejemplificado del español de Cuba, recientemente publicado, obra cimera de Tristá y Cárdenas.

Cada hogar cubano debe contar con un diccionario cubano. Más aún, cada profesional de la prensa.

Notas

1 La palabra cuneiforme procede del latín cunĕus, “cuña” y la partícula –forme, “con forma de cuña”, se refiere a ciertos caracteres con esa forma, que algunos pueblos de Asia usaron antiguamente en su escritura.

2 Términos ligados entre sí por referirse a un mismo orden de realidades o ideas.

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María Luisa García Moreno
Profesora de Español e Historia, Licenciada en Lengua y Literatura hispánicas. Periodista, editora y escritora.

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