Muere una niña en Cuba a consecuencia de imperdonables negligencias profesionales y una nube de tiñosas intentan posarse sobre los despojos tristísimos, dolorosos, punzantes, del hecho e inventar el expediente de un país y un sistema de salud criminal y deshumanizado.
Los rapiñeros, a los que resulta muy difícil encontrar, con frecuencia, historias tan lacerantes, no quieren perder oportunidad para sacar vísceras políticas a un no menos reprochable error técnico y humano que, de momento —si conocemos bien la fibra del cubano—, ya debe tener sus devastadoras condenas sicológicas sobre los culpables del acontecimiento, aunque estén por determinarse las legales.
Lo anterior es lo primero que se piensa mientras se leen los resultados del informe que acaba de ofrecer el Ministerio de Salud Pública sobre las causas de la muerte de la pequeña Paloma, pero la pena y la desolación que provocan un incidente como este requieren, adicionalmente, análisis y derivaciones más profundos.
Claro que sería muy difícil que aquellos que no han tenido reparos en utilizar la vida perdida de una niña para endemoniar las bendiciones del amplio y sensible sistema sanitario cubano puedan lograr sus propósitos, pero vale la pena subrayar la enorme e indiscutible vocación salvadora del mismo, de entre las poses de farsantes de ocasión y manipuladores estridentes.
Y, para ello, no alcanza con exponer que desde 1986, hasta el 31 de diciembre de 2018, se han aplicado en Cuba 9 millones 2 mil dosis de la vacuna PRS, sin la ocurrencia de eventos graves. La historia y los hitos sobre los que se erigió, de forma gratuita, uno de los más hermosos y universales beneficios sociales de la Revolución, protegido, incluso, en nuestros preceptos legales y constitucionales, supera, por mucho, la contundencia fría de ese dato técnico.
En un artículo sobre la relación entre la Revolución y la salud de los niños en Cuba, aparecido hace unos años en Scielo, la revista cubana de Salud Pública, se destacan los jalones determinantes de ese sistema de amparos, al que es difícil encontrarle paralelos en el mundo, y que en no pocos de sus índices compite con los de países de alto desarrollo y libres de todo tipo de agresiones y cercos, como los padecidos por el nuestro.
El listado incluye el surgimiento del servicio médico social, la construcción de hospitales rurales y hogares maternos, los que favorecieron la atención prenatal, al parto, al neonato y al niño, el incremento en la formación del personal médico y paramédico (especialización en pediatría, neonatología, ginecoobstetricia, cirugía pediatría y medicina general integral), el control de la enfermedad diarreica aguda, el parasitismo intestinal y la desnutrición, la instauración de consultas de pediatría-puericultura, la promoción de la lactancia materna y el programa masivo de inmunizaciones con vacunas contra más 13 enfermedades, así como la constitución de los grupos nacionales y provinciales de pediatría y ginecoobstetricia.
En la base de ese amplio sistema de servicios se encuentran, además, la constitución de programas como el de atención integral al niño, de reducción de la mortalidad infantil, de atención materno infantil, del médico y enfermera de la familia, para la reducción del bajo peso al nacer, el de prevención a los accidentes que involucren a los niños, el de detección precoz de anomalías congénitas, fenilcetonuria, anemia drepanocítica, síndrome de Down, hipotiroidismo congénito y errores congénitos del metabolismo.
También la creación de la Dirección Nacional de Atención Materno Infantil, la aparición de las salas de terapia intensiva pediátricas y neonatales, la constitución del cardiocentro pediátrico, de los servicios pediátricos de trasplantología y los estudios de discapacidades físico-motoras, sensoriales, orgánicas y de retraso mental.
Así que no se trata solo, como se hace tan visible cada año —y que por algunos enfoques parecerían meras esquirlas de propaganda—, de un programa que salva miles de vidas al nacer, sino de una política integral, de intensos basamentos humanos, que busca proporcionar mucho más que vida y salud.
Dichas consagraciones, sin embargo, más que liberarnos, obligan a mayor precisión en el enfrentamiento a los desajustes, sobre todo cuando, como ocurre hoy, ese sistema debe sortear no pocas carencias y tropiezos objetivos que pueden ensombrecer sus resultados y no faltan quienes apuestan al descrédito malsano y oportunista de todo lo que huela a servicio público, y con ello alimentar las ansias de privatización en cualquier ámbito.
Mas, sería demasiado calculador sobredimensionar las consecuencias políticas por encima de las humanas, como buscan tergiversar los enemigos. Lo esencialmente humanista es evitar en Cuba que casos como el de Paloma, o el ocurrido en fecha pasada en el Hospital Siquiátrico de La Habana, aunque aislados, vuelvan a estremecer a un país que redescubrió hace mucho el valor inconmensurable de una vida. (Tomado de Juventud Rebelde).